Δεκατρία

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Seungmin

He cometido un error. Comenzó con un príncipe, como la mayoría de las historias. Una vez que sentí el latido de su corazón bajo mis dedos, no pude olvidarlo. Y entonces lo busqué desde el agua, esperando a que reapareciera. Pero pasaron días antes de que lo hiciera, y una vez que se dejó ver, nunca se acercó al océano sin una legión a su lado.

Cantarle en los muelles era suficiente riesgo, con la promesa de que los guardias reales y los transeúntes acudirían al rescate del joven cazador. Pero con su tripulación allí, se trataba de algo más. Pude sentir la diferencia en esos hombres y mujeres y la manera en que seguían al príncipe, se movían cuando él se movía, se mantenían quietos y embelesados cada vez que les hablaba. Una especie de lealtad que no puede ser comprada. Saltarían al océano detrás de él y sacrificarían sus vidas por él, como si yo fuera a aceptar un intercambio de ese tipo.

Entonces, en lugar de atacar, observé y escuché mientras hablaban de historias, de piedras con el poder de destruir mundos. El Segundo Ojo de Keto. Una leyenda que mi madre ha perseguido durante todo su reinado. Los humanos hablaron de ir al reino del hielo en su búsqueda, y supe que sería mi mejor oportunidad. Si los seguía al mar de nieve, entonces las aguas serían demasiado frías para que cualquier humano sobreviviera, y la tripulación del príncipe no podría hacer nada más que verlo morir.

Yo tenía un plan. Pero mi error fue pensar que mi madre no.

Mientras yo miraba al príncipe, la Reina del Mar me miraba a mí. Y cuando me aventuré a partir de los muelles de Midas en busca de comida, mi madre se presentó.

El olor a profanación está maduro. Una línea de cuerpos —tiburones y pulpos— dispersos por el agua como un camino para que lo siga. Nado a través de los cadáveres de animales con los que me habría deleitado cualquier otro día.

—Me sorprende que hayas venido —dice la Reina del Mar.

Mi madre se ve majestuosa, flotando en medio de un círculo de cadáveres. Los símbolos en su piel gotean y sus tentáculos se balancean letalmente a sus costados.

Mi mandíbula se tensa.

—Puedo explicarlo.

—Me imagino que tienes muchas explicaciones en esa dulce cabecita tuya —dice la reina—. Por supuesto, no estoy interesada en ellas.

—Madre —mis manos se cierran en puños—. Dejé el reino por una razón.

Una imagen del príncipe dorado pesa en mi mente. Si no hubiera dudado en la playa, si no hubiera estado tan preocupada por saborear el dulce olor de su piel, entonces no necesitaría explicaciones. Sólo necesitaría presentar su corazón, y la Reina del Mar me mostraría su misericordia.

—Salvaste a un humano —su voz está tan muerta como la noche. Sacudo la cabeza.

—Eso no es cierto.

Los tentáculos de la reina se estrellan contra el fondo del océano y una poderosa ola de arena me arrastra y me tira al suelo. Contengo la tos que provocan los guijarros atrapados en mi garganta.

—Me insultas con tus mentiras —murmura—. Salvaste a un humano y no a cualquiera, sino justo a aquel que nos mata. ¿Es porque vives para desobedecerme? —pregunta. Y luego añade, con un gruñido de disgusto—: O tal vez te has vuelto débil. Pobre niñito tonto, embrujado por un príncipe. Dime, ¿fue por su sonrisa? ¿Dio vida a tu corazón y te hizo amarlo como una nereida común?

Mi mente da vueltas. Apenas puedo sentirme indignada por la confusión.

Amor es una palabra que rara vez escuchamos en el océano. Sólo existe en mi canción y en los labios de los príncipes que he matado. Y nunca la había escuchado de la boca de mi madre. Ni siquiera estoy segura de lo que significa en realidad. Para mí, siempre ha sido tan sólo una palabra que los humanos atesoran por razones que no puedo comprender. Ni siquiera hay una manera de decirla en psáriin. Sin embargo, mi madre me está acusando de sentirlo. ¿Es la misma fidelidad que tengo para Minho? ¿Esa fuerza que me impulsa a protegerlo sin pensarlo? Si eso es cierto, entonces hace que la acusación resulte aún más desconcertante, porque todo lo que quiero es matar al príncipe, y aunque no sepa lo que es el amor, estoy segura de que no se trata de esto.

—Estás equivocada —le digo a mi madre.

Una esquina de los labios de la reina se encoge de repulsión.

—Mataste a una nereida por él.

—¡Ella estaba tratando de comer su corazón! —Sus ojos se estrechan.

—¿Y por qué sería algo malo? —pregunta—. ¿Por qué no dejarías que la criatura tomara su corazón inmundo y lo tragara por completo?

—Él era mío —alego—. ¡Era un regalo para ti! Un tributo para mi decimoctavo cumpleaños.

La reina se detiene para comprender esto.

—Cazaste a un príncipe por tu cumpleaños —dice.

—Sí. Pero, madre...

La mirada de la Reina del Mar se oscurece y en un instante uno de sus tentáculos se extiende y me arrebata del fondo del océano.

—¡Eres una insolente!

Sus tentáculos se tensan alrededor de mi garganta y aprietan hasta que el océano se vuelve borroso. Siento el escalofrío del peligro. Soy letal, pero la Reina del Mar es algo más. Algo menos.

—Madre —suplico.

Pero la reina sólo aprieta con más fuerza ante el sonido de mi voz. Si ella quisiera, podría romper mi cuello en dos. Tomar mi cabeza como yo tomé la de la nereida. Quizás incluso mi corazón.

La reina me arroja al fondo del océano y sujeto mi garganta, tocando el punto sensible, sólo para apartar mi mano cuando los huesos crujen y palpitan con el contacto. Sobre mí, la reina se eleva, imponente como una sombra oscura. A nuestro alrededor el agua pierde color, se vuelve gris y luego negra, como si el océano estuviera manchado con su furia.

—Tú no eres digno de ser mi heredero —sisea la Reina del Mar.

Cuando abro los labios para hablar, todo lo que saboreo es ácido. La sal del océano es reemplazada por la magia ardiente que chisporrotea y baja hasta mi garganta. Apenas puedo respirar a través del dolor.

—No eres digno de la vida que te han dado.

—No —ruego.

Apenas un susurro, apenas una palabra. Una grieta en el aire haciéndose pasar por voz, como la de mi tía Crestell antes de ser asesinada.

—Tú crees que eres la Perdición de los Príncipes —la Reina del Mar ruge de risa—, pero eres el salvador del príncipe.

Levanta su tridente, tallado en los huesos de la diosa Keto. Huesos como la noche. Huesos de magia. En el centro, el rubí del tridente espera sus órdenes.

—Permítenos ver —se burla la reina—, si queda alguna esperanza de redención en ti.

Golpea la base del tridente contra el suelo, y siento un dolor como nada que pudiera haber imaginado. Mis huesos se quiebran y se realinean. La sangre brota de mi boca y oídos, derritiéndose a través de mi piel. Mis agallas. Mi aleta se divide, me desgarra justo por la mitad, partiéndome en dos. Las escamas que alguna vez brillaron como estrellas se rompen en sólo un instante, y debajo de mi pecho hay un golpeteo que nunca había sentido. Se siente como mil puños golpeando desde el interior.

Me toco el pecho y clavo las uñas, tratando de sacar de mí lo que sea. Liberarlo. El ser atrapado dentro que tan desesperadamente golpea para ser liberado.

Luego, en medio de todo, la voz de mi madre grita:

—Si eres la poderosa Perdición de los Príncipes, entonces podrás robar el corazón de este príncipe incluso sin tu voz. Sin tu canción.

Intento aferrarme a la conciencia, pero el océano me ahoga. La sal y la sangre raspan mi garganta hasta que sólo puedo jadear y golpear. Pero aguanto. No sé qué pasará si cierro los ojos. No sé si alguna vez los abriré de nuevo.

—Si quieres regresar —gruñe la Reina del Mar—, tendrás que traerme su corazón antes del solsticio.

Intento concentrarme, pero las palabras de mi madre se convierten en ecos. Sonidos que no puedo entender. No logro entender ni orientarme. Me ha destrozado y no es suficiente para ella.

Mis ojos comienzan a cerrarse. El negro del mar se difumina en el fondo de ellos. El agua de mar se arremolina en mis oídos hasta que no queda nada más que entumecimiento. Con una última mirada a la sombra borrosa de mi reina, cierro los ojos y me rindo a la oscuridad.

Condenado [HyunMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora