Capítulo 4.

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- Dios como odio a Shakespeare.

- Eso salió de la nada - respondió Marina, cuando el viejo ascensor se detuvo en el piso 12.

Cuando salieron al deteriorado pasillo que conducía al apartamento de la mama de Luisita, la rubia dejo salir un gruñido frustrado.

- Lo siento, es que el maldito informe me esta volviendo loca. Estuve despierta toda la noche, y todavía no termino. Soy un asco escribiendo.

- Mira el lado bueno, hoy vendí dos de tus fotografías y un boceto - Luisita se ilumino con la noticia.

- ¿Sí? - llamó a la puerta marcada con el numero 122C. - ¿Cuando pensabas decirme eso?

- Iba a esperar... - Marina se encogió de hombros -... hasta la próxima vez que te enfadaras conmigo pero pensé que este era un buen momento.

Antes de que Luisita haya tenido la oportunidad de responder, la puerta se abrió y Manuel retuvo a su hermanastra en sus brazos y la abrazó fuertemente. Besó su mejilla unas cuantas veces antes de permitirle zafarse.

- ¡Llegó la fea! - anunció. Recibió una palmada en el brazo.

- Oh, no deberías hablar, Sr. Feo - Luisita contrarresto en broma.

Manuel no era nada feo, y ella estaba segura de que él lo sabía. Han pasado unos meses desde que lo había visto por última vez, y cuando se volvió a abrazar Marina, Luisita tuvo la oportunidad de observar lo bien que se veía.

Su pelo castaño era ligeramente más corto que cuando lo había visto por última vez. Se veía mas alto y fornido de lo que recordaba.

- ¿Has estado haciendo ejercicio?

Manuel le guiño un ojo. Se incorporó de un salto flexionando el brazo como prueba. Luisita miró rápidamente a Marina que estaba abanicándose. Ella
se echo a reír.

Manolita salio a mirarlos un segundo después. Se seco
las manos sobre la falda mientras caminaba hacia ellos.

- Mi hijita - Luisita la saludó con un beso en la mejilla y, a continuación se dirigió a saludar Marina. Al saludarlas, dijo - Marcelino y Marisol fueron a la tienda por algunos comestibles. Ellos vuelven enseguida - se dirigieron a la sala de estar - Ven, siéntate. Les traigo algo de beber.

Luisita se sentó como le dijeron y paso su vista por el apartamento. Era pequeño según todos los cánones. En la sala apenas entraba el sofá en el que estaba sentada. Pero era su hogar. Pinturas y fotos enmarcadas de España decoraban las paredes. Marcelino y Manolita se habían mudado a Nueva York al poco tiempo de casarse.

- Entonces, ¿cómo esta el mundo del arte en estos días?

Luisita miró a Manuel con sus curiosos ojos marrones y se encogió de hombros. No quería decir que había llegado al final de un camino creativo.

- Bien - dijo en lugar su y trató de convencerse a sí misma que no era mentira. Es casi demasiado fácil olvidar que no había hecho nada en semanas.

- He vendido algunas de sus cosas hoy en día mientras se encontraba en clases - se jactaba con orgullo Marina - Y mucha gente se detuvo a contemplar su arte.

- No hay dinero en el arte - anunció Manolita, que regresaba de la cocina con una bandeja de jugo de naranja - Pero nadie escucha a su madre.

- Yo te escucho mamá - Luisita sonrió, aceptando una copa.

- ¿Tú me escuchas? - y su madre entrecerró los ojos. Coloco la bandeja y se sentó en el sofá al lado de Manuel - ¿Cuántas veces te he dicho a que te pongas algo agradable? No sé cómo Sebastián sale contigo si te ves así todo el tiempo.

El lado ciego del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora