Capítulo 34.

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Te quiero, Luisita pensaba una y mil veces por la noche.

Hubieron otros pensamientos, pensamientos demasiado llenos de pausas, separados por jadeos, gemidos y gritos de placer, pero no podía recordarlos. Lo que ella recordaba era darse cuenta de que le encantaba todo lo relacionado con Amelia. Amaba su cuerpo, su piel y la forma en que sostenía a Luisita más fuertemente cuando llegaba.

Le encantaba la forma en que Amelia la tocaba, con una mezcla de desconfianza y confianza. Amaba a las manos de Amelia y sus dedos y su lengua; definitivamente su lengua.

Luisita, abrió la boca para hablar, decir algo como: "Me
matas" ,pero todo lo que salió fue un sonido incomprensible. Su cuerpo se sentía como gelatina, pero más pesado, como una roca de gelatina. Su mente flotaba. Ella estaba al tanto de las hojas húmedas por debajo de su espalda, el hecho de que el tiempo se había movido hacia adelante y hasta la madrugada. Pero sobre todo, era consciente de Amelia. De la boca de Amelia plantándole besos en sus muslos... en su cadera... en su estómago.

Luisita, abrió los ojos para encontrar a Amelia mirándola, y cualquier pensamiento coherente que había formulado en su mente murió. Se sentía sin aliento. Quería decir demasiadas cosas a la vez, a derramar hasta la última de sus emociones y hacer entender a Amelia que esta noche y cada segundo la había llenado de felicidad incontenible.

Quería dejar escapar las promesas y declaraciones de un paseo sin control. Pero estaba lo suficientemente lúcida para saber que todo eso era tal vez demasiado en esta hora de la mañana, y tal vez demasiado en general.

- ¿Qué estás pensando? - preguntó Amelia.

- Estoy pensando... que quise decir lo que dije antes.

- El 'oh, sí, ahí mismo'? Me di cuenta.

- Antes de eso.

- ¿Que amas mis pechos?

- Sí - ella sonrió - Por supuesto eso. Y también, que te quiero a ti.

La declaración sonó fuerte en el relativo silencio de la habitación. Ella había dicho estas palabras antes, en un vulnerable no muy lejano pasado, a otra persona por completo, pero nunca lo había sentido al tiempo que les decía. Nada en esta noche o sobre la relación se sintió como todo lo que había vivido antes, y que era a la vez excitante y aterrador.

Amelia sonrió y Luisita se derritió un poco con la vista. Cambio de postura y se tumbó contra el costado de Luisita, apoyando la cabeza sobre el pecho de la artista.
Luisita contuvo el aliento al sentirla. Nunca se cansaría de ello, pensó. Ya era adicta.

- Tu corazón está latiendo muy rápido.

- No puedo imaginar por qué - dijo Luisita - No es que haya una chica muy sexy desnuda acostada sobre mi ni nada.

- Correcto.

- En serio. Cuando te miras al espejo no piensas de ti misma como: "Dios, soy tan maravillosa. Cómo se me permite existir entre los mortales?"

Amelia se echó a reír.

- ¿Es eso lo que piensas cuando te miras en el espejo?

- Oh, sí - dijo Luisita - Y entonces pienso: "Amelia Ledesma tiene la suerte de tenerme."

- Amelia Ledesma es de hecho muy afortunada.

Yo soy la afortunada, pensó, pero no lo dijo. Luisita quería decir muchas cosas de nuevo y ninguna de ellas sonaba bien en su cabeza, lo que significaba que sonaría aún peor en voz alta. Esta noche ha sido increíble y no tenía palabras para expresar cómo se sentía por todo. Tocar a Amelia se sentía como un regalo. Sólo tener a Amelia se sentía como un regalo.

El lado ciego del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora