Capítulo X

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Antecámaras (o la antesala del purgatorio)

Las antecámaras son lugares que anteceden a los cuartos y las habitaciones, usualmente son promontorios de grandes casonas y palacios, mansiones y lujosas residencias. Era el lugar de la confesión y los confidentes, un acceso que recibían a las personas más allegadas, ya sea en su trato íntimo como amical. Este espacio, dibujado como la antesala de lo que es uno, no tiene recuerdos ni memorias, es un lugar dedicado al no-espacio y el vacío, a lo no-existente y el no-lugar, es la antesala del purgatorio que se nos adhiere a la piel y escribe letras de fracaso y desafecto, que nos sale de los ojos y nos hace arder las uñas, es como un espacio cerrado con el olor de nuestras asfixias, que huele a podredumbre como nosotros, que infecta el aroma del aire y la pureza. Cada esquina y gramo de su hábitat, las antecámaras son como los invisibles purgatorios, es el grito de una opulencia incontenida, que nos anda quemando la piel erizada de las dudas, cociendo nuestros huesos y tejidos, haciendo de nuestras pobres mortajas, un simple cuerpo de la muerte y la desolación.

Cada cuerpo es un barco sediento en su mar, que naufraga por las olas vaporosas de azufre, con el calor infernal, con el sol metido hasta en las tripas del hartazgo. Cada habitación tiene su propio espacio que le antecede, un dolor de sien que es interminable, un malestar que nos hace zumbar los oídos, algo que nos estigmatiza de enfermedad y dolor, porque el purgatorio es real y está en cada recoveco de nuestras almas que se hallan imposibilitadas de respirar, como estalactitas emergidas del averno mental. El purgatorio hoy tiene un nombre, es una seña enclavada a mi boca, a mis espasmos bucales, a la glotis que se desgarra tratando de gritar mi auxilio, pidiendo perdón por tanta hambre y sed de castigo, porque las antecámaras son los testigos nupciales de nuestras torturas y placeres, ellas nos observan a diario y no dicen nada, solo se quedan calladas, contando entre sus números, el afeado color de la condena, con nuestro paladar entumecido de arena y polvo, con el diente quebrado y partido por las piedras.

Cada cicatriz de la antecámara es el alivio del alma, un ante purgatorio, una antesala del despojo, donde ya nada se es, ni siquiera un torpe vaso fragmentando el silencio con el ruido del gorjeo, con ese meditabundo andar, como errando de las distancias y los límites, o las litotes de que nada existe. Hoy mi corazón ha sido desgarrado de su pulpa, ha dejado cada una de sus estrías en un vano pulso, es un musculo estriado de infartos y cánceres, alargado hasta romperse, con la cruz lineal de la desesperación, con el barro torcido de muecas y desganos, y mi purgatorio es la inexistencia del espacio, de un lugar donde no pueda cobijarme, porque no existe ninguna antecámara que sea el fúnebre rozar de mi cuerpo con el cielo en su curvatura, con el nadir lunar, con el agua pintada de pájaros negros, todo mi cuerpo es un purgatorio silente, porque se ha acostumbrado a la ley del silencio, a la frialdad de los muros y la insensibilidad, al grumo de la ceguera, al concreto de la impaciencia.

Mis antecámaras son, a veces, costillas rotas y pulidas por la exhaustiva nada, ese vientre afelpado de carcoma y mugre, esa garganta adolorida tras alimentarme del musgo venenoso, esa cabeza destemplada de coros y música afines, y nada de ella es real, ni siquiera el hueco escarbado en la llanura de la sed, cada purgatorio es la sinusitis del espíritu, la diarrea cósmica del Padre celestial, sin encontrar nada aquí, ni siquiera la culpa ni la levedad. Los purgatorios son unos cuerpos de mármoles rojizos, estatuas de flemas gibosas, irresponsables, son los cuerpos entregados a su flama, donde no son nada, solo antecámaras nupciales, de recamaras inhabitadas más que solo por la aspereza del tedio, donde la mugre y la modorra nos enseña a cada rato, nos erige desde lo que no somos hacia lo que no-somos, desde un no-lugar, un no-espacio una no-existencia que se parece a una pared tapiada por el asco y el reflejo de un ser embadurnado de sus propias miserias

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