Advertencia: obsceno/ sexo oral/posesivo/18÷/lectura en segunda persona
Título: bigotes y seda húmeda
–¿Qué estás mirando, princesa?
Esta voz; oscuro, sensual. Cintas de seda negra no podían competir con la seductora suavidad de su timbre, se filtraba en tu conciencia, envolviendo tus pensamientos. Estabas ligado a August de tal manera que el control de estos lazos invisibles era inquebrantable.
Pero él era tan tuyo como tú lo eras.
–Es una tontería en Netflix– respondiste y agitaste el control remoto sin detenerte ni girarte para mirarlo.
August enarcó una ceja, indiferente y caminó hacia el sofá. Su mirada penetrante estudió cuidadosamente. Una fina túnica de oro rosa que te regaló hace poco tiempo estaba atada sin apretar alrededor de tu torso, la insinuación de tu piel desnuda parpadeando ante su mirada hambrienta.
Con una inhalación profunda, sus fosas nasales se ensancharon, un gruñido bajo se elevó desde su garganta. Un lobo con atuendo de caballero seguía siendo un lobo, uno que podía rastrear el dulce aroma de tu excitación desde millas de distancia.
Esta vez no fue para él, ¿verdad?
Rozando tu labio inferior con tus colmillos, le diste una mirada tímida. El calor de la lujuria espontánea mezclada con la culpa se elevó entre tus muslos.
August volvió la cabeza hacia la televisión de pantalla grande, y vislumbró a un hombre apuesto con ojos marrón chocolate y una barba bien cortada. Incluso el propio Walker no podía negar el parecido y, aunque confiaba en su apariencia, no podía soportar la idea de que su mujer tuviera ojos para otra.
Los zafiros se volvieron esmeralda cuando su mirada te encontró una vez más, ofreciendo una sonrisa de complicidad.–¿Estás mojada por otro hombre, princesa?
Además, te presionaste en tu asiento, tus rodillas se doblaron contra tu pecho con vergüenza juguetona.
–¿Estoy en problemas?...– Te preguntaste, aunque el rostro de August no sugería ninguna reprimenda, pero un destello de dolor iluminó sus ojos. Con cuidado, se movió para arrodillarse ante ti, sus largos dedos envolvieron tus rodillas para abrirte ante él.
–Hmm ...– Su cálido aliento se reflejó en tu carne desnuda, acariciando tus pétalos goteando para invocar un aleteo en tu corazón. Inmediatamente tu pequeña caverna se movió para él.
–Este néctar, ¿no es para tu rey?–
Viste cómo se acercaba peligrosamente, humedeciendo sus labios regordetes y tarareando intoxicado como si estuviera entrando en el salón de los dioses para enfrentar su ofrenda.
–Me hieres, amor–, murmuró y acarició tu preciosa perla. El control remoto cayó de tus dedos temblorosos por la áspera cerda de su bigote, tus labios se abrieron con un grito de placer.
–¿No soy digno?
Querías contestar, pero la habilidad de hablar te ha abandonado mientras tu amoroso hombre te abría los muslos y esparcía una suave mariposa que besaba las costuras de tu coño. Suave, tiernamente, rozó con su cálida boca las suaves almohadas, sin dejar un centímetro sin tocar antes de que su lengua lamiera alrededor de tu hinchado clítoris.
–August ...– finalmente te las arreglaste para quejarse.
Su mano acechó por tu cuerpo. Manchando tu carne con su posesión, agarró tu clavícula y el borde de tu garganta mientras más, succionaba tu clítoris. Desesperado por ser probado, por ser pinchado por su hábil lengua, su agujerito goteaba miel para seducirlo por más, pero a August le encantaba tomarse su tiempo con su comida y ahora mismo, no había terminado de jugar.
–Tómame ya, te necesito ...– te quejaste y te retorciste en su agarre, oh tan flexible para cumplir estos deseos que estabas a punto de llorar, –August, solo te quiero a ti.
Deleitándose en tu dedicación, lamió su lengua entre tus labios haciéndote aullar por el resbaladizo golpe. Con la sinfonía de tus gritos indefensos y el agarre de tus uñas en el reposabrazos, su músculo sedoso y húmedo finalmente se sumergió en tu suculento cielo.
En las manos de August, no eras nada y todo a la vez, tu columna vertebral se arqueó tanto que sentías como si estuvieras hecho de líquido. Saboreando tu sabor, lamió el interior con habilidad y con tanto gusto que uno era pensar que eras un festín etéreo servido en una bandeja de oro.
Entre el ascenso de su éxtasis y los tarareos de deleite de August, se le ocurrió que ningún hombre le había hecho jamás sentir tan hermoso y delicioso como lo hizo August y ahora la culpa atenuaba su alegría.
Haciendo puchero, extendiste tu mano para entretejer sus suaves rizos y buscaste sus ojos.–Lo siento ...– jadeaste mientras él no se detenía, todo bigotes y seda húmeda, ahondaba su lengua de un lado a otro en tu temblorosa vagina, besando tus pétalos con un semblante amoroso.
Con su mano aún pegada a tu garganta, alcanzó tu barbilla y presionó su dedo índice en tu boca. Desaprobando tu culpa, negó con la cabeza y con una sonrisa en sus ojos azules, empujó su lengua tan profunda y vigorosamente que implosionaste en una destructiva cadena de éxtasis con su nombre temblando en tus labios.
August gimió cuando te acercaste a su aterciopelada serpiente; aún perdido en tu profundidad, lamió con avidez cada gota de tu elixir y terminó con un último beso. La vista de tus ojos teñidos con un brillo rosado del delirio, tu pecho desnudo, lleno de sudor, hizo que quisiera devorarte por completo.
Se secó el bigote con los dedos y se secó los labios, se subió al sofá y luego te sentó en su regazo.
–Este hombre de allí–, señaló el televisor con desdén sin apartar la mirada de ti, –no puede comerse el coño de un ángel para cenar como yo