8. El hombre de negro

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El hombre de negro

Sentada en un pequeño rincón de mi habitación mientras miraba los niños jugar en un día soleado, tal y como yo lo hice hace un tiempo. Mi mente deambulaba con nostalgia.

Era domingo, todos descansaban este día para iniciar la semana. Mi padre era uno de ellos solo que él se encontraba en la sala. No me gustaba compartir sitio con él ya que era muy ruidoso.

Perdiéndome en la oscuridad de la noche mientras veía como las luces de las calles se alumbraban a los niños que seguían jugando.

Siempre veía a las personas disfrutar la vida, como yo lo hacía. Veía a la gente llena de felicidad y con incontrolables emociones, como yo lo hacía, pero ahora estoy aquí, envuelta en un mar rojo de lágrimas saladas.

No quería admitirlo, pero lo que sucedió con Ruby me afectó mucho. Sentí por un momento que no merecía ser feliz, pero me di cuenta de que depender de una persona es una mierda.

Esperar a ser correspondido es una mierda.

Ni siquiera el tema de mi madre me había afectado tanto como esto.

Pero el que ella estuviera aquí me serviría de mucho. Un abrazo, un beso en la frente con un "todo va a estar bien" sería más que suficiente.

Estar con Evan en esta semana me había ayudado a "superar" pero al estar aquí en mi habitación y pensar en cada abrazo que ella me había dado era difícil.

El teléfono sonó por toda la casa haciendo que saltara del susto. Me levanté irritada para responder al teléfono, sabía que mi padre ni se inmutaría.

─ Buenas tardes, ¿Qué necesita? ─ Pregunté al teléfono.

Normalmente eran personas que llamaban para hacer algún tipo de venta y los escuchaba, eran charlas largas, pero no me molestaba. De cierto modo me distraía imaginar en cómo era su vida a través de su voz.

─ ¿Aló? ¿Ambrose? ─ Una voz femenina atendió el teléfono y lo reconocí al instante. Era mamá.

Quedé unos momentos en silencio.  Sentía que todo esto era surreal. Mi madre me llamaba después de casi cuatro años sin saber de ella, esto era asombroso.

─ ¿Mamá? Pero...por qué... qué... ¿estás bien? ─ Dije al fin.

─ Estoy bien, ¿cómo estás tú? ¿Tu padre? ─ Preguntó. Imaginé su sonrisa del otro lado del teléfono.

─ Estoy relativamente bien, ¿Y Aurora?

─ ¡Ambrose! ─ La voz de una niña pequeña atravesó el teléfono. Era mi hermanita. Una lágrima de felicidad se me escapó. Anhelé este momento, en dónde me volviera a reencontrar con las dos personas a las que yo más quise. ─ Mamá, ¿Iremos a ver a Ambrose? ─ La escuché decir.

─ Pero claro. Cariño, nos vemos mañana después de clases en el parque 2-34, ¿te parece?

─ Sí... No hay problema.

─ Adiós, te quiero.

Y la llamada finalizó. Estaba pero más que feliz. Era un momento que había anhelado en mucho tiempo. Abrazarla era lo que más deseaba, sentir su suave piel y aroma cerca de mí, todo eso provocaría seguridad en mí.

─ ¿Por qué tan feliz, Ambrosía? ─ Me preguntó mi padre frente al televisor. Se me había olvidado por completo que él estaba hí.

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