El ropero
Los roperos aman nuestros juegos, son espacios fértiles construidos de vacío y oscuridad, felpas acostumbradas al silencio y la mudez de la austeridad. Cuando uno es niño, esconderse en los roperos era una de las cosas más intrigantes, pero a la vez temerosa. Adentrarse en su reino de sombra y penumbra para no ser visto por los demás niños, era como tocar el limbo de lo inexistente. Los roperos a veces huelen a naftalina, para matar a las polillas, era también oler el indestructible aroma húmedo del moho y el olor de guardado. Es el cementerio de la ropa vieja, de trajes pasados de moda, de camisas amarilleadas por el pasar del tiempo, de pantalones arrugados que, tras morir en el intento de ser usados, terminan por quedarse ahí inertes, sin dolor y sensibilidad, esperando su deceso. Oler todo era como respirar el vaho de un azufre pestilente, irrespirable por momentos. Pero lo más siniestro y terrorífico era quedarse a solas con él, cuando su pequeña puerta de espejo chirriaba al abrirse sola, invitándonos a pasar hacia el inframundo de la casa, hacia ese hueco de tenebrismo y nocturna levedad, porque eso era, una puerta al infierno, un acceso hacia un lugar desconocido, que no sabemos nada de aquel tiempo o disposición de espacio. Tocar sus paredes de triplay contrachapado también era un acto de duda y temor, texturas tan frías como la muerte misma, donde parece que aventurarse en su pequeño espacio de juego claustrofóbico era estar tan muerto como una estatua petrificada en el olvido.
Jugar a las escondidas no era una cosa de cobardes, había que tener temple y mucha vitalidad para esconderse ahí, de agarrar coraje y quedarse quietecito en medio de los sacos deshilados y el rancio tufillo de los zapatos arrugados, para que los demás no lo escuchen ni lo sientan respirar, para estar metido aquí, con el miedo enclavado a mi piel, haciendo ascuas por todos lados, donde uno sudaba la gota gorda, sin saber qué es lo que merodeaba afuera, si nuestros más expresivos temores o los demás niños que nos buscaban, y recuerdo con gran asombro, o revelación, ya ni lo sé, que, mientras tarareaba una tonadilla pegajosa, sentía la presencia de algo siniestro, de algo atemorizante que se movía por ahí, en la que no sentía que alguien tratara de buscarme, sino que sonaba como algo que se desplomaba frente a mí, que caía con total gravedad, dejando oír un golpe seco y macizo. Y recuerdos como esos me asaltaban, mientras me quedaba en silencio, jugando con una linterna que tintineaba en el frontis aciago de la noche, que más que iluminar la oscuridad, algo la agravaba más en el énfasis de una hosca expectación ante la oscuridad y la búsqueda de la luz.
Los roperos sueles ser cajones de madera cubiertos de cosas y trastos viejos, lugares donde la ropa es desterrada para morir de a pocos, debido al poco uso y el olvido total de sus usuarios. Que tienen otra dimensiones desconocidas, muchas leyendas populares nos hablaban de seres interdimensionales que se cuelan por sus puertas falsas, por sus espejos empañados de polvo y suciedad, y demonios que nos visitan nuestras alcobas por la noche, entrando por este portal del averno o del espacio más exterior, para abducirnos, asustarnos, causarnos un horror invasivo durante cada sueño, en el que ya nada podamos hacer, simplemente estar supeditados a un orden esclavizante de tortura y pavor, paralizados en una sola pieza, esperando que los minutos pasen y se acabe esta tortura mental, este juego de esconderse de la vida, de huir de los estigmas del respiro, porque tanto en los roperos como en el exterior, todo apesta a existencia, a podredumbre humana, a la falsa percepción de que se es feliz mientras uno indagaba en los espacios de su profundidad, metido hasta el meollo y el infinito de la proyección de este cuarto enfebrecido de sombras y tenebrosidad.
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La casa de los espejismos
Short StoryUna casa, un hogar que se proyecta a traves de los objetos, los espacios, las cosas y las atmósferas. Diversos relatos que se interconectan con la soledad, el temor existencial, la vacuidad, con algo del relato fantástico, que también se cierne sobr...