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Las lágrimas gruesas y saladas corrían por sus mejillas, le dolían las costillas y las heridas profundas en su piel, no le escocian lo suficiente para ser el motivo de su llanto. Extrañaba a su madre, quería sus besos y caricias. El último siglo se había sentido como un milenio lleno de tragos amargos y profundas heridas, la perdida de su madre había sido un gran golpe, solo era un infante cuando tuvo que hacerse a la idea de que la mujer que más amaba no regresaría jamás.

Ahogó un gritó cuando se incorporó un poco poniendo su costilla izquierda en su lugar. Odiaba a su padre por haberle arrebatado a la única persona que creía amar en su vida. No podía moverse por la gravedad de sus heridas, pero debía hacerlo era presa fácil solo y mal herido en ese lugar, podría ser el hijo de uno los líderes más temidos en su especie pero aún así nadie se apiadaría de el. Había recibido cientos de palizas pero ninguna tan grave como esa, se estaba desangrando, tenía las costillas rotas y si hacia movimientos bruscos cabía la posibilidad de que estás le perforan los órganos, sus posibilidades de sobrevivir eran muy pocas no era un vampiro en su totalidad, solo tenía los genes de su madre, su padre al ser humano no había aportado demasiado.

Sus sentidos se pusieron alerta al percibir un aroma familia uno de los suyos estaba cerca, ahogó un gemido de dolor cuando trato de encogerse en su propio lugar ocultándose de su depredador. De la espesa maleza, un gran lobo se abalanzó sobre el, cerrado sus ojos con fuerza esperando el ataque mortal de la bestia, pero este nunca llegó, abrió sus cansados párpados encontrándose con una escena que no esperaba. Una mujer delgada de tez pálida tenía al animal tirado sobre el suelo con sus colmillos enterrados en el cuello. El gemido roto del animal anunció su muerte, Esos ojos verde esmeralda brillaron en la oscuridad llenándolo de terror, la pálida mujer se puso de pie y le sonrió mostrando sus colmillos ensangrentados, todo su cuerpo se tensó, observándola acercarse con lentitud hacia el.

- No te haré daño...- era una mujer bellísima, al tenerla a solo unos centímetros de su rostro revisando sus heridas, una calidez llego a su corazón, recordaba esa mirada era la misma mirada de su madre. - Eres mestizo, tus heridas no sanarán lo suficientemente rápido antes de que mueras desangrando...

Tenía razón, su cuerpo estaba cada vez más frío y débil, sus labios estaban violetas y el cansancio le estaba ganando la batalla.

- ¡Hey, quédate conmigo! - la mujer sujeto sus mejillas tratando de mantenerlo consciente. - ¡Niño, escuchame! ¿Cual es tu nombre? - coloco el cuerpo mal herido sobre la hierba rompiendo las prendas dejando a la vista las heridas, hematomas y cortadas profundas se mostraban dolorosas. La pálida mujer apretó sus dientes evitando caer en la tentación de morder ese débil cuerpo y secarlo por completo, su instinto asesino la había llevado hasta ahí, pero al ver su deplorable estado su corazón se conmovió. - ¡Hey respóndeme, habla conmigo!

- D-di-mitr-ii...- balbuceo el chico malherido.

- Bien Dimitri, escuchame...- sujeto su cabeza manteniendo el contacto visual. - Estás muy mal herido, estamos muy lejos de la civilización para tratar tus heridas...- los párpados del chico empezaron a cerrarse nuevamente, golpeó sus mejillas volviendo a despertarlo - Tienes dos opciones, quieres vivir o dejaré que duermas tranquilamente Dimitri, necesito que elijas. - escucho un intento de balbuceo y se acercó un poco más hasta tener su oído sobre la boca del moribundo cuerpo.

- Vi-vi-rr...- apenas fue entendible su susurro, se incorporó y el cuerpo del chico empezó a convulsionar.

- ¡Mierda! - maldijo antes de empezar a reanimar el cuerpo del chico. - ¡Vamos niño respira!

Sus manos presionaron sobre su pecho tres veces antes de brindarle aire boca a boca, repitió el ejercicio dos veces más antes de colocar sus oídos sobre su pecho justo en el lugar de su corazón, no había ninguna respuesta el cuerpo que trataba de reanimar estaba inerte.

Dimitri ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora