Cereza

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Qué bien que mis padres me dejaron salir después de estar encerrada tanto tiempo en mi casa

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Qué bien que mis padres me dejaron salir después de estar encerrada tanto tiempo en mi casa.

Como ya no tengo muchas clases presenciales, he decidido salir a correr por las mañanas para no subir mucho de peso, necesito mantenerme a raya para evitar tener algunas de las enfermedades hereditarias de mis antecesores.

Ya desde que comenzó la semana salen unos rayos de sol, pero todavía persisten las frías brisas típicas de invierno, no obstante, cuando uno corre no se llega a sentir mucho.

Deben ser las seis o siete de la mañana, horario normal para que las personas vayan a sus lugares de trabajo. Algunos prefieren ir a pie y otros en transporte, ya sea público o privado.

—Cereza —no, por favor—, tenemos buenas vistas, no pensaba verte así.

—Ni lo volverás a hacer Elek —empiezo a trotar—, nunca me dijiste que conducías, nunca llevabas tu camioneta al colegio.

Cereza, solo estuvimos yendo unos días, no fue la gran cosa —suspira mientras se recuesta sobre la ventanilla sin dejar de conducir—, dime ¿Acaso no tienes licencia? —se burla.

«No».

—¿A dónde vas con esa ropa Cereza? —vuelve a preguntar con una sonrisa.

—Estoy haciendo ejercicio tonto.

—Uhh, ya empezamos con los apodos mutuos, me gusta —comenta. Solo tengo ganas de ahorcarlo— ¿Así me llamarás?

—Bobo —murmuro.

—Tu cabeza está creativa el día de hoy Cerecita.

Siento como mis mejillas empiezan a subir de temperatura poco a poco, no ahora, no necesito esto, solo se burlará más de mí...

—Mi Cereza...pronuncia con un tono coqueto—. De esa forma si eres digna que te llame de tal manera.

—Mira adelante, puedes atropellar a alguien inocente.

—¿Inocente? —se ríe— Debo deducir que hay alguien que merece estar muerto, ¿Quién es el afortunado?

Lo miro seria, él solo apaga el motor de la camioneta y baja. Unas gotas de lluvia se empiezan a notar cuando chocan con mis pantorrillas desnudas. Ojalá haya un arcoíris, anhelo ver uno ahora.

—Tú —digo entre dientes mientras que se posiciona delante mi haciendo que nuestros pechos se rocen.

—Es un alivio que seas tú la que tenga deseos de matarme y no otras personas —suspira.

¿En serio está tranquilo porque yo tenga deseos de verlo muerto?

Bueno, tampoco es que quiero verlo muerto literalmente, pero sí, hay veces que quiero matarlo una y otra vez hasta que mi cuerpo se adormezca por tanto trabajo.

Un Virus Imperfecto © | TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora