Prólogo

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Tomó con firmeza su delicada mano derecha, aquella que tanto me encantaba entrelazar con la mía, la hizo girar hasta el borde del edificio y sin dudarlo un segundo, la soltó.

Juro que todo se tornó en cámara lenta.

No pude pronunciar palabra ni grito alguno, corrí hasta donde él estaba e ignorando mi furia por ponerla en semejante peligro, salté tras ella sin perder el tiempo.
Estaba desesperado, me llevaba una distancia considerable, sentía mi corazón latir tan rápido y desenfrenado, el viento golpeaba contra mi cara pero me negaba a alejar la vista de ella, estaba temblando.

Tenía miedo, ¡MALDITA SEA!, tenía tanto miedo.

¡Contrólate, Peter!, respira.

Era difícil.

Sus brillantes ojos estaban llenos de miedo pero su luz se negaba a desaparecer, me veía exasperante, agitada, pero desbordando de esperanza.
Sus rosados y hermosos labios hicieron una pequeña sonrisa al ver como estábamos más cerca, la había hecho más para mi que para otra cosa. Lo sabía, quería que me sintiera tranquilo.

No iba a sentir tal cosa hasta que estuviera en el suelo, sana y a salvo.

Me transmitía cuanto confiaba en mi, a pesar de que yo estuviera lleno de dudas.

Pero no iba a intentarlo...

Lo iba a lograr.

Intenté estirar mis brazos más hacia ella, como si eso fuera posible, y ella me imitó con una mueca algo cansada, su ceño fruncido, implorante porque nuestras manos se tocaran.



Distancia...



No lo entendí hasta que sentí una fuerza atraerme hacia arriba, alejándome rápidamente de ella, ¡ARRANCANDO DE MIS MANOS LAS POSIBILIDADES DE SALVARLA!

Miré de manera fugaz hacia arriba a ese idiota llevarme en la dirección contraria a donde pretendía, me volví hacia ella y aún temblando, con dudas, pensamientos negativos y recuerdos profundos y dolorosos, lancé mi telaraña con rapidez en su dirección.

Hacia ella.

Hacia el vacío.

Hacia quien en este momento iluminaba cada uno de mis días, quien había sido capaz de desahogar mis penas, delirios y culpabilidad. Quien había sido capaz de hacer que mi corazón se acelerara de nuevo y viera el mundo de una manera diferente.
Quien me hacia feliz, quien me hacia reír, quien me hacia querer volverme loco (en el buen sentido), y quien había traído del hoyo más profundo y oscuro esa parte de Peter Parker que murió la noche de la pelea con Electro y Harry, en esa torre del reloj.

Un parpadeo, y era ella.

Otro parpadeo, y era Gwen.

Ella.

Gwen.

Ella.

Gwen.

Miedo.

Dolor.

Vida.

Muerte...

Las lágrimas se resbalaban sin importarme mucho, pidiendo, SUPLICANDO que llegara a tiempo.

Pero mi telaraña estaba demasiado lejos de ella...

Y ella estaba demasiado cerca del suelo...

TASM: A las sombras de Nueva York (Andrew Garfield)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora