Δεκαέξι

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Seungmin

Observo a los humanos saltar de un extremo a otro del bote, jalar cuerdas y gritar palabras y nombres que no entiendo del todo. En cierto momento, el chico del cuchillo, Chan, tropieza y se corta la palma de la mano. Rápidamente, el chico tatuado se arranca el pañuelo de la cabeza y se lo arroja, antes de correr hacia el timón y dar un vuelco. El barco se tuerce demasiado rápido como para que pueda permanecer estable, y caigo otra vez al suelo.

Chillo de frustración y busco a mi captor en la cubierta. El príncipe Hyunjin se inclina sobre el borde, con un brazo enredado en una cuerda y el otro sosteniendo el misterioso objeto a la luz.

—Firme —le dice a su tripulación—. Manténgalo firme.

Susurra algo para sí mismo. Una perorata en midasán que no logro descifrar, mucho menos entender, y luego sonríe al compás y grita:

—¡Jisung, ahora!

El hombre grande apoya la cabeza en la cubierta inferior y grita a la tripulación. Tan pronto como el tronido de su voz se estremece a través de mis huesos, un silbido en un tono muy alto rasga el aire. Llevo mis manos a mis orejas. No es tanto un ruido sino una cuchilla que atraviesa mi cráneo. Un sonido tan estridente que siento que mis tímpanos podrían explotar. A mi alrededor, los humanos parecen no verse afectados, así que bajo mis manos con una mueca e intento ocultar mi incomodidad.

—Voy a entrar —Hyunjin llama por encima de su hombro. Lanza la brújula al chico—. Changbin, baja la red a mi señal.

Este asiente mientras saca un pequeño tubo de su cinturón y lo coloca en el interior de la boca de Hyunjin. Y luego, él ya no está. Se encuentra con el agua con apenas un ruido, tan silencioso que me tropiezo hasta el borde de la nave para asegurarme de que en verdad saltó. En efecto, las ondas se acumulan en la superficie y el príncipe no se ve por ningún lado.

—¿Qué está haciendo? —pregunto.

—Interpretando su papel —contesta Changbin.

—¿Qué papel?

Saca una pequeña ballesta de su cinturón y arregla una flecha en el pestillo.

—De cebo.

—Es un príncipe —observo—. No puede ser un cebo.

—Es un príncipe —dice—, así que él decide quién es el cebo.

Chan le entrega un carcaj repleto de flechas y me lanza una mirada cautelosa.

—Si te preocupa tanto, siempre está la posibilidad de arrojarte en su lugar.

Ignoro tanto el comentario como la mirada hostil. La mezquindad humana no conoce límites.

—Seguramente no podrá respirar por mucho rato —digo.

—Cinco minutos de aire —me dice Changbin—. Para eso es el tubo. Una cosita ingeniosa que el capitán recogió hace un tiempo en Efévresi.

Efévresi. La tierra de la invención. Es uno de los pocos reinos que he tenido cuidado de evitar, moderada por la maquinaria que patrulla sus aguas. Redes hechas de rayos y drones que nadan más rápido que cualquier sirena. Naves que más parecen bestias, con conocimiento e inteligencia propios.

—Cuando el capitán vuelva a subir, verás algo maravilloso —me dice Chan.

—Los monstruos —replica Changbin— no son maravillosos.

—Verlos morir es bastante maravilloso —Chan mira de manera deliberada en mi dirección—. Eso es lo que les sucede a nuestros enemigos, ¿ves?

Changbin se burla.

Condenado [HyunMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora