Capítulo 5 parte F

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El final de ese 1927 estaba cerca y la gente se arremolinaba en el Times Square para la espera de la llegada del Nuevo Año.

Eleanor, acompañada por unas amistades, se llevó al chiquillo a disfrutar del evento mientras que Terrence decidió no ir; no tenía humor.

Mejor dicho, los últimos dos días su carácter temperamental, atrabancado y necio había aparecido después de tanto tiempo.

Estaba en el privado de la casa de su madre leyendo unos libretos, pero no lograba concentrarse; ese día específicamente se sentía más molesto que de costumbre, y de arrebato, arrojó con fuerzas las hojas que se esparcieron por todo el lugar; se puso de pie, caminó hacia donde su abrigo, se cubrió y salió de la casa.

Cuando Terrence llegó a la calle sintió el frío colarse por su cuerpo, pero no le importó; sólo levantó el cuello de su prenda, metió las manos en los bolsillos y comenzó a caminar en dirección al sur.

El hombre no llevaba rumbo alguno, sólo quería despejarse; por ende, no se percató adonde había llegado hasta que el pitido de un gran buque lo hizo reaccionar.

Él levantó su vista y de inmediato reconoció el lugar, estaba en uno de los muelles del Puerto Chelsea; y como si el buque lo estuviera llamando, llegó hasta donde estaba estacionada la gran nave.

Con paso lento, él comenzó a recorrer el muelle y se detuvo hasta la baranda que estaba en el fondo del largo pasillo.

Sobre el metal frío apoyó sus codos y perdió su vista en el paisaje de Nueva Jersey. Luego en las profundas aguas del Río Hudson.

Después de un tiempo en esa posición, su cuerpo se entumió; se enderezó y se giró para quedar de frente al barco; y por más, ese monstruo naviero, le hizo recordar que en uno de esos y en una fecha similar, pero hacía años atrás, se había visto reflejado por primera vez en unos ojos verde esmeralda.

El castaño cerró sus párpados añorando la figura de aquella joven; y sin poder controlarlo, mencionaba su nombre:

— Candy —, y así se quedó por unos instantes.

De pronto, sus ojos azules se abrieron abruptamente; no quiso voltear de inmediato y percatarse que el viento y el destino le estuvieran haciendo una mala jugada; empero, no quedando de otra, tuvo que confrontar su realidad.

So, Terrence comenzó a girar su cabeza lentamente hacia la derecha y descubrió de donde provenía ese inolvidable aroma.

— Hola — saludó ella.

— Hola — respondió él.

Y el corazón del actor se estremeció y sus ojos se deleitaron con la figura que tenía enfrente.

Impulsado por la emoción, la atrajo rápidamente hacia él para envolverla en sus brazos, perder su rostro entre los cabellos cortos de la rubia y aspirar hondo esa fragancia que le alteraba los sentidos y todo su ser.

— Perdóname — pidió ella abrazándole también.

— No.

— Es que tuve miedo — fue la excusa de la rubia la cual se sentía maravillosamente bien en la calidez de esos fuertes brazos.

— Calla, no digas más. Lo importante ahora es que estás aquí.

— Sí.

— Has vuelto.

— Sí.

— Y te quedarás para siempre, ¿verdad?

— Si tú quieres lo haré para siempre.

Esa respuesta alegró verdaderamente al castaño.

— ¡Oh, Candy! ¡No sabes cuánto te amo y lo mucho que me arrepiento de nunca haberlo dicho antes!

— Yo también te amo, Terry. Siempre lo hice. Nunca pude olvidarte — confesó la rubia aferrándose a él y recargando su cabeza sobre su pecho.

Acto seguido, ella sintió la mano de Terrence levantarle el rostro para reflejarse en la mirada llena de amor que el actor le proyectaba.

— Mi pecosa.

— Mi ex arrogante — lo calificó Candy y el castaño rió con ganas.

— ¿Qué te hace pensar que ya no lo soy?

— No lo sé, pero lo que si sé, es que me he encontrado con un Terry completamente diferente.

El actor sonrió preguntando:

— ¿Cómo supiste que estaba aquí?

Ella se decepcionó un poco, y tuvo que responder:

— Este, bueno, te vi salir y... te seguí.

Él, habiendo estado feliz, al notar ese gesto en Candy, quiso saber:

— ¿Pasa algo?

— Bueno, sí... pensé que después de verme, me besarías — reprochó la rubia haciendo un puchero, y Terry se sorprendió de la sinceridad de la mujer y volvió a la risa.

— ¡Candy, en verdad que has cambiado! Pero, eso tiene una explicación, señorita White, y es que... no quiero arriesgarme a ser golpeado.

— ¡¿Ah, no?! — replicó ella poniendo una mano sobre su cintura y con la otra advirtiéndole con su característica mueca: — Pues de todos modos lo haré si no lo haces.

— ¡Eres sencillamente adorable, pecosa!

— ¡Y tú un...!

La rubia ya no terminó la frase porque la boca del actor ya estaba completamente sobre la de ella, siendo al principio, un movimiento tosco por la manera tan abrupta de hacerla callar, pero no pasó ni un segundo cuando la caricia de Terrence se tornó suave y delicada, logrando que la rubia disfrutara de ese dulce toque que le estaban proporcionando haciéndola sentir como si se besara al más frágil de los seres.

Consiguientemente, Candy sintió cuando Terry la apretaba contra su pecho para profundizar ¡por fin el tan ansiado beso por ambos! haciendo que la rubia, por la estimulación que comenzaba a incrementarle en su interior, no pudiera evitar soltar un pequeño gemido; acto que el castaño aprovechó para colarse y apoderarse totalmente de la situación, pero invitándola a unirse a su juego excitante.

Y mientras sus bocas se saboreaban deliciosamente, las manos fuertes del actor, también contribuían con su parte, ya que proporcionaban arduas caricias a la mujer que palpaban, haciendo crecer más y más en ella, la excitación por sentirse tocada de ese modo.

Por su lado, la rubia sabía que no era propio lo que hacían y mucho menos estando en un lugar público; pero la verdad era que, se sentía en las nubles, y por lo mismo, tenía la más mínima intención de apartarlo; en cambio, debía hacerlo y más cuando en un movimiento rápido, Terrence la había recargo en la baranda metálica y ella pudo sentir, perfectamente, la excitación de él.

Sí, debía detenerlo — gritó su interior. — Terry — finalmente pronunció apenas separando su boca.

Éste, ya habiendo descendido por el cuello blanco de ella, sólo guturaba:

— ¿MMM?

— Debemos detenernos — sugirió la rubia sin abrir los ojos y continuando disfrutando de aquellas caricias, pero un...

— No — se escuchó como respuesta del actor.

— Yo tampoco quiero, pero debemos de — confesó Candy; y ante la aflicción de ella...

— Tienes razón — dijo él recorriendo el lugar y se separándose para oír la confirmación de ella.

Consiguientemente, se miraron a los ojos y se rieron de su travesura.

Después de un último beso, Terrence la tomó de la mano y comenzaron a caminar por el muelle de regreso a la ciudad.

NAVIDAD SIN AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora