12. Eduard Bridgers Sinclair

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Tenía dos opciones: tirarme del carro en media carretera o amputarme las muñecas con una navaja. La primera opción sonaba menos dolorosa.

Me dirigía hacia la escuela con mi padre al lado. Él, como de costumbre, tenía su cara seria y muchísimo más hoy que iría a la escuela, cosa que no le gustaba hacer. Según él, yo ya era lo suficientemente grande como para valerme por mí misma.

Sabía que no había hecho bien en contarle sobre mi familia al Señor Roger y también sé que es su deber saber mi vida como su paciente, pero mi caso es diferente. Mi vida va más allá de la normalidad.

El señor Roger me había pedido permiso para conocerlo, lo pensé muchísimo, pero con temor acepté. Fui muy valiente al estar frente mi padre y decirle que estaba citado con mi psicólogo, cuando él tiene un concepto ignorante de eso. Pero por primera vez fue buen padre y aceptó después de rechistar media hora.

Mi cuerpo se encontraba completamente recostado en la silla de copiloto, mientras intentaba relajar mis pensamientos con la brisa del exterior. Me preocupaba muchísimo el hecho de ambos fueran a tener una conversación, siendo mi papá muy impulsivo. Pero mi tranquilidad se escabulló cuando ya nos encontrábamos aparcados en el estacionamiento de la escuela.

Quería acabar esto de una vez, así que tomé mi bolso con agresividad y justo cuando iba abrir la puerta escuché el "Clic" de las puertas cerrase y miré a mí padre confusa, ya íbamos tarde.

─ Recuérdame para qué vinimos a tu maldito instituto? ─ Preguntó mi padre con su vista fija en el volante.

─ Ahora no lo recuerdas... vaya mierda. ─ Susurré con ironía, sin tener en cuenta que había hablado en voz alta. Para evadir el regaño miré hacia la ventana.

─ ¿Qué dijiste? ─ Despegó su vista del volante para mirarme.

─ Vinimos para que habláramos con mi psicólogo, ¿No lo recuerdas? ─ Respondí con algo de temor. Mi padre a pesar de ser mi padre era capaz de cualquier cosa.

Él me miró por unos segundos, pero de un tirón tomó mi muñeca con fuerza, la misma en la que tenía las heridas, haciendo que estas ardieran. Solo habían pasado dos semanas desde lo ocurrido, no se encontraba muy sano que digamos.

─ Cariño, ─ Al escuchar ese empalagoso apodo unas inmensas ganas de vomitar vinieron a mí. ─ solo te advierto que allá adentro no se vayan a enterar de nada de lo que luego te puedas arrepentir. Yo te lo he dicho, no hoy, sino siempre. No me importa que esto no haya sido tu idea, pero sabes que estas porquerías no me van. ─ Su apretón era bastante fuerte que solté varios quejidos, hasta que soltó mi brazo bajándose del carro y tirando la puerta con fuerza.


Mi padre abrió las puertas de la escuela sin prudencia alguna, varias personas que estaban cerca entre esos profesores, lo miraron despectivamente. Yo entré después de él cabizbaja, me daba vergüenza que supieran que él es mi padre. Mi reputación estaba por los suelos, no quería menos.

Lo guíe hasta el consultorio de Roger, aunque él llevase el mando, pero en realidad estaba perdido, nunca había pisado estos terrenos.

Mi psicólogo por primera vez se encontraba fuera del consultorio. Lo había visto solo un par de veces caminando por los pasillos, pero jamás afuera esperando a un paciente. En tan poco tiempo le había cogido mucho cariño, se comportaba más como un padre que mi propio padre. Hizo que expresarme fuera cómodo, hasta tal punto que mis anécdotas salían por sí solas. Hablábamos sobre otra cosa que no fuese sobre mi aburrida vida diaria, de hecho, estaba muy al pendiente de mi relación con Evan, decía que debía dar el primer paso.

─ Buenos días. Pensé que nunca llegarían. ─ Al vernos Roger habló con una sonrisa ─ ¿Cómo les ha tratado el clima otoñal?  
                                             
─ Bastante bien. Esperando con ansias la navidad. ─ Respondí.

Needs LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora