➶ ໑ 𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟒 ᘒ ꒦ 🜸

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Johnny y yo no hemos estado a solas desde Chaparral. De camino hacia aquí, como estábamos los cuatro atrapados en los estrechos confines del coche, apenas cruzamos palabra. Solamente nos detuvimos a poner gasolina, ir al servicio y comer algo. Pero ahora estamos los dos solos. Lo único que puedo hacer es mirarlo fijamente, temiendo el torrente de reprimendas que seguro va a lanzarme. Y lo hará por las razones obvias: haberme expuesto ante nuestro mayor enemigo; amar a uno de esos enemigos; y, peor aún, seguir amando a Jeno después de haber visto su sangre. ¿Cómo puedo explicarle a Johnny que Jeno no es el malo de la película? Él no es más que una víctima. Le hicieron las transfusiones de sangre sin su conocimiento cuando estaba enfermo. Pero ¿en realidad importa que explique algo? No voy a volver a verlo nunca más.

En el silencio, capto las voces apagadas de su padre y mi madre. El tono es acalorado.

-¿Qué le has contado a tu padre? - Le pregunto a Johnny, y me levanto de la cama, repentinamente consciente de que estoy en mi cama... De que él está muy cerca, alzándose ante mí. Johnny no se mueve, y tengo que rozarlo para llegar hasta la mullida butaca que hay junto a la ventana.

-¿Quieres decir que si les he contado que revelaste tu naturaleza a unos humanos? - Me taladra con la mirada. -¿A unos cazadores? - Hago un esfuerzo por no encogerme. Suena mucho más horrible cuando lo dice él. Ojalá pudiera negarlo.

-Sí. Eso. - Me acomodo en la butaca de la ventana. Intento actuar con despreocupación, indiferente al recuerdo de mis actos, indiferente a todo. En especial a Johnny. Está en mi dormitorio, observándome de esa manera avasalladora y ardiente que provoca que mis pulmones se dilaten y contraigan. -¿Le has contado a tu padre todo eso? - «¿Que he hecho la única cosa que podría destruirnos a todos? No solo a la manada, sino a nuestra especie al completo...».

Su mirada me recorre sin perderse nada. Ni el enredado cabello que me llega hasta la nuca, ni los pies descalzos que asoman por debajo de mis piernas cruzadas. Si les ha contado lo sucedido, si se lo ha contado todo, ¿cómo podrían ellos dejar de castigarme? Incluso una parte de mí cree que me lo merezco. He traicionado a mi especie. No es que quisiera cambiar nada, incluso aunque pudiese. Eso lo sé. Es una extraña certeza. Que me sienta culpable no significa que me arrepienta de nada. Hay algo más fuerte que la culpabilidad que siento: el dolor de corazón por haber perdido a Jeno. No puedo ni imaginarme qué clase de dolor sentiría si no lo hubiese salvado, si él hubiese muerto en medio del desierto.

Johnny responde por fin: -No podía ocultárselo, Jaemin. Eso no. Eso nos afecta a todos.

Me hundo un poco más en los cojines, casi como si estuviese decepcionado con Johnny. A pesar de nuestra antigua amistad, no espero ninguna lealtad de su parte. La manada es lo primero y principal para Johnny. Aun así, Haechan borró la memoria de los cazadores. No van a recordar nada. ¿Johnny no podría haber guardado el secreto? ¿Tan malo habría sido que lo hubiera hecho? Me invade la desolación, se desliza en mi interior como agua helada. Casi había llegado a creer que Johnny se preocupaba por mí, que me protegería. Tal y como prometió. En vez de eso, me ha lanzado a los lobos.

-Tenía que contarles que te habías manifestado ante unos cazadores, pero no les he contado todo. No he dicho nada sobre él. - Lo miro fríamente, y pronuncio la palabra que él es incapaz de pronunciar.

-¿Jeno? ¿Te refieres a Jeno? - Algo cruza su rostro. Durante un segundo, sus pupilas tiemblan, se encogen y se reducen a simples líneas. Y luego nada. Vuelve a ser el impávido Johnny de siempre.

-Sí. No les he contado lo de la sangre. - Eso me atraviesa como un balazo de vergüenza impotente. La sangre de Jeno. La sangre que tiene el mismo color que la mía.

-La manada lo aniquilaría si lo supiera. - Digo. -Supongo que estoy en deuda contigo por eso.

-Tú no estás enamorado de él. - Afirma Johnny, tan deprisa y con tanta fuerza que me sobresalto. -Ni siquiera lo conoces. Y él no te conoce a ti, no como yo. - Su pecho sube y baja con respiraciones entrecortadas. Yo no digo nada en el incómodo silencio que sigue. La tensión nos envuelve, tan densa como la niebla de Sunmi que se adhiere a mi ventana.

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