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Era medianoche

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Era medianoche. No. Tal vez ya no lo era. Fuera se oía el final de una estrepitosa tormenta. Había llovido sin cesar desde la hora de la cena. Los esporádicos truenos que se camuflaban con la luz de led azulina propiciaban la única claridad dentro de aquel cubículo desaliñado, que sólo podía llamarse habitación por el hecho de abrigar un añejo colchón de una plaza. Había un armario grande donde guardaba sus ropas y también las gruesas mantas y fundas de cama y una improvisada biblioteca se asomaba a un costado de la ventana, próxima a su escritorio. La computadora que emitía esa característica luz azul llevaba encendida tal vez desde antes que la tormenta empezara.
Park Jimin talló sus ojos soñolientos. El reloj señalaba las cuatro en punto antes del mediodía. Pensó que el tiempo se le había escurrido de los dedos sin pensar, ya no podía llamarse medianoche pero el amanecer se sentía en ese entonces congelado, remoto para siquiera cerciorarse. El único hombre despierto en la residencia a un horario tan poco oportuno tenía veintiséis años. Su cabello de una suave tonalidad plata caía esponjoso como un pastel sobre su frente, mientras aquellos lentes redondos protegían sus iris café de la radiación de diodo.

Café... Necesitaba uno si quería seguir viviendo. A Jimin no le gustaba estresar a su cuerpo físico, se sentía culpable cada vez que dormir no estaba entre sus opciones por un acto irónicamente auto-impuesto. Creía haber dormitado al menos unas tres horas en frente al ordenador. Aunque a veces no entendía su ciclo circadiano, o creía entre-soñar en medio de una lectura, eso podría explicar el dolor que punzaba sus hombros hacia abajo, pero al que podría acostumbrarse con una simple taza de café.
Se levantó con pesadez de la silla giratoria que le faltaba un pedazo de respaldo, dejando ver el relleno naranja. Caminó hasta la cocina a servirse una cuarta dosis del espeso líquido negro, y mientras su boca se enfundaba del amargo caramelo, observó desde el balcón el panorama que ceñía la tormenta. No podía llover toda la vida, pero en aquel momento parecía que el tiempo se detendría ahí mismo. Jimin podía imaginarlo. Incluso llevaba tantas horas despierto que los truenos habían dejado de asustarlo, tal vez ya no podía tener más miedo.

Agarró unas galletas saladas. No era hora de desayunar todavía, lo haría en unas pares de horas. Pero no podía negar los gruñidos de su estómago, quien parecía discutirle que su último bocado había sido ayer a primera noche.
Jimin estaba en un modo deplorable. Su piel estaba cada día más pálida y le faltaba su característica tonalidad durazno en las mejillas. El problema podía deberse a su nuevo proyecto interdisciplinario, pero en realidad se sentía como si cargara años de sucesos en su espalda. Y él era conocido por ser demasiado pequeño.

Se paseó por el angosto comedor, que a la vez hacía de living, mientras oía el propio sonido de sus dientes mordiendo las galletas. Crac, crac. Taehyung estaba durmiendo en la otra habitación. Por suerte, su mejor amigo (tal vez debería llamarle hermano, o alma gemela) tenía un sueño realmente pesado. No, hablando en serio, si ni siquiera los intensos truenos habían sido capaz de despertarlo, o Jimin paseándose de un lado a otro por la casa, mucho menos podía hacerlo las alarmas programadas del celular.
Jimin ya se había acostumbrado a ser él quien entre a su habitación y apague sus alarmas, muchas veces encontrándose ocasiones desagradables, como por ejemplo Taehyung en calzones abrazando su peluche de conejo y con sus ojos abiertos. Era algo extraño.
Pero Jimin se convencía a sí mismo diciendo que la vida de los modelos de revista era de esa forma. Si podría describirlo con una palabra, tal vez sería... Distendida. Como el sentimiento de sentarse al sol a comer mandarinas y observar el paisaje de la ciudad.

4 ᴏ' ᴄʟᴏᴄᴋ  - ʏᴍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora