───── ❛ 𝑒𝓋𝑒𝓇𝓎𝓉𝒽𝒾𝓃𝑔'𝓈 𝒻𝒶𝒾𝓇 𝒾𝓃
𝓁𝑜𝓋𝑒 𝒶𝓃𝒹 𝓌𝒶𝓇 ❜
hashirama, el rey de los dioses,
harto de su matrimonio, se fija
en un rey mortal amante de
la guerra
Inicio: 03/09/2021
Final: 17/06...
Madara nunca había experimentado los placeres de la carne. Ni siquiera siquiera sabía cómo él y Hashirama habían terminado en la cama, besándose de esa manera tan… tan… provocativa.
—Eres muy hermoso, Madara —dijo, dejando un beso en la frente del menor.
—Hashirama, ¿qué quieres de mí? Porque si solo quieres mi cuerpo…
—Quiero todo de ti, te quiero a ti, Madara. No solo quiero tu cuerpo, quiero tu corazón y que me ames tanto como yo a ti. Te amo mucho, ¿es tan difícil de entender?
—¿No estás jugando conmigo? —expresó su gran duda.
—Nunca.
Hashirama besó sus labios rosados e inició un beso lleno de lujuria que su inexperto amante trató de devolver. Besó su cuello, con delicadeza. Tenía que ir lento para no asustarlo, darle placer primero que nada, se sintió complacido ante los gemidos ligeros que iba soltando el menor, que eran extrañamente un poco femeninos.
El azabache quedó desnudo ante su señor y eso lo tenía cohibido, pues no solo se desnudó físicamente, sino que también le revelaba sus pensamientos y sentimientos.
—¿Puedo tocarte más?
—S-sí… —gimió cuando sintió al mayor en su vientre…
Fue mágico el momento en el que, en medio de la oscuridad, Madara se entregó al hombre que amaba y se unieron pasionalmente demostrando su amor. Madara se sintió lleno de una forma extraña, Hashirama buscando refugiarse en sus entrañas con desespero.
Solo podía quedarse ahí, quieto y disfrutando de ser tomado por el mayor, gimiendo e intercambiando palabras de amor. Después de todo eso, durmieron juntos.
El sol pegó fuertemente, anunciando un nuevo día, sobre los párpados del Uchiha, quién trató de levantarse; sin embargo, no pudo, pues un dolor agudo que venía desde su culo lo hizo volver a acostarse en la cama. Obviamente su movimiento alertó a su compañero.
—¿Estás bien, Maddy?
—Me duele el culo, maldita sea —se quejó; le había gustado pero ahora le dolía mucho.
—Lo siento, fui un poco fuerte anoche —el dios hizo un puchero que lo hizo ver tierno a los ojos de su señor.
—¿Crees que podré caminar bien en un par de días?
—Huh, no lo sé… ¿por qué preguntas?
—Yo… tengo una reunión con los demás reyes y… no puedo dejar que los demás me vean cojeando… —se avergonzó al decir eso y un rubor cubrió su rostro, haciéndolo ver cómo una pequeña, avergonzada y furiosa fresa.
Hashirama tuvo que irse, pues por más que quisiera, no podía quedarse al lado del Uchiha para siempre.
Después de discutir algunas cosas con el consejo, de gritar y pelear solo porque sí y de repetirle a Izuna que él no hizo nada con Hashirama (“Anoche escuché ruidos de tu habitación, ¿y me dirás qué no es nada?”), el rey salió a pasear a su jardín.
—¡Madara-sama! —exclamó una voz femenina. Una chica fue quien lo había llamado. Era ¿linda? Su baja estatura era compensada por sus ojos rasgados, su cabello siendo una mezcla del rubio y el castaño, delgada, de ropas simples indicando que tal vez era una simple pastora…
—¿Quién eres? —preguntó con indiferencia.
—Mi nombre es Amidala, mi señor.
—¿Cómo entraste aquí? —preguntó paranoico; recordó que Hashirama había dicho que siempre cuidaría de él, pero los dioses no eran omnipresentes.
La chica quedó en silencio, dudando. No quería decir que había entrado con ayuda de la diosa Mito, pues era conocido que el Konohagakure su culto era muy pobre.
—Repito, ¿cómo entraste aquí?
—Yo… yo solo quería pasar tiempo con usted, Madara-sama… —reveló al borde del llanto. Se sentía tan estúpida, ya le habían advertido que el corazón del Uchiha ya tenía duelo. —¿Podría… podría probar esto…? —extendió un vaso con un líquido rojo muy sospechoso.
—Claro que no —dijo él, totalmente desconfiado, aquello podría ser un plan para envenenarlo y sacarlo del trono… y además podrían matar a Izuna, cosa que además, enfurecería al dios Tobirama.
Llamó a dos de sus soldados, quiénes se la llevaron a un calabozo. ¿Estaba siendo cruel? Tal vez. Pero no podía permitir un intento de asesinato.
—Señor… —un rato más tarde, su guardia, Izumo, se veía intranquilo ante él.
—¿Qué pasa?
—La bebida de la chica… estábamos comprobando que no fuera veneno y, entonces, Kotetsu…
—¿Qué le pasó a Kotetsu? —Kotetsu era de sus soldados más fieles, y sabía lo importante que era para Izumo.
—Kotetsu está actuando como si estuviera perdidamente enamorado de mí.
Aquel brebaje era un potente hechizo de amor. Y solo había dos criaturas que podían fabricarlo.
Mientras tanto, en el Olimpo, Hashirama estaba pensando en cómo soltarle a Mito la bomba del divorcio. Claro que también le iba a devolver la dote. Solo esperaba que Kawarama llegara, porque su pronto exmujer parecía demasiado tranquila.
Y cuando Mito estaba tranquila, era una mala señal.
La razón por la que el hermano menor del rey olímpico no llegaba, era que estaba jugando con un niño Uchiha que le había llamado la atención.
Él no lo sabe, pero será mi esposo, decidió.
—Lo lamento, Kagami, me tengo que ir. —Habló, recordando que Itama le había pedido llegar pronto para algo sumamente importante.
—Pero ¿tú volverás, verdad?
—¡Claro que sí! No te dejaré solo —le sonrió. Pero no contaban con que aquel chico le daría una flor y un beso, que lo hizo sonreír como un idiota.
Cuando llegó, todos estaban entrando al consejo. Mei hablaba con Tsunade, mientras Tobirama aparecía.
—¿Qué hace él aquí? —preguntó o exclamó la pelirroja, viendo a su cuñado—. Se supone que sólo puedes estar en el solsticio de invierno y en el de verano —le dijo al albino.
—Estoy aquí porque lo que pasará definirá el destino —respondió fríamente, mirando a aquella mujer, que en un tiempo pensó que era perfecta para su hermano.
Kawarama también tomó asiento, al lado de Hashirama, por ser su voz de la razón. Pensando en sus amados, los tres dioses hermanos —sin contar Itama— se prepararon, uno de ellos para soltarle la noticia a su aún esposa.
Ella se veía enojada, tal vez por la presencia de Tobirama o porque Mei la miraba con burla. Su semblante solo demostró sorpresa hasta que Hashirama habló:
—Mito, quiero el divorcio.
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