Capítulo 33.

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Para consternación de Amelia, un par de paparazzi las siguieron a la tienda de abarrotes, armados y listos con su arsenal habitual buscando llamar su atención:

- ¡Amelia, aquí! - ¿Cómo estuvo Nueva York?

Y la nueva adición de la colección:

- ¿Amelia, quien es tu amiga?

Ella no les hizo caso y dio instrucciones a Luisita a hacer lo mismo, hicieron así su camino al interior. Los chicos se demoraron por las puertas automáticas, pero no siguieron.

- Siento eso - dijo a Luisita una vez que había llegado a un lugar de intimidad.

- Creo que deberíamos acostumbrarnos a ello - Luisita parecía imperturbable y Amelia estaba aliviada de que el estado de ánimo entre ellas no había cambiado - Así que supongo que el título de la foto dirá algo como: "Amelia Ledesma y su amiga desconocida se detienen para comprar comestibles."

- Podemos decirles que iba con mi amante lesbiana, si prefieres.

Luisita asintió pensativa mientras se dirigían hacia la sección de productos.

- Tiene que sonar mejor que eso, tienes que admitirlo.

Amelia sonrió, en parte por la perspectiva divertida, pero sobre todo feliz de estar allí, empujando un carrito de compras con Luisita a su lado. Si se esforzaba lo suficiente, casi podía fingir que eran como cualquier otra pareja comprando los mandados de la semana.

A ella le gustaba la idea. Le gustaba la facilidad con la que estos momentos de rutina se metían en su relación, envolviéndolos en una temporal pero reconfortante ilusión de normalidad.

- Nunca me hiciste las hamburguesas vegetarianas supuestamente increíbles.

- Entonces vamos a hacerlas esta noche - dijo Amelia alegremente.

- ¿Nosotras?

- Sí, nosotras - dijo ella, de repente vertiginosa con la idea de cocinar juntas - ¿Marina y Mark no comen hamburguesas vegetarianas?

- Yo no sé sobre Mark, pero Marina come cualquier cosa. ¿A qué hora vienen todos?

- Siete - dijo Amelia, y tomó su móvil para mirar la hora. Miró pensativamente a Luisita - Tal vez deberíamos decirles siete y media. ¿Qué te parece?

Luisita respondió con una sonrisa.

- Creo que deberíamos haber dejado a nuestros amigos en Nueva York.

La respuesta hizo reír a Amelia y recordó al instante su conversación anterior. En verdad, sus pensamientos no se habían alejado mucho del tema de los arreglos para dormir... y otras cuestiones conexas. Se mordió los labios mientras su nerviosismo volvía. Luisita podría haber hecho el amor un centenar de veces en su cabeza  una admisión que hacia acelerar el pulso de Amelia cada vez que pensaba en ello, pero ahora Amelia había perdido la cuenta de cuántas veces había imaginado a Luisita desnuda.

Si la experiencia sexual fuera concedida sobre la base y la frecuencia de las propias fantasías privadas, entonces ella no tenía nada de qué preocuparse.

- ¿Tomates?

Amelia parpadeó en la fila multicolor de verduras en frente a ella, dándose cuenta de que Luisita le había hablado a ella y que ella se lo había perdido.

- Lo siento. ¿Qué?

En lugar de repetir la pregunta, Luisita la estudió con curiosidad.

- ¿Qué estabas pensando justo ahora?

El lado ciego del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora