Sótanos
¡Oh, imposibilidad de mi infierno! Sé de tus vetustos arenales que construyen el ideario del hongo acuartelado, entre estos escalones de pirita y piedras negras colgadas del paraíso. Las escaleras son abrasivas telas de juicios, molares extraídos del más fiero muerto, como oliendo a pescado muerto, un objeto descerebrado, enterrado en medio de este sótano. Aquí la puerta subyace al infierno, en la oscuridad donde siento el himeneo mi cuerpo, que es elastizado en un solo sentido, más allá del prurito mental y la ley del grillo, donde las cucarachas juegan a hacer caminitos y columpios por el suelo, mientras son aplastadas. La ventana es una señal podrida de mi existencia, donde no cabe ningún rayo del sol y gemas solares, en este triángulo de ábside y ufana teología, impidiendo el polvo cósmico, el polen y la espora infernal. El moho recubre todas mis llagas, me prepara para el viaje hacia el final aquel, donde ya no estaré con todos ustedes, porque estaré más vivo con mi tos esperpéntica, abrazando el delirio y bebiendo en mi nombre la copa amarga, el Grial Negro, la muerte que me rodea con su esplendor, ofreciéndome el hambre y la sanación. Y mi cuerpo ¡Oh, desastre de la tierra!, no sabe ser un marchito temporal de dudas, con la quijada del opiómano que anda tragándose esta tierra arcillosa, la flor húmeda de sus derrotas. Por debajo, cuando los líquenes y los musgos crecen, rompiéndome las costillas mientras germinan, es la espora de la muerte que llega a pegarse en los vitrales dudosos de la vida, con sus colores santificados, hechos de piedras y ópalos turquesas, elevando mis ojos a un estado de sopor y delirio, creyéndome una hernia saturada, un absceso de gloria. El pus borbota como un estigma en la palma de un profeta, ¡Oh mi cuerpo, hecho de estridentes heridas! Qué sabrás de mi muerte y de la fruta vencida, caduco en un terral de cangrejos torpes, donde mi sangre es derramada en este Grial Negro, derramando un vino de color carmesí, un dulce hedor de vida que me embriaga hasta en los últimos destellos de aquella luz apocalíptica.
Debo impedir que mi cuerpo viva más y sea vital, porque la muerte es su mejor opción ante todo lo existido. Los maderos son crucifijos hechos de sal y ortiga, de bencina y cornezuelo, cada astilla es un recuerdo transitado por la vida, un pedazo apertrechado en el código de la muselina y la memoria. ¡Sed de mi cuerpo, sed de carne enrojecida! Los objetos y las lagañas son pesarosas camisas de fuerza, que bailotean una polca fúnebre, zapateando sobre el polvo y hurgando sobre el hormiguero, llorando plancton y hormonas, dejando de respirar en esta fatal obertura del fracaso, como su lineal jinete que se ha vestido con las túnicas purpurinas del despido, en un viaje hacia el sol que pedalea, como si fuera un chiquillo pobre, martillando los adoquines con migajas de uñas y partículas invisibles. ¡Sé tú la revelación de mi cuerpo! ¡Háblame de aquellos encantos que no existen! Porque la llaga se ha apagado de su delirio, sabe resumir un licor de petróleo y naftalina, en este pueblo de vidrios hostigados y trizados, en este sótano donde no existe la presencia de tu verdad, solo un ambiguo pasaje crónico de la ausencia, como la antesala liberada del infierno, sin luces ni aspavientos de flores marchitas, girasoles curvos que ruedan buscando un poco de color, entre mis zapatos de ocre y pasta oleosa, enlutando mis dientes de mandrágoras y silabarios de mercurio, donde la barca es este hueco podrido y maloliente en el fondo de mí hogar, donde los primates tiran sus piedras elevadas hacia ti, como tu castigo de oración, heredando el nogal y la carne de pimienta y el clavillo de olor, con el tisú dulcificado y el arsénico tibio, como el brebaje que me llevará hacia la mortaja de los culpables, porque eso somos, una existencia heredada de la desgarradura y el grito apestado, del escombro plastificado y la piedra amonita tragada con espasmo y temor.
¡Oh mi cuerpo, aléjate de mí! Sé la llaga insensible, el paraíso del asco, no te contentes con inventarte el discurso de los demás, hay que hallar el himen metálico en las mujeres, un pedazo de aire en el cuenco despotricado de los ojos, aquel pozo ambivalente y bizco hecho de nudos y sierpes, tal vez horadando el espacio de la madriguera, donde las comadrejas olisquean el espacio de mi inexistente verdad, sumándome despierto, con el bendecido clamor de un mosquito zumbando una rumba pasajera, en su infinidad de hilos y estambres, como un animal de radio y plutonio, aspirando de nubes radiactivas y lluvias ácidas, llorando por mis poros, sangrado el cáliz de quistes y venas de querosene, donde mi país es una hoja hecha de papel crepe y cartón mache, sin políticas ni entierros, solo el enjambre de una voz coral que zumba como el olor más insignificante, un pitillo de perros militares, una hembra de mamas hidráulicas, sin futuro ni congoja, solo enterrado como yo, en este pasado líquido del hogar escrito con la fugacidad del clavel, la espiga y las piedras negras, en una mortaja final, donde mi cuerpo es una estría eyaculada desde el origen, un escupitajo de la vergüenza y el crimen, ¡Oh piedad, muerte de lo irreal, lárgate y llévame contigo! Hacia este fin, en este cajón endurecido por la costra de la piedra tatuada, donde ya no pueda hablarte más, dejar de oler como una arenisca de dólmenes y dopamina, sin poder dormitar ruidosamente, para conciliar el teatro de la vida, en cada miligramo de pulpa carnal quiero sentir el frío candente de la muerte, su frivolidad de nombres austeros, hasta que hoy sea una sombra del paraíso, quizá el mejor cuerpo hecho de felpa y aserrín.
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La casa de los espejismos
Short StoryUna casa, un hogar que se proyecta a traves de los objetos, los espacios, las cosas y las atmósferas. Diversos relatos que se interconectan con la soledad, el temor existencial, la vacuidad, con algo del relato fantástico, que también se cierne sobr...