¿Tienes frío?- Bae Jacob

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Otro largo día de trabajo en el que ya no puedes más. Miras a través de la ventana de tu oficina y ves que todo está oscuro, como si fuera media noche, aunque la hora no pasa de las seis de la tarde.

El invierno ya está encima y lo confirmas cuando sientes un escalofrío recorrerte el cuerpo. Debiste haberte llevado la chaqueta, por mucho sol que calentara por la mañana y las pocas ganas que tenías de llevarla en la mano. En fin, con un poco de suerte, alcanzarías el autobús que te dejaba cerca de casa y sabías que en él, frío no pasarías. No podías llamar a alguien para que te recogiera, no llevaste el cargador y tu móvil había muerto hace unas horas.

Seguías maquinando cómo volver cuando dieron las seis y media, la hora en la que acaba tu turno. Te dirigiste hacia la salida despidiéndote de tus compañeros, de los cuales, solo los más cercanos te respondieron cálidamente deseándote una buena tarde haciéndote sentir un poco mejor. Un momento especial que fue rápidamente opacado por la vista de tu autobús alejándose de la parada. Ahora te tocaba andar en contra del viento que se había levantado, sin abrigo y con el cuerpo muy cansado.

Amabas caminar por la sensación de relajo y libertad que te invadía cada vez que paseabas; pero al mismo tiempo, lo odiabas porque siempre te hacía reflexionar. Al ver a las parejas de la mano, a los padres con sus hijos, y a los ancianos con sus mascotas, te recordaban que hasta hace no mucho tiempo, recorrías ese mismo trayecto en soledad, al igual que ahora. La diferencia era que en casa ya te esperaba alguien que llenaba todo ese vacío tan persistente en el pasado.

Ibas observando a los demás cuando sopló el viento con más fuerza y no pudiste evitar quejarte en voz alta, pensando en que nadie te haría caso. A lo lejos, se escuchó una voz familiar:

-Cariño, ¿Tienes frío? Te has dejado la chaqueta en casa.

Y ahí lo viste al frente tuyo, sonriendo cálidamente mientras te acercaba tu chaqueta. Jacob, preocupado por ti, había decidido salir a encontrarte. Si tenía suerte, te encontraría.

Por mucho frío que tuvieras, no te pusiste el abrigo, sino que te cobijaste en sus brazos. Siempre generosos, entregándote todo el amor y la calidez que pudieran.

Por fin dejaste de sentir frío en ese gélido día del tardío otoño.


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