El televisor (o el plenilunio de las imágenes)
El televisor, considerado como una caja de resonancias bobas, un seudo artefacto que articula imágenes con escenas, momentos y personajes, nos ha acompañado prácticamente desde que nacemos hasta que morimos. Cada día de nuestras insípidas existencias, este colorido cuadrado electrónico, sea de funciones mágicas o revelaciones burdas y tontas, nos entretiene o nos estresa por cada segundo que pasa. Si dicho objeto es un artefacto doméstico, instalado y amoblado en cada habitación, cocina, salas y baños, para ofrecernos una parrilla cada vez más refulgente de clichés y relativismos sensacionalistas, atiborrada de violencia, sexo y mucho nihilismo, puedo decir que esta cajita de ecos multicolores y voces chispeantes de gemidos y gritos, no es otra cosa que un instrumento de nuestra asoleada soledad.
Cada segundo ella nos mira y nos detesta, se ríe de nosotros por tener gustos tan incipientes y anodinos, supinos y en algunos casos torcidos, porque perdemos el tiempo viendo programas de concursos, torpezas acrobáticas y dibujos lisérgicos que lo único que hacen es marear a nuestros hijos, con el riesgo de sufrir el colapso estroboscópico de una hemiplejia o una epilepsia fractal. Siempre he desconfiada de esta cajita de mentiras, mejor es el cine creo yo, si vamos a asumir una mentira por otra, prefiero la grandilocuencia al pesar de que algo tan chato y mínimo me está timando. No me gusta los programas donde se denigra, se abusa y se somete, se sexualiza a la mujer y se come mierda literalmente, la televisión hoy por hoy, es un artefacto ya casi inconsciente de lo que es. Cada minuto visto es como retrotraerse al estado invisible de un control remoto que toma nuestras vidas como un zapping, uno más hegemónico, propugnado por productoras, plutócratas del nuevo orden y los magnates hediondos del primer mundo.
Su invento también es como una espada de Damocles para ellos mismos, ya que uno no puede determinar hacia dónde apunta o dispara toda su artillería, lo que nos demuestra nuestra expectante complicidad, viviendo de su siniestra representación de lo real, por una imagen más glamorosa, instantánea y repetitiva, porque la televisión y el abominable mundo de los realities y las 'soap operas' lo puede tener todo, menos la memoria de lo que son. Pero no hay que dejar escapar sus lados de nostalgia y de encuentro, de cuando éramos niños, y nos aprestábamos a ver los seriales y los dibujos animados, de poder ver a nuestros héroes de capas caídas y medias de nylon, que era lo mejor para nuestras pequeñas consciencias y cabezas juguetonas, retozando con sus irreales vuelos, cuando les daban puñetazos a los malos, haciéndolos caer o reventar por el suelo, haciendo ¡Pum!, ¡Zas!, ¡Ouch!, en cada momento. No puedo ser ingrato, la tele me había entregado los mejores momentos de mi infancia, cuando me pegaba horas de horas mirando estos dibujos que me carcomían el cerebro, pero así era tontamente feliz, asaeteado con el tecnicolor grasoso de su pantalla, tarareando cancioncillas tontas y muy lerdas, saltando como un grillo encima de mi cama, dando piruetas en el aire, creyéndome ser Superman, Batman o la Gata Loca que le tiraba ladrillos al ratón, mientras me tragaba quilos de golosinas, chocolates y chizitos que se me pegaban en las tripas, para ocasionare un cáncer de colon cincuenta años después.
Mirar la tele era destruir la realidad por vivir una fantasía más capciosa, juguetona y de instintos básicos, y no había mejor remedio que apagarla un rato y empezar a leer, de hacer que tu cabeza sea un televisor que proyectase tu propio imaginario y lúdicos actos de fantasías, no había nada mejor que eso, que las imágenes y las reminiscencias agolpadas de luces y flashes, se hicieran moldes vivos en tu cabeza, prototipos funcionales de una nueva manera de pensar y plantearse el mundo. Pienso que la tele es un estricto invasor del orden posmoderno, o lo tomas o lo dejas, eso depende de cada uno, si eres un usuario adicto a perder el tiempo insulsamente, o eres un tipo esclavizado al deseo de tragarte los fantasmas de miles de proyecciones, porque eso somos, entes asimilados a sus rayos catódicos, a su magnetismo de tecnicolor y luces led, a sus señales emisores de rayos gamma y puntos de lluvia, como si nuestros cerebros fuesen blanqueados de su memoria y llenados con estos contenidos, de este caja oscura que evidencia la oscuridad de un país inexistente, de espacios que son reales pero que funcionan como artificios y estigmas de la realidad. Mirar la tele es como seguir dormido en la pista de los indicios, esperando que ella nos resuelva la vida y nada más, que nos haga ser larvas inapetentes en nuestras camas o divanes famélicos, inmovilizados hasta el tedio de no ser prácticamente nada, consumidores de su propaganda y consumo, engordando más rápido que un chancho encebado hasta el cuello, porque todo eso nos quita: la vitalidad, el ánima y el diario sustento del asombro.
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La casa de los espejismos
Short StoryUna casa, un hogar que se proyecta a traves de los objetos, los espacios, las cosas y las atmósferas. Diversos relatos que se interconectan con la soledad, el temor existencial, la vacuidad, con algo del relato fantástico, que también se cierne sobr...