51

4.9K 434 98
                                    

Recién editado. Se los comparto porque en el siguiente capitulo conoceremos al asesino. ¿Quién creen se sea?


Eran alrededor de las cuatro cuando Lauren Jáuregui llevó a Camila y su madre al hospital en el auto de Camila, y estaba agotada. Camila la había dejado exhausta. Sonrió para sí al pensar cuán improbable le había parecido antes esa probabilidad. Esta vez Camila había llevado la delantera, y ella había disfrutado cada minuto. Pero ahora Camila parecía revitalizada, mientras que ella tenía la sensación de haber sido apaleada con un bate de béisbol. Le dolían músculos que no se había dado cuenta que tenía. Necesitaba una ducha caliente, cambiarse de ropa y comer algo. Dejaría a Camila a salvo en la habitación de su padre y luego haría un breve viaje a su apartamento. En menos de una hora estaría de vuelta, y no anochecía hasta casi las seis. Ella estaría segura en la sala del hospital con su madre, su hermana y la cercanía de cinco o seis médicos y enfermeras. Después de todo, aún era de día. Había estado con ella casi cada minuto de vigilia y de sueño durante la última semana. Podía dejarla por una hora sin temor.

Camila no puso inconvenientes a que Lauren la dejara. Se asomó por la ventanilla para besarla mientras su madre se adelantaba hacia la entrada del hospital.

-No hables con desconocidos, ¿de acuerdo? -Bromeaba sólo a medias, pero ella sonrió.

-No lo haré.

Le dio un beso en la mandíbula y se volvió para entrar en el hospital detrás de su madre. Lauren la vio alejarse. Llevaba puesta una simple falda y blusa de seda de brillante color turquesa, con un cinturón de cuero con motivos de plata en torno de la cintura y pendientes de plata. Su trasero se balanceaba en forma atrevida al caminar con sus tacones altos. Lauren la observó con aprecio. Le bastaba con verla caminar alejándose de ella, y volvía a excitarse.

En camino a su apartamento, grandes gotas de lluvia salpicaron el parabrisas. Lauren puso en marcha los limpiaparabrisas y observó el cielo. Hacía semanas que no llovía, pero a juzgar por las nubes que se acumulaban al este, estaba a punto de cambiar el tiempo. Mejor así, necesitaban la lluvia.

Estacionó el auto atrás de la ferretería, subió a su apartamento por la escalera del exterior para no tener que soportar estupideces de nadie en la tienda, sacó su correspondencia del buzón junto a la puerta y entró. Lobo la recibió tan efusivamente que casi derribó a Lauren de la escalera.

-También yo te eché de menos -le dijo al animal, frotándole atrás de las orejas con cariño.

Mirando con desconfianza el cielo, decidió que sería mejor llevar a Lobo a dar un corto paseo, antes de que empezara a diluviar de veras. Le puso una correa al perro y bajó con él la escalera.

Cuando Lauren regresó al apartamento con Lobo, grandes manchas húmedas cubrían su camisa y sus pantalones. Si el tamaño de las gotas era representativo, la tormenta inminente iba a ser tremenda.

De nuevo adentro, se desvistió y se metió en la ducha; luego salió para secarse con una toalla y ponerse ropa limpia. La temperatura había bajado considerablemente desde su encuentro amoroso de la tarde con Camila, de modo que se puso una camisa a cuadros de manga larga. Mientras tanto miraba la correspondencia dispersa encima de la mesa. Casi toda propaganda, y algunas cuentas. De la prisión le habían remitido un sobre grande. Ver el nombre de esa institución impreso en el sobre bastó para ponerla nerviosa.

Pero eso ya había quedado atrás para ella, y se proponía no mirar nunca el pasado. La mancha sería borrada de su prontuario, tal como ella pensaba borrar de su mente el recuerdo. Esos años pertenecían a otra Lauren Jáuregui. Camila y su amor, y la promesa de una nueva vida juntas, habían hecho de ella una mujer diferente.

Sólo pensar en Camila la sedaba. Hinchó las mejillas, soltó la tensión y se concentró en las cosas buenas que había ahora en su vida. Lo primero y principal era Camila. Lauren le llevaría su propia chaqueta de cuero al hospital para que se la pusiera al salir. La blusa de turquesa era bonita, pero ella dudaba de que fuese muy abrigada.

Lauren abrió la comunicación llegada de la cárcel, con los nervios que le atenazaban el estómago... ¿acaso esperaba encontrar una convocatoria a volver?, se preguntó sarcásticamente... pero sólo se trataba de su correspondencia, que le remitían. Sus admiradores no podían saber que ella estaba libre. Se preguntó por cuánto tiempo seguirían escribiendo.

Al volcar las cinco o seis cartas sobre la mesa, Lauren vio enseguida que su más fiel corresponsal había vuelto a escribir. Ella siempre usaba tinta púrpura y papel de cartas rosado, y siempre perfumaba sus cartas. El aroma que usaba era floral, muy tórrido; su potencia hizo que Lauren frunciera la nariz cuando llegó a sus fosas nasales.

El olor seguía molestándola mientras abría el sobre con el pulgar y leía rápidamente el contenido. Supuso que, por cortesía, debía enviarle una nota comunicándole que era una pérdida de tiempo que siguiera con esas epístolas de amor, pero supo que no lo haría. Tampoco volvería a mirar su correspondencia de la prisión. Le traía viejos recuerdos, recuerdos malos que le causaban ira. La echaría a la basura sin abrirla, igual que la propaganda y proseguiría con su vida.

Mientras leía la carta, más por costumbre que por verdadero interés, se preguntó qué clase de mujer se prendaba de una desconocida, y para colmo una asesina presa que nunca le contestó. Esta le había escrito sin falta todas las semanas durante los diez años de su encierro, y desde el primer momento había asumido una intimidad que ella encontraba absurda. Demonios, ni siquiera sabía cómo se llamaba ella porque nunca firmaba sus cartas románticas con otra cosa que "eternamente tuya". Tampoco se dirigía a ella por su nombre. Sus cartas empezaban invariablemente "Mi queridísima". A juzgar por su tono, era posible que ella las considerara casi un matrimonio.

Horripilante. Con una mueca, Lauren arrojó de nuevo la carta en el montón. Luego fue a la cocina para lavarse el empalagoso aroma de las manos, recogió su chaqueta y se dirigió a la puerta.

Estaba en mitad de la escalera, moviéndose con rapidez debido a la lluvia, cuando se dio cuenta de algo y quedó paralizada. Había olido antes ese perfume, y no sólo en esas cartas. Tuvo la misma certeza como que le estaba cayendo lluvia sobre la cabeza, pero no le fue posíble asignar un rostro al recuerdo del olor.

Wheatley le había preguntado si alguna antigua novia suya vivía en Tylerville, y la respuesta había sido que, hasta donde sabía, no.

Pero Lauren, cuya mente funcionaba a velocidad vertiginosa, quedó de pronto cara a cara con una espeluznante posibilidad.

Quienquiera que le había escrito esas cartas a la prisión, bien podía estar allí, en Tylerville. Acaso siempre había estado allí. Acaso ella... no él, sino ella... había matado a Demi y Keana. Porque se creía enamorada de ella.

Quienquiera que fuese ella, Lauren había estado en su compañía más de una vez, en las pocas semanas desde su salida de la prisión. El recuerdo de ese olor la atormentaba mientras trataba de rememorar. Pero lo terrible era... que no podía. Habría podido ser cualquier mujer del pueblo. Cualquier dependienta.

Cualquier cliente de la ferretería a quien había atendido. Cualquier amiga de los Cabello.

Tal vez fuese posible rastrear las cartas. Lauren giró sobre sí misma y corrió escaleras arriba, tratando torpemente de introducir la llave en la cerradura hasta que finalmente logró abrir la puerta, que dejó entreabierta. Se precipitó a la mesa y recogió la carta con su sobre correspondiente.

La dirección del remitente era una caja postal en Louisville. Eso no debía ser muy difícil de verificar.

Carta en mano, Lauren fue al teléfono. Alzó el auricular, marcó un número de teléfono, y cuando le contestó una aburrida voz femenina, dijo:

-Con el jefe Wheatley, por favor.

Recuerden dejar su voto y nos leemos el viernes 

En el Verano (Camren Gip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora