Δεκαεννέα

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Seungmin

Cuando la luz se rompe en la orilla de Eidýllio, hay un destello rosa que rasga el cielo. El sol brilla contra el horizonte, rodeado por un matiz milagroso de rojo disminuido, como coral derretido. Soy extraído de las profundidades de mi jaula hacia la luz, donde hay una explosión de calidez y color, como nada de lo que haya atestiguado antes. Hay luz en cada esquina de la tierra, pero en Eidýllio parece más cercana a la magia. Esa magia que forjó el cuchillo de Hyunjin y el tridente ceniciento de mi madre. Los sueños se transformaron en algo más poderoso que la realidad.

Al otro lado de los muelles, la hierba es del color de los gobios neón. Una pradera flota en el agua. Los tallos de enebro brotan como fuegos artificiales, el rocío cuelga de sus puntas en pequeñas gotas indestructibles. Son esferas de luz que guían el camino de regreso a la tierra.

Me doy cuenta de que entré en calor. Es una sensación nueva, lejos del cosquilleo de hielo que me encantaba como una sirena y del intenso frío que sentí en mis dedos humanos a bordo del Saad. Ya me quité la camisa húmeda de Hyunjin, que se había adherido y secado contra mí como una segunda piel. Ahora uso un vestido blanco andrajoso, amarrado a la cintura por un cinturón tan grueso como una de mis piernas, y grandes botas negras que amenazan con tragar mis nuevos pies por completo.

Changbin da un paso a mi lado.

—La libertad está a tu alcance —dice. Le lanzo una mirada desdeñosa.

—¿Libertad?

—El capi planeaba liberarte una vez que llegáramos aquí, ¿no? Sin manchas, sin quemaduras.

Reconozco el dicho. Es una frase de Kléftes, del reino de los ladrones —sin daño, sin problemas—, utilizada por los piratas que saquean las naves y cualquier tierra en la que atracan. A menos de que alguien sea asesinado, en Kléftes no se considera que se haya cometido un crimen con los saqueos. Sus piratas son fieles a su naturaleza y no prestan atención a las misiones nobles y las declaraciones de paz. Navegan por el oro y el placer, y por el dolor que causan al tomarlo. Si Changbin es de Kléftes, entonces Hyunjin eligió bien a su tripulación. Lo peor de lo peor para que sean sus mejores hombres.

—¿Cuánto confías en tu príncipe? —pregunto.

—No es mi príncipe —dice Changbin—. No es ningún tipo de príncipe en este barco.

—Eso lo puedo creer —digo—. Ni siquiera fue amable cuando ofrecí ayuda.

—Seamos sinceros —dice Changbin—, tú sólo estás buscando ayudarte a ti mismo.

—¿Hay alguien vivo que no haga eso?

—El capitán —su voz tiene una chispa de admiración—. Él quiere ayudar al mundo.

Río. El príncipe quiere ayudar a un mundo condenado. Sólo sabremos de guerra mientras mi madre esté viva. Lo mejor que podría hacer Hyunjin por su seguridad es matarme a mí y a cualquier otra persona en la que no pueda darse el lujo de confiar. En cambio, me mantuvo prisionero. Lo suficientemente suspicaz para encerrarme, pero no tan cruel para quitarme la vida. Mostró misericordia, y ya sea debilidad o fuerza, es discordante de todos modos.

Veo cómo Hyunjin desciende del barco sin prestarle atención al chico náufrago a la que fácilmente podría abandonar. Sale corriendo y salta el último tramo, de modo que cuando sus pies tocan la hierba, pequeñas gotas explotan en el aire como lluvia. Se quita el sombrero y hace una profunda reverencia a la tierra. Luego extiende una mano bronceada, agita los mechones de su cabello negro y se pone el sombrero en la cabeza con un ademán ostentoso. Se toma un momento para inspeccionar la escena, con las manos en las caderas.

Condenado [HyunMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora