El sofá
El sofá es prácticamente un objeto multiusos: sirve para follar, para beber una taza de café, para leer una gran obra o rendirse ante las garras del sueño. Suele ser el amigo más confidencial de las parejas en proceso de ruptura o de separación, por el que se van inquietos y a regañadientes a dormirse en sus acabados de felpa y madera. Los sofás son cuerpos vivientes, jadean con uno el mismo vaho sudoroso de la nostalgia y la existencia, también envejecen y mueren, como cualquier ser mortal, donde sus maderas crujen y son atacadas por las polillas y las termitas, desangrándolas de aserrín y viruta.
En el asedio de la soledad, cuando el silencio es una cosa abstracta y librada de sentido, sentarse a leer o fumar es una cosa tan cotidiana como funcional. Ellos, que siempre se encuentran inertes y sorpresivos, nunca lo juzgan a uno, si la tristeza es una delimitación hacia la tentación y el fracaso de vivir. Su calor guardado es lo más cercano a decir que están vivos, cuando uno está más cerca de ellos, se siente su hundimiento, dejándolo a uno desparramado a través de sus texturas de cuero y felpa, con un olor más de mi preclara existencia, sin saber que algo de mí me abandona, para pertenecer a ellos, para ser otro objeto más de esta vida material, en la que no significo casi nada, solo un transeúnte de esta mundana percepción, una cosa que puede ser reemplazada por otra, un objeto desrealizado, sin magia y vínculos humanos. Como el sofá mismo, él no puede entender de palabras y gesto, actos y palabras, simplemente es el cuerpo del vacío entregado a la expectación de la siniestra soledad, donde nada queda escrito, ni siquiera a las arrugas de su envejecido cuero tras el peso y la gravedad de mi cuerpo, hundiéndose con el dolor despavorido de la arbitrariedad.
Su calidez de cuero frío, de resortes retorcidos, es todo lo que puedo percibir, cuando aguanto este sentir de pesadumbre, mientras estoy sentado, inquieto con la penumbra, fumándome un cigarrillo al rato que hojeo las páginas cuarteadas y envejecidas de un libro de segundo uso: 'El misterio de la Catedral de Compostela', un libro esotérico, que te habla de mágicas ordenes templarias, de la «Hermandad de los Arquitectos», jugando con muchas alegorías y símbolos, arquitecturas sagradas y espacios propicios para el ritual y la trascendencia del ser. Cuando uno se para y se aleja, el sofá hacer sonar su inconformismo, sintiendo que ya está muy viejo, con sus patitas destartaladas, casi rozando la cercanía del suelo. Observando que sus bordes exteriores, las manchas de vino, café, semen y quemaduras de cigarrillo, le habían escritos cicatrices, pecas imborrables y estigmas imposibles de limpiar, salvo que le saque la piel y lo deshuese, y que se la cambie por otra nueva.
Pero mi intención era otra, era sentirlo entre mi cuerpo, abrazarlo con mis largos estrujones pestilentes de apatía y tedio, porque cuando me sentía tan triste, dormir con él era una sensación de confort y delicadeza, que me invadía de un calor maternal, en la que caía rendido ante el sueño y los signos de la tranquilidad, como si navegara por un mar hecho de remoras y sargazos, represivo de mí mismo, sin quietud y zozobra, solo como un viajero más en esta barca hecha de hierros y madera, de clavos y resortes, de esponja y costura, en la que soñar, vivir, sudar y fornicar, era el único espacio que se emparentaba con esta cama librada al ojo público.
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La casa de los espejismos
Short StoryUna casa, un hogar que se proyecta a traves de los objetos, los espacios, las cosas y las atmósferas. Diversos relatos que se interconectan con la soledad, el temor existencial, la vacuidad, con algo del relato fantástico, que también se cierne sobr...