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Pese a la obvia renuencia de Camila a dejarla sola, Lauren la envió con su hermana y su amiga a pasar el resto de la tarde. Luego partió en su motocicleta, que ahora tenía neumáticos nuevos. Había cosas que debía hacer y en las que debía pensar. Le obsesionaban el rostro de Demi y las caras de sus hijos. Pensaba sin cesar en lo que ella habría podido hacer, habría debido hacer, para evitar lo que había pasado. No había matado a Demi, como no había matado a Keana, pero de algún modo se sentía culpable, como si esas muertes fuesen de alguna manera culpa suya.

No había inferido aún la razón de esas muertes, como tampoco quién era el autor. Pero un instinto profundo y oscuro que no podía explicar le indicaba que los asesinatos se vinculaban con ella de alguna manera inexplicable.

Pensó en Keana remontándose en el pasado, años atrás. Era linda, delgada, rubia y menuda, como siempre le habían gustado las mujeres. Sus familiares eran miembros del club campestre y pilares de la comunidad. Habían malcriado a Keana, que era su hija menor. Keana tenía todo lo que deseaba... hasta que quiso tener a Lauren Jáuregui.

Por primera vez en su vida, supuso Lauren, sus padres le habían dicho que no. Keana se había rehusado a aceptar una negativa. Había sido una muchacha dulce, joven y necia, con la cabeza llena de sueños de convertirse en actriz o modelo, o inclusive en azafata de aviación (lo cual, a su modo de pensar era casi tan encantador como las otras dos alternativas). En ese entonces, Lauren había quedado impresionada por su belleza, su disposición a escabullirse a espaldas de su padre para verla, y su sexualidad inocente, ardiente, de la cual ella se había aprovechado plenamente con el egocentrismo absoluto de la juventud.

Ella había sido la primera rebelión de Keana contra el indulgente control de sus padres. Un rito adolescente tan típico no habría debido costarle la vida... pero por alguna razón, así fue.

Demi, en cambio, era diferente. Lauren jamás había imaginado estar enamorada de Demi, ni tampoco ella lo había estado de Lauren. Habían sido amigas, compañeras de juegos siendo niñas, compinches en toda la escuela primaria y en los inicios de la secundaria, amantes casuales en su primer y segundo año de estudios, cuando las dos tenían ganas y no había nadie más disponible. Cuando ella salió de prisión, habían vuelto a ser amigas y amantes casuales. Ella había gozado tanto como Lauren, pero nunca había habido entre ellas ilusiones de amor. Sin embargo, Lauren le tenía cariño a su manera, y Demi a ella.

Igual que Keana, Demi no había merecido morir. Esos niños no habían merecido que se los dejara sin madre.
¿Cuáles eran entonces los hechos? Había dos mujeres muertas, asesinadas por el mismo criminal. Un criminal que había atacado dos veces en once años. Los años entre uno y otro crimen eran los años en que ella había disfrutado de la hospitalidad del estado. Hasta donde ella sabía, ¿qué tenían ambas mujeres en común? Ella se había estado acostando con ambas. Lauren se quedó helada.

Y ahora estaba Camila. Camila, por quien ella habría bajado la luna del cielo, habría metido las estrellas en una bolsa y habría enjaezado el sol. Camila, que era más de lo que ella había soñado. Su fantasía sexual adolescente de hacer el amor con su maestra había sido una fantasía; pero Camila era real, una mujer buena, dulce, valerosa, intachablemente leal, que la hechizaba mientras su amor abría la fría prisión del corazón de Lauren.

Camila la amaba. Estas tres palabras eran la poesía más bella que había oído en su vida.
¿Acaso ella estaba ahora en peligro? ¿Había un demente suelto que mataba a las mujeres a quienes ella quería? ¿O había entre las víctimas otro vínculo, que desconocía? Todo aquello era imposible, una loca pesadilla, que ella no lograba explicarse.

Pero pensando en Camila en Peligro, estuvo a punto de dar vuelta su motocicleta y correr a su lado.

Únicamente la lógica la detuvo. Once años habían pasado entre un asesinato y otro. Era probable que no ocurriese otro menos de una semana después del segundo. Acaso ya no habría otro. Tal vez -Keana había sido muerta por un psicópata errabundo (la teoría favorita de Camila) y el de Demi fuese tan sólo una buena copia del primero. Tal vez Tom Watkins fuese más listo de lo que aparentaba. O tal vez... Dios, ¿quién lo sabía? Las posibilidades eran infinitas.

No, ella no creía realmente que Camila estuviese en peligro. Pero ya se había equivocado antes. Y la vida le había enseñado a ser cautelosa.
Si el vínculo era ella, ¿quién, aparte de la familia de Camila, sabía de la relación entre ambas? Estaba la madre de Camila, a quien ella conocía básicamente como una voz incorpórea, desaprobatoria en la otra punta de la línea telefónica, y su hermana Sofía, que en la escuela había sido la muchacha más popular de su clase. Sofía era menuda, como Camila, pero más vivaz, más segura de su propio atractivo, más el tipo de mujer que llamaría la atención del común de los hombres. Lauren siempre había admirado a Sofía desde lejos -sus atributos físicos, que ella compartía con su hermana, eran del tipo que siempre la había atraído-, pero había sido a Camila a quien ella había deseado, ya entonces. Entre ella y Camila siempre había habido una percepción, una chispa indestructible.

Almas gemelas. Eso eran ellas. Al pensarlo, Lauren alzó irónicamente los labios. Qué romántico... y qué estúpido sonaba eso. Siempre había oído decir que el amor ponía de rodillas a los hombres fuertes y aniquilaba sus cerebros. Tal vez le convendría pensarlo dos veces en cuanto a cortarse el cabello.

Absolvió a la madre y a la hermana de Camila. Era mil veces más probable que la asesinaran a ella, y no a Camila.
Además, Demi era alta y fuerte para ser mujer. Asesinarla tan rápida y violentamente habría requerido una fuerza enorme.

La fuerza de un hombre.
¿Andaba suelto un hombre que la odiaba tanto como para matar a las mujeres que amaba, para que la culparan a ella?
Lauren sonrió. Rayos, esa era la mayoría de la población.
Era una rompecabezas. Había dado vueltas para todos lados, y no se presentaba ninguna solución. Sólo podía ver que dos mujeres a quienes ella había querido habían sido horriblemente asesinadas.

Si esa teoría en particular era cierta, entonces Camila corría peligro. Podía dejar de verla -para protegerla estaba dispuesta a cualquier cosa-, pero se le ocurrió que el daño ya estaba hecho. En el funeral, un tercio de la población había visto cómo se tomaban la mano.
Los otros dos tercios se enterarían por la noche, a la hora de cenar. La red de chismes de Tylerville era de una eficiencia inexorable.

Aunque fuese para calmar sus propios temores, Lauren decidió ir a ver a Wheatley, señalarle el posible peligro para Camila y ver qué pensaba el jefe de policía. Pese a que ejercía una profesión que Lauren aborrecía, era buena persona. Se podía confiar en él, y tenía acceso a mucha información que Lauren desconocía. Acaso supiera de otro vínculo entre las mujeres muertas que dejara totalmente fuera del cuadro a Camila.
Quizá sí andaba suelto alguien que quería matar a las mujeres en la vida de Lauren Jáuregui

Esa tarde, Camila estaba con su hermana y la amiga de ambas. Estaría perfectamente a salvo. Lauren decidió apresurar sus asuntos para poder estar de vuelta al caer la noche. La oscuridad traía peligro consigo, y hasta que amaneciera, ella no perdería de vista a Camila. Si era necesario, nunca en su vida volvería a perderla de vista.

El día siguiente sería domingo, con ese almuerzo infernal que tanto significaba para ella. Lauren hizo una mueca. Tendría que hacer frente a la madre de Camila en una mesa llena de platería, porcelana y cristal. Sospechaba que Sinuhe Cabello se complacería en hacer la comida más complicada posible, tan sólo para desconcertarla.
En fin, que pusiera en juego sus peores artes. Aunque ella no se lo habría admitido a nadie más, ni siquiera a Camila, se había preparado para esta eventualidad. Desde que Camila volviera a entrar en su vida, su lectura de cabecera era un manual de etiqueta.
Pensaba hacer lo posible para no avergonzarla. También pensaba hacer lo posible para mantenerla con vida.

Cuando todo aquello terminara, si alguna vez terminaba, ella tendría una segunda oportunidad. Ahora la policía la consideraba inocente, no sólo del asesinato de Demi, sino de Keana. Necesitaba hablar con su abogado, que era la razón por la cual iba en ese momento rumbo a Louisville. Quería borrar de su vida la mancha de la condena anterior.

Era como si su destino empezase a retribuirle por errores pasados.

En el Verano (Camren Gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora