Ένα

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Seungmin.

Por cada año de vida, un corazón.


Hay diecisiete escondidos en la arena de mi habitación. De cuando en cuando, araño la grava, sólo para comprobar que siguen allí. Enterrados en lo profundo, sangrientos. Cuento uno por uno, para estar seguro de que ninguno haya sido robado en medio de la noche. No es un miedo tan extraño. Los corazones son poder, y si hay una cosa que mi especie anhela más que el océano, es el poder.

He escuchado cosas: historias de corazones perdidos y mujeres arponeadas, fijas para siempre al fondo del océano, como castigo por su traición. Abandonadas a su sufrimiento hasta que su sangre se convierte en sal y se disuelven en espuma marina. Éstas son las mujeres que toman el botín humano de los suyos. Las nereidas son más peces que humanos, y la parte superior de sus cuerpos coincide con las decadentes escamas de sus aletas.

A diferencia de las sirenas y tritones, las nereidas tienen vainas y ramas azules en lugar de cabello, con una mandíbula que les permite estirar la boca hasta alcanzar el tamaño de un bote pequeño y engullir tiburones completos. Su carne de color azul oscuro está salpicada de aletas que se extienden por sus brazos y espaldas. Tan peces como humanas, con la belleza de ninguno.

Tienen la capacidad de ser letales, como todos los monstruos, pero mientras las sirenas y tritones seducen y matan, las nereidas se mantienen fascinadas por los humanos. Roban baratijas y siguen las naves con la esperanza de que algún tesoro caiga de sus cubiertas. A veces, salvan las vidas de los marineros y no reciben nada sino fruslerías a cambio. Y cuando estas roban los corazones que guardamos, no es por el poder. Es porque piensan que si comen los suficientes, podrían convertirse en humanas.

Odio a las nereidas.

Mi cabello está desordenado, tan rojo como mi ojo izquierdo y sólo el izquierdo, por supuesto, porque el ojo derecho de cada tritón es del color del mar en el que nació. En mi caso, se trata del gran mar Diávolos, con aguas de manzana y zafiro. Una selección de ambos que no logra ser ninguno de los dos. En ese océano se encuentra el reino marino de Keto.

Es un hecho bien conocido que los seres marinos son hermosos, pero el linaje de Keto es real y con eso viene su propia belleza. Una magnificencia forjada en el agua salada y la realeza. Tenemos pestañas nacidas de virutas de iceberg y labios pintados con sangre de marineros. Es sorprendente incluso que necesitemos nuestra canción para robar corazones.

—¿Cuál tomarás, primo? —pregunta Minho en psáriin.

Él se sienta a mi lado en la roca y mira la nave en la distancia. Sus escamas son de un profundo castaño rojizo y su cabello rubio apena llega detrás su cuello, recorrido por una trenza de algas anaranjadas al costado.

—Eres ridículo —respondo—. Ya sabes cuál.

El barco navega ociosamente a lo largo de las tranquilas aguas de Adékaros, uno de los muchos reinos humanos que he prometido liberar de un príncipe. Es más pequeño que la mayoría y está hecho de la madera escarlata que representa los colores de su país.

Los seres humanos disfrutan alardear de sus tesoros por el mundo, pero eso sólo los convierte en el blanco perfecto para criaturas como Minho y yo, que podemos detectar fácilmente un barco real. Después de todo, es el único en la flota con la madera pintada y la bandera de tigre. El único buque en el que navega el príncipe de Adékaros.

Presa fácil para aquellos que buscan cazar.

El sol pesa sobre mi espalda. Su calor presiona mi cuello y hace que mi cabello se pegue a mi piel húmeda. Me duele el hielo del mar, tan fríamente afilado que se siente como gloriosos cuchillos en cada hendidura entre mis huesos.

Condenado [HyunMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora