➶ ໑ 𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟏𝟔 ᘒ ꒦ 🜸

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Ha transcurrido demasiado tiempo. Alzo la vista hacia los árboles para mirar a través de las ramas y absorbo la luz del sol que se cuela entre los huecos. Los escasos rayos tocan mi piel humana y se quedan allí sin más, no como cuando inciden en mi piel Draki para que esta centellee como el fuego.

Los pájaros trinan, hablan entre sí con llamadas que se solapan unas a otras. El viento susurra despacio y quedamente a través de los gigantescos árboles. «Jeno, ¿dónde estás?», me pregunto. Me paso las manos por los brazos intentando consolarme.

Llevo aquí casi una hora, y, aun así, sigo esperando, con el corazón en un puño y cada vez más abatido. «Jeno no va a venir», me digo. Pronto me echarán en falta. Si Jeno no va a venir..., si yo no voy a irme, entonces no puedo permanecer aquí mucho más tiempo. A menos que quiera que me descubran... Sin embargo, me quedo un rato más, sentado, de pie o paseándome por el brumoso claro en el que vi a Jeno la última vez, cuando nos abrazamos y nos susurramos sueños y promesas. Sueños imposibles, pero aún me permito conservar la esperanza.

Miro a mi alrededor, inspecciono el denso bosque como si Jeno fuera a surgir de las sombras en cualquier instante. No sé muy bien cuándo lo percibo, pero me quedo quieto, completamente inmóvil. Y escucho.

Hay un silencio absoluto, antinatural. No estoy solo. Mi piel se estremece con esa certeza. Alguien ha llegado. La emoción burbujea en mi pecho, y siento como cuando me bebía el refresco gaseoso de naranja que mi padre siempre me compraba cuando íbamos a la ciudad. Jeno.

Mis ojos examinan la franja de árboles y sotobosque que me rodea, ávidos por verlo.

Y, sin embargo, algo me impide pronunciar su nombre, llamarlo en voz alta. El silencio se prolonga y se transforma en algo vivo e inquietante que respira amenazadoramente a mi alrededor. Y entonces me doy cuenta de que quienquiera que esté ahí... no es Jeno. Jeno habría revelado su presencia. Él no me haría esto.

Un sonido, algo discordante con el entorno, quiebra el silencio. No es el canto de un pájaro ni el susurro del viento a través de los árboles envueltos en niebla. Una ramita rota. Sólo una vez. Como si un cuerpo se moviera, probando su peso, y luego se detuviera. Mis ojos se concentran en ese punto, mirando sin pestañear la espesa vegetación.

-¿Quién anda ahí? - Pregunto al cabo, pero nadie responde. Incontables posibilidades me pasan por la cabeza a toda prisa. ¿Me ha seguido alguien? ¿Johnny? ¿El centinela? ¿O se trata de un cazador? ¿Uno de la familia de Jeno?

Se me ocurre que esperar a averiguarlo es una mala idea, así que corro hacia los árboles, apartando las ramas a manotazos mientras me alejo del claro y del pueblo. En caso de que sean cazadores... No puedo conducirlos hacia la manada.

Y ahí está de nuevo, pisadas que siguen el ritmo de las mías. Agradecido por no ser un paranoico, me dedico a pensar cómo dar esquinazo a quien va tras de mí. Desde luego, no se trata de un amigo. Un amigo se habría anunciado.

El calor invade mi piel. Avanzo con brío, internándome más profundamente en el bosque. Mi corazón late con cada uno de mis pasos. Pisoteando la alta hierba, me pregunto cómo un día tan prometedor ha podido torcerse tan espantosamente. Ahora debería estar en los brazos de Jeno, pero, en vez de eso, estoy participando en una especie de juego del gato y el ratón. Las montañas de cima nevada me observan a través del encaje de las ramas.

Cansado de sentirme como una presa, giro en redondo de golpe y grito: -¡Vamos! Sé que estás ahí.

Silencio. Registro los árboles con la mirada, buscando, y entonces la veo. Una figura sale de detrás de un árbol y digo, sin aliento: -Karina... - Supongo que debería alegrarme de que se haya mostrado, pues no tenía por qué hacerlo.

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