2. El día del chocolate

472 46 5
                                    

Desa

Como todos los días entre semana por la tarde, me dirijo al hospital. Los jueves de cada semana suelo celebrar con mis niños el día del chocolate. Les llevo galletas de chocolate totalmente libres de azúcar y cualquier otro ingrediente que pueda perjudicarles por su situación.

Soy voluntaria desde hace varios meses y fue maravilloso cuando junto a la ayuda de Elhaia, la jefa de enferemeras, conseguí que aceptarán el día del chocolate. Me ayudó a preparar y a presentar el proyecto que el hospital exigía para poder valorar si lo aceptaban.

Yo les doy galletas y ellos me llenan de alegria con sus juegos y sus risas. Son tan maravillosos y aprendo tanto de ellos. Desde muy temprana edad, han tenido que visitar el hospital por diversas razones. Aún así, no pierden las ganas de ser felices, las ganas de vivir. Son unos luchadores, unos camepones...

— Buenas tardes, Anni — saludo a la recepcionista, una morena de pelo corto y ojos color chocolate, que me devuelve la sonrisa cuando le dejo un paquetito de galletas encima del mostrador.

— Gracias bonita — me saluda ella guardando el paquete en su bolso — Elhaia me ha dicho que están ansiosos por verte. — dice mientras continuo mi camino.

— Normal — le digo dándome la vuelta y señalandome de arriba abajo, mientras le guiño un ojo. Continúo caminando hasta la sala de juegos del hospital, sonriendo al oir la risa de Anni por mi comentario.

— Hola Desa — me saluda Elhaia, la enfermera jefa dándome un beso en la mejilla al recibir un paquetito de galletas.

— Que las disfrutes — le digo devolviéndole el beso en la mejilla a la pelirroja de metro setenta que me agradece con una sonrisa.

— ¡Des! — gritan mis niños al verme entrar.

— ¡Mis niños! — les digo abrazándolos a todos, los quiero tanto... — Bueno, contarme, ¿Qué tal la semana?

Todos sentados en círculo, empiezan a contarme los avances en sus tratamientos y terapias. Elias, el más pequeño de todos, ha empezado con un nuevo tratamiento para sus riñones. Dario, el mayor de todos me cuenta cómo ha avanzado en su fisioterapia, pronto podrá empezar a caminar. Luana, una pelinegra de ocho años, me enseña su nuevo implante y mediante el lenguaje sensignos me explica que pronto podrá oir por primera vez.

Tras unos minutos escuchándolos, me doy cuenta de un pequeño detalle en el que no había caído.

— Sam, ¿no se supone que te darían el alta el martes? — le pregunto preocupada.

Espero que haya habido ninguna complicación. Después de dos años el doctor había dicho que estaba totalmente curado, ni rastro de leucemia. Pero él no debería estar aquí. Me gusta verlo y estar con él, todos son como los hermanos pequeños que nunca tuve. ¿Cómo no sentir ternura?

Pero que todavía esté aquí no es buena señal, ¿verdad?

Al ver que no me contesta, salgo de mis pensamientos y al mirarlo, me doy cuenta que está ruborizado. ¿He dicho algo malo? Miro a Elhaia y esta, suelta una risita.

— El martes, quisimos darle el alta, porque ya está totalmente sano — empieza a explicarme sin quitar la sonrisa — pero se negó.

Abro los ojos con sorpresa y miro alternamente a Elhaia y a Sam.

— ¿Por qué? — pregunto sin entender.

Elhaia le hace un gesto a Sam, quien diría que está más ruborizado aún, invitándolo a que sea él quien responda.

— Porque quería comer tus galletas de chocolate — susurra Sam mirándose sus manos.

— ¿Qué? — pregunto sorprendida y feliz mirando a Elhaia.

— Aquí Sam, prefirió quedarse dos días más en vez de irse a casa y perderse tus deliciosas galletas — explica Elhaia.

— ¡Oh, las galletas! — digo dándome con la palma de mi mano en la frente y guiñándole disimuladamente el ojo a Elhaia — ya sabía yo que se me olvidaba algo — continuo tapando mi cara y dramatizando para disimular mi sonrisa.

¿Qué? No me juzguen, algo se me tenía que pegar de Jael después de tanto tiempo conviviendo con él. Y ya saben lo que dicen, se pega todo menos la hermosura...

— ¿Qué? — gritan al unisono los ocho niños y niñas que me miran incrédulos, hasta Sam ha dejado de mirarse los dedos.

Sin poder aguantar una carcajada, acabo tirada en el suelo con varios de ellos encima mío haciéndome cosquillas, lo que provoca la risa del resto. Cuando nos calmamos y recuperamos la respiración, todos vuelven a sus sitios y saco la caja de galletas.

— De acuerdo, sabéis lo que tenéis que hacer — les digo, viendo como no tardan en hacer una fila delante mío.

— ¿Las palabras mágicas? — le pregunto a la pequeña Rebeca, una niña de tan solo seis años que está aprendiendo a convivir con la diabetes que hace pocos meses le diagnosticaron.

— Soy fuerte, porque sigo adelante — me dice con esa vocecita de hada.

— Eres fuerte, porque sigues adelante —Repito poniendo mi mano detrás de su oreja y sacando "mágicamente" una galleta de chocolate especial para ella.

— Gracias — me dice dándome un abrazo y dejando su sitio al siguiente.

Así fueron pasando uno a uno los otros siete niños, repitiendo el mismo proceso que con Rebeca. Ellos reciben galletas que pueden comer y yo abrazos y besos. Es un trato justo, ¿no?

— ¿Para mi no hay magia? — escucho a mis espaldas cuando estoy recibiendo el beso del último niño en recibir la galleta.

Al girarme, veo a una señora de aproximadamente unos sesenta y ocho años, con una sonrisa maternal acompañada de un elegante porte. Miro a Elhaia, quien asiente y sonríe a mi pregunta silenciosa dándome permiso asintiendo con la cabeza.

— ¿Vosotros qué creeis? — pregunto a los niños.

— No hay que darle nada a los desconocidos — dice Elias, el pequeño de cinco años mirándola desconfiado.

— Es: no hay que hablar con desconocidos — le explica rodando los ojos Dario, el castaño de diez años. A lo que Elias le saca la lengua, consiguiendo que todos nos riamos.

— Tienes razón, pequeño — dice la señora acercándose a él — me llamo Selen, encantada — se posiciona enfrente ofreciéndole su mano.

— Elias — se presenta regalándole una gran sonrisa — ya le puedes dar galleta — explica mirándome y volviendo a ocasionar la risa de la mayoría.

— Desa Wilson, encantada — me presento extendiéndole la mano que ella gustosa acepta — ¿Las palabras mágicas? — le pregunto con una sonrisa sigiendo el mismo proceso que con los demás.

Después de darle la galleta y que la pruebe, se pasa unos minutos alagando el sabor. Me explica que el doctor acaba de quitarle el azúcar de la dieta, cosa que no le hace gracia.

— No sé cómo lo haré — me dice dramatizando. Me rio internamente porque ese gesto me recuerda a mi amigo Jael.

— Hay productos, como la galleta que acabas de probar, que aún careciendo de azúcar no pierden su sabor — le explico.

— No te creo — niega con su cabeza — no creo que sea posible con todos los productos dulces — me contradice — La mermelada, por ejemplo, sin azúcar no puede ser tan sabrosa.

— Discrepo totalmente — le respondo con una sonrisa — y te lo puedo demostrar — continuo sacando otra galleta de chocolate de la caja y ofreciéndosela — La próxima vez que nos veamos, te llevaré varias mermeladas sin azúcar para que tú misma lo confirmes.

La señora Selen, me mira desconfiada, como si no creyera que eso sea posible. Aún así, coge la galleta y mirando a Elhaia, continua hablando.

— Lo has conseguido con la galleta — afirma oliéndola antes de darle un mordisco — Pero la mermelada...lo veo imposible — sentencia metiéndose otro cacho de galleta en la boca otra vez.

Antes de que le pueda responder, un "toro" enfurecido me sobresalta.

Dulce y sin azúcar añadidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora