Capítulo 1

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Alessa

El sol de Sídney era deslumbrante en el balcón. Recargué mi cadera en el pasamanos forjado y saqué un cigarrillo de la caja para deslizarlo entre mis labios. Entorné los ojos como si eso ayudaría a tener más cerca la imagen del océano que se miraba muy a penas a lo lejos. Hurgué en mis bolsillos buscando lo único que me faltaba. Dejé de intentar ver el océano y me concentré en encontrar el encendedor hasta que algo llamó mi atención.

Como si lo sintiera, me di cuenta que este chico larguirucho, de piel blancuzca y cabello rubio me miraba desde los caminos en los jardines que conectaban los edificios habitacionales. Al instante en que se percató que lo había cachado viéndome, decidió que era momento de abandonar su vista de mí. Tomé el cigarrillo entre mis dedos, incliné mi cabeza y entorné mis ojos con esa mirada a la que le llaman «sensual».

El rubio andaba en bicicleta junto a otro chico de cabello oscuro «su amigo» pensé. Cargaban sus maletas, el rubio con un estuche de guitarra en la espalda. Parecía que tenían mucho que contar, hablaban. El rubio alzó la mirada, me hice la loca fingiendo que no lo miraba inclinándome con los codos en el pasamanos. Y cuando decidí volver a mirarlo, desvió su mirada y entonces las maletas volaron.

El rubio había chocado contra esta chica de falda rosa y chanclas de peluche. Su amigo de cabello oscuro tiró su bicicleta a un lado del jardín y ayudó al rubio con sus maletas mientras el rubio pedía disculpas por el incidente. La chica de las chanclas peludas parecía molesta. Batió su mano y se fue muy enojada. El rubio se precipitó a su ropa que yacía en medio del camino de baldosas y el jardín. Echó su camiseta de Kurt Cobain y cerró la maleta. Se echó la guitarra a la espalda y ambos chicos siguieron su camino hasta desaparecer de mi vista.

Sonreí.

Mis dedos dieron con el encendedor. Llevé el cigarrillo a mis labios y calé mientras sonreía.

De pronto la puerta de mi habitación se abrió de golpe. Saqué el cigarrillo de entre mis labios y lo lancé por el balcón. Me volví. Era una chica. No el tipo de chica que creerías que encontrarías por aquí, como el tipo de chica de las chanclas peluche. Esta chica vestía totalmente de negro y morado.

Abrió la puerta en su totalidad y caminó hasta la cama dejando su pequeña mochila de púas sobre las sábanas. «¿Qué demonios?». Caminó hasta la puerta trayendo consigo dos enormes maletas y las dejó al lado de la cama y la cómoda. Levantó una de sus maletas tirándola a la cama y la abrió para tomar un puño de su ropa y comenzar a meterla en el closet de al lado.

Me adelanté y me planté.

-Asique, ¿tú eres mi nueva compañera de habitación? -dijo tirando sus blusas negras con púas a uno de los cajones-. Pues mira, no hay mucho que decir más que solo no toques mis cosas, no me importa tu vida, y tampoco quiero que te acuestes con tus futuros novios en mi cama, no quiero despertar y estar oliendo los pequeños de tus novios.

«¿Perdón que?»

-¿Okey? -dijo dejando su maleta a medias. Se volvió y me miró.

La chica era pequeña y de piel bronceada. Llevaba su melena gruesa y oscura amarrada en su coronilla con una cola alta y el cepillo tan recto y corto como lo llevarían las argentinas. Su blusa negra de una manga caída hacía juego con su short corto militar oscuro, sus mallas negras y las botas militar de charol. Daba la impresión de que quería parecer una chica mala, era solo que la estatura no le ayudaba.

Alzó una ceja mirándome como si yo fuera algo raro.

-¿Hola? -dijo haciendo un gesto de pregunta con su mano.

ENTRE NUBESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora