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Tras una semana de largos intercambios, el día de la presentación del proyecto final por fin había llegado. Para sorpresa de ambos, no sólo recibieron la asertiva del director, sino que el mismo había quedado tan maravillado con la obra que esos dos habían creado que les instó casi de rodillas que debía ser parte de una presentación global.

—Nuestra Facultad de Artes en su totalidad necesita ser testigo de este maravilloso evento de confluencia. Será una excelente ocasión para cerrar el año académico frente al plantel, demostrando prodigiosamente que las artes son más bellas cuando coinciden —ratificó el rector, ajustando su traje—. Y además, no osaría mentirles, señores Park y Min... Ansío presenciar una estética como la suya con mis propios sentidos.

No tuvieron más opción que, completamente avergonzados por el final inesperado, ceder a su petición.

—Así será, señor rector —Park hizo una reverencia, seguido elegantemente por el profesor de música.

Tras el arduo proceso de cierre de notas, el día anterior a la llegada del invierno llegó a la Facultad de Artes. El ciclo lectivo daría una pausa, por lo que aquel evento interdisciplinario que reunía a la totalidad del alumnado y el plantel también marcaría el inicio de las vacaciones de invierno. Todos estaban más que emocionados de presenciar aquella ansiada colaboración, los rumores habían corrido como ráfagas entre los alumnos, siendo los más entusiasmados los de música y letras, que aunque ya habían entregado sus proyectos y recibido sus respectivas notas, no habían tenido el honor de ser testigos del trabajo que sus propios profesores habían hecho. Por eso animaban desde las primeras filas de la inmensa sala de juntas de la Facultad, la cual asemejaba un teatro victoriano por el mismo enfoque romanticista de la institución.

El auditorio de mayor jerarquía rodeaba el escenario en plateas que formaban un medio círculo, mientras por otro lado el alumnado tomaba las butacas del centro. El lugar era tan enorme que petrificaba, los perfilados dorados que adornaban el cielorraso de madera y los vitrales te hacían sentir en un verdadero palacio inglés. Las lámparas de araña rodeaban cada espacio, recordándole cálidamente y a cada segundo a Yoongi, porque todo parecía oler a él, tan clásico, tan romántico y sublime como el sentimiento de verlo arreglar su traje ahora mismo, oculto tras el telón granate de un escenario cubierto de un añejo dorado por los años sin utilizarse. La iluminación mandarina se convertía en un profundo cobre bajo el decorado de la escena que sólo ellos veían, entonces cuando su deífica presencia volvió a ser parte de la suya, todo parecía pronunciar un rosado poema de Shakespeare bajo las sombras. Jimin estaba maravillado.

Detrás del telón, todavía cerrado a la espera, yacía el negro piano de cola de la Facultad, que tan bien combinaba con su hombre que se sentía estremecer y ni siquiera había hecho sonar tecla alguna. Ahí estaba Yoongi, arreglando el moño negro que creía torpe en su cuello, pero en realidad le sentaba tan majestuoso sobre su camisa blanca perfectamente lisa, cubierta por un delicado traje negro ajustado a sus hombros. ¿Cómo es que ese hombre podía ser tan bello y artístico en su presencia? Le dolía, admirarlo le dolía a la par que lo conmovía profundamente, quizá sólo estaba sensible por todas las colaboraciones que se habían presentado antes de la suya y habían vidriado sus ojos en silencio, en especial la de Kim Namjoon y Kim Seokjin.

Pero no podía. No podía contentarse viendo su espalda recta frente al piano, haciendo lo que él alegaba era calentar los músculos y pequeñas articulaciones, sumamente importante antes de tocar para evitar lesiones. Las argollas plateadas que de sus lóbulos prendían era lo único que iluminaba sus oscuras prendas, su cabello negro como la noche y su diáfana presencia.

Jimin estaba a su lado, practicando su más hermosa poesía sin practicar, ¿cómo hacerlo si ésta era referida a él? A ese hombre que enloquecía los latidos de su corazón y se robaba suspiros sin piedad.