Capítulo 5.

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Luisita tenía seis años de edad el día que su padre se fue. Ella se había sentado en los escalones del frente de su pequeña casa, mirando a sus dos hermanos desde el otro lado de la calle, tirar una pelota de fútbol ida y vuelta. Recordaba que, el más joven de los dos, empujó a su hermana en un charco de agua sobrante de una larga semana de lluvia. Se habían gritado y tirado golpes el uno al otro, hasta que su madre vino corriendo de la casa agitando un cinturón de cuero en una mano. Los niños entonces corrieron en direcciones opuestas, fue genial como lo recordaba

Luisita había visto a su madre enrollar el cinturón alrededor de su mano (de manera que Luisita se imagino que era un caracol) y volver a la casa. Aún sin tener nada que ver, la rubia se vio obligada a escuchar. Detrás de ella, en el interior de la puerta de su propia casa, su hermano lloraba, y su madre y su padre gritaban. Entonces, sin previo aviso, todo se detuvo.

En el repentino silencio, el pantallazo de la puerta sonaba más fuerte que de costumbre. Los pasos de su padre fueron ahogados por el doloroso chillido de la puerta oscilando a cerrarse. El iba caminando pero se dio vuelta con el último paso. "Lo siento, Luisita", dijo, antes de seguir caminando.

Desde entonces, su única comunicación con su padre había sido a través de cartas, ocasionales correos electrónicos, y en los controles que enviaba cada mes. Era fiel a su contribución financiera como él nunca podría estar en su matrimonio con su madre. Ella nunca podría odiar a su padre, Luisita lo sabía, pero todavía no lo había perdonado. Catorce años no es suficiente para reparar ese tipo de herida. Tal vez no quería aceptarlo durante esta vida.

Su último e-mail parpadeaba en la pantalla de su portátil, y Luisita leyó sin responder. ¿Estaba ella bien Seguro. ¿Había recibido su último cheque? Sí. ¿Qué había nuevo? Bueno, entre otras cosas que mi hermanastro es gay, no mucho.

- Te ves feliz esta noche - Marina caminó en la habitación donde estaba metida Luisita y se sentó con las piernas cruzadas sobre la cama - ¿Deberes?

- Padre.

- Ah - Marina asintió, y abrió la lata de refresco que tenía en la mano. Después de un largo sorbo, pregunto - ¿Hay alguna novedad de tu familia acerca de ya sabes- admitir que es, ya sabes qué?

Luisita suspiró, y coloco su portátil junto a ella en la cama e inclinada hacia adelante.

- Estoy bastante segura de que han pasado a la completa negación en este momento. Mamá llamo antes y ni siquiera lo menciono. Es como si nunca hubiera sucedido.

- ¿Entonces, qué? ¿Sólo van a pretender que es normal?

- Realmente no sé.

- ¿No has hablado con Manuel aún?

- No. Sinceramente, no tengo idea de qué decirle.

- Estoy segura de que a él no le importa lo que digas, siempre y cuando sepa que lo apoyas - Marina sacudió su cabeza hacia un lado - ¿Lo apoyas, no?

- ¡Claro que sí! - Luisita miro seriamente a su mejor amiga - Es sólo... es Manuel, ¿sabes? Manuel. Tenia una imagen de él... sabes...

- Teniendo en cuenta eso de...

- ¡Aaargh! - Luisita cubrió sus orejas estaba segura de que no era eso lo que quería decir - Eso no es realmente lo que quise decir. Yo simplemente no me imaginaba que él, sea gay.... Él es mi Manuel. Mi hermanastro... solo Manuel.

- Muy sexy...

- Hermanastro.

- ¿Por qué siempre los sexys son gays? ¿Cómo va a sobrevivir la raza humana si sólo la gente es fea, sabes? - haciendo una pausa - La presente compañía excluida, por supuesto.

El lado ciego del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora