7°_Walter Marshall

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Advertencia: sexo rudo/ sexo en el coche/ obscenidad/ lectura en segunda

Título :promesa

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Estaba enojado. Podías verlo en cada estremecimiento, contracción y exhalación que provenía de él.

Estaba furioso. ¿Cómo pudiste ser tan estúpida? Te atraparon.

Y si él no estuviera allí, habrías terminado como otro nombre en los periódicos. Otra víctima.

–¿Tienes idea de lo que pudo haber pasado?–gritó. Sus nudillos se habían vuelto blancos por lo fuerte que estaba agarrando el volante.

–Sí,– comienzas lentamente, sin querer enojar más a la bestia.

Gruñe en respuesta, con los ojos fijos en la carretera.

–Pero tú estabas allí– continúas. Un gruñido te interrumpe.

–¡Y es una maldita cosa buena que lo estuviera! ¡¿Sabes lo que te habría hecho ?!– se enfurece, con los ojos todavía en el camino.

–¡Pero no lo hizo! ¡Por favor, deja de pensar en lo que pudo haber sido! ¡Estoy aquí! ¡Estoy bien!–Intentas razonar con el oso.

Walter aprieta la mandíbula. Estabas seguro de que se le romperían los dientes en cualquier segundo.

–¿Walt?–preguntas, colocando tu palma sobre su rodilla. Y por primera vez desde que subiste a la camioneta, te miró. Y ahí fue cuando lo viste.

Sus ojos no estaban llenos de rabia. Eso era solo una máscara. Sus ojos estaban llenos de dolor y dolor de corazón. Glosaron con lágrimas no derramadas, con miedo a perder la cordura. Usted.

Con una fuerte inhalación, Walter gira el volante y saca el camión de la carretera y se adentra en la hierba salvaje que protegía el asfalto.

Walter levantó el freno de mano y empujó su asiento hacia atrás, antes de que sus manos llegaran a buscarte.

Agarrándote por los muslos, tiró de ti hacia él, tus piernas a horcajadas sobre las suyas, la rodilla clavándose en la hebilla del cinturón de seguridad.

Se prestó poca atención al dolor y la comodidad de esta posición. Todo era una necesidad.

Walter acunó la parte de atrás de tu cabeza en su gran pata, antes de golpear tus labios con los de él.

–Podría haberte perdido–, susurra contra tus labios.

Deslizando su mano por tu muslo, te abre los jeans antes de tirar del dobladillo. Lo ayudas levantándote un poco y sacándote una pierna de los pantalones. La palma que sostenía tu cabeza, nunca te soltó.

Tenía que tenerte lo más cerca posible. Necesitaba sentirte. Necesitaba saber que todavía estabas allí, vivo, con él.

Luchó con sus propios jeans, sus gruñidos ahogados resonaron a través de ti, mientras sentías la humedad en tus mejillas.

Retrocediendo un poco, lo miraste a los ojos. Él estaba llorando. Tu fuerte protector estaba llorando. Lágrimas de ópalo corrieron por sus mejillas como ríos de dolor, y tu corazón se rompió.

Tu sollozo resonó en el coche, mezclándose con el rugido del motor.

Querías gritar cuánto lo lamentabas. Eso deberías haberlo sabido mejor. Pero todo lo que salió de tu boca fue un sollozo ahogado. Entonces lo atacaste. Lo atacó con todo su amor.

Golpeando tus labios con los de él, le mostraste cuánto lo lamentabas. Derramando todo tu amor y pasión en el beso, buscas en sus pantalones, pasas su propia mano y lo sacas de sus confinamientos.

Mientras Walter te empuja, tú empujas hacia abajo para encontrarte con él. Tu unión provocada comienza a estallar a tu alrededor.

Gemidos ahogados y sollozos fueron todo lo que intercambiaron ustedes dos. No se necesitaban palabras, porque sus cuerpos hablaban.

Rechinando, rebotando y frotando unos contra otros. Moviéndose juntos, como si fueran uno.

La lluvia golpeaba el techo del camión y el motor sacudía la máquina. Fue perfecto. Fue crudo, animal y eufórico.

Jadeando en la boca del otro, se abrazaron el uno al otro por la vida. Sus manos se aferraron a su suéter, mientras que él agarró su hombro y su cabeza, manteniéndose cerca.

–¡Te amo!– gritas, cuando la cuerda se rompe, y alcanzas tu dicha. La frente choca contra la suya, mientras jadeas y clavas las uñas en su suéter, tratando de atravesar la tela para sentir más de él.

–¡Mierda!–se ahoga, sus caderas empujando con fuerza hacia ti,–¡Mía!– rugió, mientras se derramaba sobre ti.

Brillando de felicidad, dentro del camión empapado de vapor, se abrazan.

–Nunca vuelvas a hacer eso–, dice, con los ojos hinchados y rojos clavados en los tuyos.

–Nunca– confirmas,–lo prometo–, dices, sellándolo con un beso.

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Papi Walter nos tocó 😏
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