Por soledad creí que su compañía era amistad, pero que equivocado estaba al creer que ella por mi daba al menos la mitad.
Como su padre y hermano, siempre a la punta del cañon, solo, pero con ella de la mano.
No me gusta pararme a pensar, porque todas sus promesas vacías me pongo a recordar, como esas veces que decía que mi compañía era algo que verdaderamente disfrutaba.
Que mentira, más fría y más sabrosa, la que acarició mi garganta, como el terciopelo burbujeante de un buen champán, embelesándome y haciéndome vivir algo sin verdad.
Sus abrazos daban calor y yo los mal interpretaba, al olvidarme que el cuerpo de todo ser humano calor emana.
La creía mi amiga y solo era una perra desconocida que no mostraba los dientes de su mordida.
Ahora espero ansioso a que me muerda, para así, poder infectarla con la rabia que me corre por las venas.
Su mentira se transformó mi verdad, así fue mi triste y vacía amistad.