Capítulo 6.

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Estaba lloviendo el día que Luisita decidió visitar a su hermanastro, y estuvo a punto de aplazarlo para otro día. Se situó a la entrada de su apartamento, con un paraguas sobre su cabeza, mirando como los baches en la carretera se llenaban de agua sucia. Había considerado dar vuelta atrás, ponerse su pijama y pasar el día asegurándose de que por las ventanas de su dormitorio no se fugase agua.

Entonces recordó la cara de Manuel el día en que se había confesado en el apartamento de sus padres, y sabía que no podía esperar otro día para hablar con él. Ya había esperado demasiado tiempo.

Durante el viaje, había esbozado al hombre sin hogar durmiendo estirado en los asientos delante de ella. En su camino fuera del tren, escondió un paquete de galletas bajo el brazo, se sintió triste de no haber tenido nada más para darle.

El viento fue aumentando en su camino al edificio de Manuel, haciendo obsoleto su paraguas. Tratando de distraerse a sí misma de la lluvia, trató de pensar en qué decirle a Manuel una vez que llegaba a donde iba. No podía pensar en una sola cosa que decir más allá de, "Lo siento."

La posibilidad de que podría incluso no estar en casa no paso por su mente hasta que estaba a una cuadra de distancia. Podría haber llamado, Luisita lo sabía. Podría haber llamado y hecho todo esto por teléfono. Podría haberse salvado a sí misma del viaje, salvarse a sí misma de la vergüenza de hacer frente a su hermanastro casi dos semanas después de su anuncio, pero le debía más que una conversación telefónica. Le debía, al menos, un abrazo.

Una mujer con tres de sus hijos fueron saliendo de la construcción cuando Luisita se acercó, y uno de los niños fue lo suficientemente bueno para mantener la puerta abierta a fin de que la rubia pudiera escabullirse. Agradeció al muchacho con una sonrisa, y expresó su agradecimiento a la madre, que parecía más irritada que satisfecha por la valentía de su hijo. Luisita culpo al tiempo.

El paraguas iba dejando un rastro de gotas de lluvia en el piso mientras se dirigía hacia adentro. Se formó un charcofrente a sus pies mientras esperaba frente al apartamento de Manuel, mirando nerviosamente a los torcidos negros números en la puerta pintada de color blanco. Podía escuchar la música proveniente del otro lado. Después de un momento, Luisita golpeó.

La música se hacia más fuerte a medida que la puerta se abría, y Luisita miraba estúpidamente a los ojos azules que la observaban atrás de ella.

- ¿Sí? - dijo un chico que Luisita no reconoció.

- Hola, lo siento, estoy buscando a Manuel Gómez - dijo, por si había llegado de alguna manera a la puerta equivocada, o si Manuel se había trasladado sin decírselo a nadie.

- ¿Y tu eres...?

- Luisita Gómez - dijo - Yo...

- ¡Oh, Dios mío! - dio un gritó, aumentando el tono de su voz y su comportamiento cambio a la de una agradable sorpresa - ¿Eres Luisita? ¿Esa Luisita? - él dejo la puerta abierta y paso la vista a la rubia de arriba y abajo - Cariño estás incluso más sexy que en tus fotos - sonrió y extendió su mano - Soy Mark.

Luisita estaba segura de que faltaba algo, pero le estrecho la mano de todos modos.

- Sé que no tienes idea de quien soy... - dijo - ...pero yo sé todo sobre ti. Entra, Manuel no está aquí ahora mismo, pero te invito a espéralo. Estás empapada. ¿Quieres una toalla o algo? - desapareció en un cuarto, y la música se detuvo abruptamente.

- Ah, no, gracias. Estoy bien - dijo Luisita cuando apareció Mark y dijo:

- ¿Quieres café? ¿Té? - Mark se trasladó hacia la cocina, que estaba inmediatamente a la izquierda de la entrada. Acerco un taburete junto al mostrador, e invito a Luisita a tomar asiento - Él va a estar tan feliz de verte. Ha estado todo deprimido desde que le salió a tu familia, y he estado diciéndole: "Cariño, tienes que darles tiempo. Ellos van a venir", y aquí estás, para probarlo - él arqueo una ceja, con una mirada confusa - ¿Dijiste café?

El lado ciego del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora