Είκοσι τρία

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Hyunjin

No me doy cuenta de lo inquieto que estoy hasta que Seungmin surge de debajo de la cubierta del castillo de proa, ataviada con todo menos una pata de palo.

La tripulación está tarareando algo suave y desafinado, mientras Chan habla animadamente con Jisung sobre antiguas deudas contraídas, difíciles de pagar. Sin embargo, se hace el silencio cuando la vemos.

Lleva el cabello hacia un lado dividido en amplios mechones, con hilos trenzados en intrincadas secciones. Grandes arracadas de oro cuelgan de sus orejas, estirando sus lóbulos. Incluso desde el puesto de mando, puedo ver sangre seca alrededor de los rizos. Está vestida con unos pantalones de color verde azulado oscuro con una adornada chaqueta a juego, surcada por botones ovalados. Sus hombros son un florecimiento de borlas doradas, y los puños de una camisa de vestir blanca asoman por sus muñecas. Hay parches en sus codos, cosidos precipitadamente con hilo negro.

Seungmin coloca una mano sobre su cadera e intenta fingir que no se siente cohibida, pero es el primer gesto verdadero que he visto en su rostro desde que nos conocimos. Puede lucir como una pirata, pero tiene un camino por recorrer antes de que pase por una.

—Tienes que estar bromeando —dice Chan—. Le dije a Changbin que le diera una ducha, no que lo vistiera como un príncipe pirata.

—Es dulce que pienses que parece una príncipe —digo—. Me aseguraré de decírselo más tarde.

—Hablo en serio —me dice Chan, como si yo no me hubiera percatado—. Primero él se abre camino para estar en este barco y ahora, ¿está tratando de parecerse a uno de nosotros? Es como si quisiera que olvidemos que es un extraño, y que dejemos de cuidarnos las espaldas.

—Estás armando una gran conspiración a partir de una camisa y un nuevo par de botas.

—No seas ingenuo —dice Chan—. Sabes que no debes confiar en extraños.

Sonrío a medias, pero rechino los dientes. Aconsejarme que tenga cuidado es una cosa, pero sermonearme en la cubierta de mi propio barco como si fuera un niño, es otra. Ingenuo. La palabra me resulta tan familiar para que no me haga mella.

—Suenas como mi padre —digo—. Si quisiera un sermón, lo pediría.

—Estoy tratando de darte un consejo.

—Estás tratando de cuestionarme y ya me estoy cansando —suspiro, sintiendo que la fatiga se empieza a colar, esa que por lo general estaba reservada para mis viajes a Midas—. No soy un principiante zarpando por vez primera —digo—. Soy el capitán de este barco y agradecería que dejaras de tratarme como a un pequeño príncipe inexperto que necesita ser aconsejado.

Los hombros de Chan se ponen rígidos, pero estoy demasiado frustrado para preocuparme por la forma en que su rostro se cubre con una calma ensayada. En este barco, no se supone que yo sea un miembro de la realeza de Midas con una legión de guardaespaldas y consejeros. Se supone que soy un maldito pirata.

En momentos como éste recuerdo el trato que mi padre le ofreció: permanecer a mi lado como guardián y no como amigo, protegiéndome del mundo que estoy ansioso por explorar. Incluso si Chan lo niega, el hecho de que dude de mis decisiones y cuestione mis movimientos sólo me hace pensar en mi padre y su corte. Me recuerda que Chan es hijo de un diplomático, acostumbrado a manejar a la realeza. Y que yo soy sólo un príncipe más, viviendo todas las aventuras de mi vida antes de convertirme en rey.

Me deslizo por la escalera hacia la cubierta principal. Seungmin tiene una pistolera sujeta al muslo, arriba de los pliegues de las botas que llegan hasta sus rodillas. En el cinturón de tela roja que abraza su cintura, también hay un doblez dorado lo suficientemente grande como para guardar una espada ahí. Por fortuna, Changbin no le dio las armas para equiparle.

Condenado [HyunMin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora