24. Rosas verdes

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"GIA"
Me abroché un par de botones de la camisa que se habían soltado, y con un dolor que me engullía todo el pecho. Cogí mi ropa y mis zapatos, y salí de aquella solitaria habitación.
Estos últimos se me escurrieron de las manos al ver la mesita del salón llena de bollería, cafés, frutas varias y una rosa verde, con un pequeño papel anudado en su tallo.

¿Una rosa verde y no roja? Sé que os lo estaréis preguntando, sin embargo, yo no. Porque en el momento que la vi, mi pecho empezó a recomponer aquellas ilusiones rotas y a la vez, a crear otras nuevas. Por otro lado, en mi estómago revoloteaban miles de mariposas más.

Las rosas verdes significan esperanza, equilibrio y connotaciones positivas. Y sí, son las mejores aliadas para ser el primer regalo de una nueva relación.  Son simple, elegantes y llenas de significado.

Alcé la mirada y vi la puerta del balcón abierta, y más adelante, la silueta de Nathan. No se había dado cuenta de que me había despertado, así que, dejé cuidadosamente todo lo que llevaba en la mano en el sillón de mi derecha y fui caminando puntillas hacia él.
Y sin decir una sola palabra, me lancé a su espalda.

"NATHAN"
Me desperté cuidadosamente, y al abrir los ojos lo primero que vi fue aquella nariz respingona. Ella estaba encogida, pegada a mi cuerpo, con la cabeza sutilmente levantada hacia mí. Mi brazo había pasado de estar encima de su cintura a estar atrapada entre los brazos de Gia. Con todo el cuidado del mundo, pude librarme y salir de la cama sin haberla despertado. Fui a baño, marqué el servicio de habitaciones con el teléfono que había dentro de este y pedí de todo. No sabía que le gustaba, así que quería que pudiese escoger. Me dijeron que tardarían unos 20 minutos. Hice otra llamada.
-¿Nathan?-Dijo una voz femenina al otro lado de la línea.
-Hola Adrienne.
-¡QUÉ SORPRESA!-Gritó.
-Chsssss. Que Gia está durmiendo y te va a oír.-La avisé.
-¡¿GIA?!-Volvió a gritar.
-¡Adrienne!
-Perdón, perdón.
-Necesito que me hagas un favor.
-No.
Su respuesta me sobresaltó. Adrienne era muy generosa con la gente, y más con su tiempo. Siempre lo había sido, me acuerdo de una vez que estábamos en el instituto. Adrienne era bastante vistosa, además de inteligente, sacaba muy buenas notas pero nunca tenía tiempo para salir, solo los sábados por la tarde. Me acuerdo también de Thomas, era muy torpe y siempre le quedaba alguna, tampoco era muy "popular" que digamos, no tenía muchos amigos. Sin embargo, Adrienne y él entablaron una buena amistad pesé a los ensayos del coro. Pronto se acercaba la fiesta anual de Henry, era en la mansión que tenía en Saint Tropez. Era la mejor fiesta de todo el año, os lo prometo. Adrienne estaba empezando una relación con Henry, bueno no del todo, pero vamos, que esa fiesta era la ocasión perfecta para que fuera la fecha de su aniversario. Pues el día de antes, nos viene Adrienne a mí y a Gabriel, diciendo que no va. Y no era porque sus padres no la dejaran o porque tuviera algún evento, no. Era porque Thomas había suspendido 4 y pensaba darle clases intensivas durante todo el fin de semana. Intentamos convencerla pero nuestra súplicas fueron inútiles. Se perdió la última fiesta de Henry, la fiesta de nuestras vidas, solo por ayudar a Thomas.

-¿Cómo?-Dije confundido.
-Cumpliré ese favor si tú me dices que coño hace Gia en tu cama.
-Vale.
-Bien.
-Pensaba decírtelo sin haber hecho ningún trato.-Dije chinchándola.
-Te odio.
-Ajá.
-Bueno, pide por esa boquita.
-¿Estás de camino a la cafetería?
-Sí, ¿por?
-¿Podrías pasar por alguna floristería y comprar un ramo de rosas?
-Vale, ¿rojas, no?
-Eh...-Dudé.-No, mejor verdes. No preguntes por qué.
-Vale vale. En unos 10 minutos estoy delante de tu puerta.
-Perfecto, gracias.

Todo estaba listo. En la próxima media hora ya tenía todo colocado y preparado. Salí a tomar el aire a la terraza. Desde esta se veía el Arco del Triunfo, esta suit era mía y solo mía. Nadie más la usaba, solo yo. Tenía el ramo de rosas verdes en mi mano aunque decidí dejar una con el desayuno, en la mesilla. De repente, sentí como unos finos y suaves brazos me agarraban por la espalda. Era Gia, aquel aroma era de ella. Lo había reconocido porque ahora toda mi cama olía a ella.
-No sabía que te habías despertado ya.-Dije colocándola delante mía.
-¿Te he asustado?
-No.-La junté más hacia mí, y rodeé su cintura con mis brazos.
-Jo.-Dijo enfurruñada.
-Toma.
Y entre el hueco que había entre nosotros, planté el ramo de rosas. Me fijé en sus ojos, se iluminaron en el momento en que las vio. Parecían la Torre Eiffel cuando se ilumina por la noche.
-Gracias.-Y sin esperar una respuesta, estampó sus labios contra los míos.

Quería que todas mis mañanas fueran así. Despertarme con ella y con un beso suyo cada mañana. Y que su sonrisa fuera el motivo de querer llegar a casa lo antes posible, solo para volver a verla otra vez.

-¿Tienes hambre?-Pregunté separándome de ella.
-La verdad que sí.
-Vamos adentro.-La cogí de la mano, y fuimos hacia aquel banquete que había preparado en mi habitación.
Me senté en el sofá mientras sostenía en mi mano un café. Vi como iba rellenando su plato de comida. Al sentarse a mi lado, su plato tenía un croissant a la plancha, untado de mantequilla y mermelada de fresa, unos trozos de plátano y un café en su otra mano.
-¿Tú no desayunas nada?
-No suelo hacerlo.-Contesté mientras tomaba un trago de mi café.
-Pues conmigo sí que lo vas hacer.-Concluyó.
Cogió otro plato puso una napolitana de chocolate, unos trozos de sandía y me dio un vaso de zumo de naranja.
-No me gusta el zumo de naranja.
-A mí tampoco, pero tiene muchas vitaminas.-Dejó su plato y su café a un lado, y se echó en un vaso, zumo de naranja.-Los dos a la vez.
Asentí y me tome aquel achatado vaso relleno de zumo de naranja, de un trago. Ella se lo terminó en dos.
-Ya podemos desayunar tranquilos.-Dijo sonriente.-¡Espera!
Me quedé en silencio, solo la observé. Cogió la rosa verde que estaba en una esquina, la olió y prosiguió a leer la pequeña tarjeta que yo mismo le había escrito.
"Bonjour, ojos grises.
                Nathan"
Dejo la tarjeta en la mesilla y la rosa en su regazó y se acercó lentamente a mí.
-Gracias.-Susurró.
Y sin poder aguantarme las ganas, cogí su mejilla y la besé.
Desayunamos tranquilamente, hablando de cosas varias.  Terminamos de desayunar sobre las 10.15 am.
-Tengo que ir a trabajar.-Le dije mientras me volvía a despegar de sus labios.
Era la segunda vez que lo hacía en toda la mañana, y cada vez que lo hacía se me encogía el pecho. Definitivamente, iba añadir esto a la lista de cosas que odio.
-¿Ya?-Pregunto refunfuñando.
-Debería, hoy tengo una reunión con unos inversores importantes.
-Oh, ejem.-Se apartó de mí.

¿Había sonado demasiado frío? Mierda.

-No quería...-Me aclaré la garganta.-¿Nos vemos por la noche?
-Sí.-Contestó sin dudar.-Pero esta vez te llevo yo a cenar.
-Hecho. Te pas a buscar sobre las....-Me interrumpió.
-No, te paso a buscar yo. Te espero a las 9 en el vestíbulo.
-¿No es demasiado tarde?.-Pregunté.
Los franceses solemos cenar entre las 7 y 8 de la tarde, no más.
-Al sitio al que vamos no.

Los dos nos levantamos a la vez y fuimos hacia la habitación. Terminé de vestirme antes que ella, me senté en la cama y miré el móvil. Mentira, no miraba el móvil, la miraba a ella. Estaba preciosa, ese vestido era precioso.
-¿Me ayudas?-Me dijo, refiriéndose a la cremallera.
-Claro.
Fui hasta ella, nuestra manos se cocaron torpemente, tiré de la cremallera y la subí lentamente.
-¿No tiene etiqueta?-Pregunté al darme cuenta de que no había ningún trozo de tela que dijese la marca del vestido.
-Es...-Noté como se sonrojaba.-Es diseño mío.
De toda las respuestas que existían, esa no era la que me esperaba.
-Pero... ¿tú no trabajabas en una empresa?
-Sí. Se llama Venalta. Pero eso no quiere decir que no tenga hobbies.-Murmuró.
-Gia.-La miré de arriba abajo.-Esto no es un hobbie.
Bajó la mirada, sabía a lo que me estaba refiriendo. Ese vestido no lo había diseñado porque se aburría un día en su casa. Ese vestido tenía mucha más historia.
-Este vestido es un sueño roto, pero está...-Susurró hacia el suelo.-Está superado.
La levanté la barbilla con la punta de mis dedos.
-No te mientas a ti misma.-La di un beso en la frente, cogí su americana de la silla, y la ayudé a ponérsela.

Nos despedimos enfrente de su puerta. Y no sabéis lo que me dolió separarme de ella. Volvía a sentir vacío aquel agujero frío y oscuro, que tantas veces había intentado rellenar, sin resultado alguno. Ella, sus besos, su risa, su forma de hablar, su acento estadounidense, su pelo, aquellas mejillas rosadas, sus ojos...Todo esto, en conjunto, era lo único que sabía llenar ese agujero y hacerlo desaparecer.

"GIA"
-¡Ya estoy aquí!-Grité, cerrando la puerta.
No oí ninguna contestación, cosa que me extraño. Me acerqué hacia la habitación de mis amigas pero nada. Iba a coger mi móvil para llamarlas hasta que oí gimotear. La luz del baño de su habitación estaba encendida. Entré sin pensármelo. Mis ojos se quedaron atónitos al ver a Salena, medio tirada en el suelo, con la mejillas negras por culpa del rimmel corrido. Maya estaba a su lado, abrazándola.
-H-Hola.-Tartamudeé.
-¡Gia!-Grito Maya.  
Fue un grito ahogado, noté el mensaje de "ayuda" en su voz.
-¿Qué ha pasado?-Pregunté mientras me sentaba en el suelo, al lado de Salena.
-Harry, que le ha dado un ultimátum.-Dijo con rabia mientras que acariciaba el pelo de mi amiga.
-Cabrón.-Espeté.

Espérame en ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora