Έντεκα

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Hyunjin

Mis sueños están llenos de sangre que no es mía. Nunca es mía, porque soy tan inmortal en mis sueños como parezco serlo en la vida real. Estoy hecho de cicatrices y recuerdos, y ninguno de ellos es relevante.

Han pasado dos días desde el ataque, y el rostro de la sirena atormenta mis noches. O lo poco que recuerdo de él. Cada vez que intento rememorar un solo momento, todo lo que veo son sus ojos. Uno como el atardecer y el otro como el océano que tanto amo.

La Perdición de los Príncipes.

Estaba aturdido cuando desperté en la playa, pero podría haber hecho algo. Estirarme por el cuchillo que llevo en mi cinturón y dejar que bebiera su sangre. Estrellar mi puño sobre su mejilla y sujetarla mientras un guardia salía a buscar a mi padre. Podría haberla matado, pero no lo hice, porque ella es maravillosa. Una criatura que me ha eludido por tanto tiempo y luego, finalmente, aparece. Pude conocer un rostro del que pocos hombres viven para hablar.

Mi monstruo me encontró y yo voy a encontrarla otra vez.

—¡Es un ultraje!

El rey irrumpe en mi habitación, con el rostro encendido. Mi madre flota detrás de él, vistiendo un kalasiris verde y una expresión exasperada. Cuando ella me ve, su ceño se frunce.

—Ninguno de ellos puede decirme nada —dice mi padre—. ¿De qué sirven los vigilantes marinos si no custodian el maldito mar?

—Cariño —mi madre coloca una mano gentil sobre su hombro—, ellos buscan naves en la superficie. No recuerdo que les hayamos dicho que nadaran bajo el agua y buscaran sirenas.

—¡Debería ser evidente! —mi padre está indignado—. Iniciativa es lo que necesitan esos hombres. Sobre todo, con su futuro rey aquí. Deberían haber sabido que la perra del mar vendría por él.

—Radamés —lo reprende mi madre—, tu hijo preferiría tu preocupación a tu ira.

Mi padre se vuelve hacia mí, como si de pronto se diera cuenta de mi presencia, a pesar de que está en mi habitación. Puedo ver el momento en que nota la línea de sudor que cubre mi frente y se filtra de mi cuerpo a las sábanas.

Su rostro se suaviza.

—¿Te sientes mejor? —pregunta—. Podría buscar al médico.

—Estoy bien —mi voz ronca delata la mentira.

—No lo parece.

Niego con la mano. Odio sentirme como un niño otra vez, que necesita que mi padre me proteja de los monstruos.

—No creo que nadie luzca muy bien antes del desayuno —le digo—. Y apuesto a que aun así podría conquistar a cualquiera de las mujeres en la corte.

Mi madre me lanza una mirada de amonestación.

—Voy a despedirlos a todos —dice mi padre, continuando con sus pensamientos como si mi enfermedad no le hubiera dado una pausa—. Cada vigilante marino es una vergüenza.

Me apoyo contra la cabecera.

—Creo que estás exagerando.

—¿Exagerando? ¡Podrías haber sido asesinado en nuestra propia tierra a plena luz del día!

Me levanto de la cama. Me balanceo un poco, inestable, pero me recupero lo suficientemente rápido para que pase desapercibido.

—Apenas culpo a los vigilantes por no haberlo visto —digo mientras levanto mi camisa del suelo—. Se necesita un ojo entrenado.

Lo cual es verdad, por cierto, aunque dudo que a mi padre le importe. Ni siquiera parece recordar que los vigilantes cuidan la superficie en busca de naves enemigas y no se les exige, de ninguna manera, que busquen debajo de la superficie a diablos y demonios. El Saad es el hogar de los pocos hombres y mujeres del mundo lo suficientemente locos para intentarlo.

Condenado [HyunMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora