Έξι

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Hyunjin

—No recuerdo la última vez que lo vi así.

—¿Que me viste cómo?

—Arreglado.

—Arreglado —repito mientras ajusto el cuello de mi camisa.

—Guapo —dice Changbin. Arqueo una ceja.

—¿No soy guapo siempre?

—No está limpio siempre —dice ella—. Y su cabello no siempre está tan...

—¿Arreglado?

Changnin enrolla las mangas de su camisa.

—Principesco.

Sonrío y me miro en el espejo. Mi cabello está pulcramente peinado hacia atrás y cada mota de polvo fue eliminada para que no quedara ni un gramo de océano sobre mí. Llevo una camisa de vestir blanca con cuello alto y una chaqueta dorada oscura que se siente como seda contra mi piel. Probablemente porque es seda. El escudo de mi familia se posa incómodamente en mi pulgar y en cada pieza de oro que porto, que parecen resplandecer con más brillo.

—Tú te ves igual que siempre —le digo a Changbin—. Sólo sin las manchas de barro.

Me da un puñetazo en el hombro y ata su cabello de medianoche con un pañuelo, revelando el tatuaje de Kléftes en su mejilla. Es la marca para los niños secuestrados por los barcos de esclavos y obligados a ser asesinos a sueldo. Cuando la encontré, Changbin acababa de comprar su libertad a punta de pistola.

Al llegar a la puerta, Chan y Jisung aguardan. Al igual que Changbin, no lucen diferentes. Jisung lleva sus pantalones cortos deshilachados sobre las rodillas, y Chan sus mejillas afiladas y una sonrisa hecha para el engaño. Sus rostros están más limpios, pero nada más ha cambiado. Son incapaces de pretender ser alguien más. Envidio eso.

—Ven con nosotros —dice Chan.

—Le gusta la taberna mucho más que este lugar —dice Changbin.

Es verdad. Una horda de mi tripulación ya se dirigió al Ganso Dorado, con suficiente oro para beber hasta que salga el sol. Todo lo que queda son mis tres más fieles.

—Es un baile organizado en mi honor —les digo—. No sería muy honorable de mi parte no aparecer.

—Tal vez ni siquiera se den cuenta —Comenta Changbin.

—Eso no es reconfortante.

Chan lo empuja y él lo lanza hacia atrás con el doble de fuerza.

—Basta —dice él.

—Deja de ponerlo nervioso, entonces —responde él—. Dejemos que el príncipe ejerza como tal por una vez. Además, necesito un trago, y siento que estoy arruinando esta cristalina habitación tan sólo por estar parado aquí.

Asiento.

—Me siento peor sólo con mirarte.

Chan se acerca al sofá cercano y me arroja uno de los cojines bordado con hilos de oro con tan mala puntería que aterriza a mis pies. Lo pateo y trato de parecer castigador.

—Espero que arrojes tu cuchillo mejor que esto.

—Ninguna sirena se ha quejado todavía —dice—. ¿Estás seguro de que está bien que nos vayamos?

Miro en el espejo al príncipe que tengo delante. Inmaculado y frío, con apenas un destello en mis ojos. Como si fuera intocable y lo supiera. Madrid tenía razón: me veo principesco. Lo que quiere decir que me veo como un completo bastardo.

Condenado [HyunMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora