Capítulo 5

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Alessa

Al entrar a casa en Manhattan, todo parecía igual. Todo estaba justo donde había quedado cuando viajé a Sídney. Había sido un vuelo largo, por lo que había dormido todo el tiempo hasta justo ahora que estaba por salir. No se me permitía hacerlo hasta que mi madre viniera y me regañara, pero eso era lo de menos, tenía otras urgencias. Le dije al guardaespaldas que saldría y se negó. Le dije que lo acusaría de privación de libertad y ahora me llevaba hacia Falls, la discoteca de turno. Los vestidos no eran mi fuerte, pero siempre me salvaban los vestidos negros de encaje.

—¡Oh por Dios! —gritó Nahomy—. ¡Pero miren quien está de nuevo en la ciudad!

Me adelanté hasta donde ella.

—¡Hola! —gritó Carol—. ¡Venga, dame un abrazo!

—Las malas lenguas decían que la adicta estaba de nuevo en la ciudad y les dije que no lo creería hasta que lo viera con mis propios ojos —gritó Nahomy, la música retumbaba.

—Eso parece —le dije.

—David, ella es Alessa —me presentó Carol—. Alessa, él es David, mi amado novio.

—¡Gusto de conocerte, Alessa! —dijo David acercándose para saludarme de beso en la mejilla—. ¡He escuchado mucho de ti!

—¡Solo le he contado lo necesario! —dijo Carol.

Negué con la cabeza dedicándole una sonrisita.

—¿Me tienes algo? —fui al grano.

—¿Tan temprano? —Nahomy pidió dos tragos—. ¿Es que no hay producto en Inglaterra?

Una chica desocupó la butaca junto a Nahomy y me senté.

—Entonces, ¿tienes o no? —tomé el trago y lo empiné.

—Ha subido de precio —dijo pidiendo otros dos tragos.

—¿Y cuándo me ha importado eso? —tomé el otro trago, brindamos y bebimos.

—Siempre tengo para mi clienta favorita —sacó una cajetilla, intercambiamos y salté de la butaca después de despedirme de Carol que hizo un puchero.

El padre de Nahomy era el dueño de Falls. Ella no tenía necesidad de vender drogas, pero le gustaba el dinero. Y a mí la hierba.

Solía comprarla y armar los porros cuando Nahomy comenzó su pequeño negocio. Ahora vendía las cajetillas, como un producto procesado y fino.

Mientras que Carol era mi amiga de juerga, a quien había conocido en Saint John, un internado de monjas en Providence. Una chica que no se perdía ni un día de fiesta.

Volví a casa. Me encerré en la habitación y fumé hasta quedarme dormida. Y así fue mi semana hasta el sábado por la mañana que me encontraba sentada en el sillón frente al televisor tratando de ingerir algunas pastillas para sentirme mejor.

—¡¿Qué significa esto, jovencita?! —dijo mi madre tirando a la mesa de café una revista de cotilla recién sacada de la editorial.

La ignoré bebiendo agua y mirando la revista.

—¡Explícame!

"Alessa O'Briend, ¿alcohólica?" era el título secundario de la revista. No era una polémica, pero a mi madre la sacaba de quicio. Había una foto de mí siendo cargada por tres guardaespaldas. El cuarto abría la puerta del auto. Me veía horrible, y el vestido plateado que dejaba ver uno de mis pechos al aire, con el pezón cubierto por pixeles, lo empeoraba.

ENTRE NUBESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora