Είκοσι εννέα

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Hyunjin

Morí una vez y no he podido volver a hacerlo desde entonces.

Tenía trece años en ese momento, o algún otro número igual de afortunado. A kilómetro y medio de la costa de Midas, hay un faro en un pequeño tramo de pradera flotante. Los vigilantes marinos lo utilizan como un punto de observación, mientras que mis amigos y yo lo usábamos para demostrar nuestra valentía. La idea era nadar esa distancia, tocar la hierba empapada y ponerse en pie como el orgulloso vencedor.

El objetivo era no ahogarse.

Nadie lo intentaba, porque cualquiera lo suficientemente estúpido para considerarlo era muy joven, y los mayores ya habían aprendido la utilidad de los barcos. Pero el hecho de que nadie lo hubiera intentado —y yo sí podría lograrlo, sería el primero—, sólo hizo la idea más atractiva. Y el rugido de mi cerebro rogándome que no muriera se convirtió en un susurro silencioso.

Llegué al faro, pero no tuve fuerzas para levantarme. Sin embargo, tuve la energía suficiente para gritar antes de que mi boca se cubriera de agua y que dejara que el oro me llevara.

No estoy seguro de cuánto tiempo estuve muerto, porque mi padre se niega a hablar de ello y nunca le pregunté a mi madre. Se sintió como una eternidad. Después, el mundo debe haberse apenado por mí, porque a pesar de todas las cosas locas y mortíferas que he hecho desde entonces, que superan con creces un nado de kilómetro y medio de largo, todavía estoy vivo. Sin ser rozado por la muerte. Convertido en invencible, de alguna manera, por esa primera fatalidad.

En el momento en que la bala zumba en el aire y siento las manos frías de Seungmin en mi espalda empujándome al suelo, me enojo. Con mi invencibilidad. Mi talento para sobrevivir mientras los que me rodean siguen muriendo.

—¡No! —grita Changbin, lanzándose hacia delante.

Golpea su bota contra la barbilla de Rycroft y lanza dientes en tantas direcciones que no puedo concentrarme. Chan la agarra por la cintura y la sostiene desesperadamente, mientras ella intenta liberarse y acabar con el pirata. El que robó a su capitán. Quién más podría haberla destinado a la esclavitud. El que acaba de dispararle a un chico justo frente a él.

Changbin grita y maldice, mientras Seungmin no emite ningún sonido.

Frunce el ceño, lo cual de alguna manera parece más audible, y presiona su mano en el agujero de su costado. Su palma sale húmeda y temblorosa.

Mira la sangre.

—No arde —dice, y luego se inclina hacia el suelo.

Corro hacia él y me deslizo bajo su frágil cuerpo antes de que se estrelle contra la madera. Atrapo su cabeza entre mis manos y ella deja escapar un sonido ahogado. Hay sangre. Demasiada sangre. Cada vez que parpadeo, parece acumularse más y más hasta que todo el lado derecho de su vestido está empapado.

Pongo mi mano sobre su costilla y presiono. Éltiene razón: no está caliente. La sangre de Seungmin es como hielo derretido corriendo entre mis dedos. Cuanto más presiono, más se estremece. Se convulsiona mientras intento detener el frío que se filtra de ella.

—Seungmin —digo, la palabra es más un ruego que un nombre—, no vas a morir.

Me resisto a mirar la herida de nuevo. No quiero hacerlo, por miedo a que en verdad muera y mis últimas palabras sean una mentira y una idiotez.

—Lo sé —dice Seungmin. Su voz es más estable que la mía, como si el dolor no fuera nada. O por lo menos, menor a lo que ha sentido antes—. Todavía tengo que escalar una montaña.

Su cabeza se cuelga un poco y yo mantengo firme mi mano, enderezándola. Si pierde la conciencia ahora, no hay manera de saber si despertará.

—Esto mueve el marcador, ¿sabes? —digo—. Pero sigo estando un punto arriba.

Condenado [HyunMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora