Capítulo 2

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Esa noche tuvieron sexo tantas veces que perdieron la cuenta, Sesshomaru pensaba que mientras más la follara,  más rápido se cansaría de ella, pero no parecía tener suficiente de su elixir, que lo volvía completamente loco.

Lo hicieron hasta quedar completamente drenados.

A la mañana siguiente Rin se despertó, pero una vez pasado el delirio del placer, la realidad la golpeó en la cara.

Volteó a ver a su lado, el cuerpo de ese escultural hombre desnudo.

De nuevo se le hizo agua la boca al recordar que la noche anterior había probado cada rincón del definido cuerpo del peliplata.

Pero esta vez no se dejó vencer por el deseo. Más bien, recordó a su esposo, y un horrible sentimiento de culpa se apoderó de ella. 

Tenía que salir de ese lugar en ese mismo instante.

Con el cuerpo adolorido buscó sus ropas tiradas por toda la habitación para vestirse rápidamente y con el mayor sigilo posible, salió de allí .

Al llegar a su casa se dio cuenta que Kohaku no había llegado todavía. 

¿Seguiría con esa despampanante mujer?

Cualquier pensamiento de celos o coraje, fue callado por esa voz de su conciencia que le gritaba que no tenía cara, ni valor moral para decirle algo a Kohaku.

Ella también se acostó con un desconocido, y no solo eso, sino que dejó que ese hombre le hiciera lo que quisiera como si de una muñeca inflable se tratara.

En su mente la culpa y el deseo se hacían presentes. No podía olvidar las sensaciones que experimentó a lado de ese desconocido. Jamas imaginó que el sexo se pudiera disfrutar de esa forma.

Sus pervertidos pensamientos fueron disipados por una llamada entrante a su celular.

—Sango —dijo para sí misma y contestó.

Al parecer, su cuñada se había tomado con bastante humor la broma hecha por Ayame y Koga.

—¡Son unos malditos!, como pudimos creerles, de verdad somos ingenuos —decía Sango entre risas.

Rin fingió que todo ese asunto le había causado la misma gracia que a su cuñada.

Cuando la llamada terminó, Rin se metió nuevamente al baño.

Se repetía a sí misma que ella amaba a Kohaku y que ese desliz que ambos habían tenido lo iban a superar. Comenzó a llorar al recordar lo enamorada que estaba el día de su boda.

Todos los bonitos recuerdos que tenía con Kohaku pasaron por su mente. Sí, ese hombre le había dado la follada de su vida, pero eso no lo era todo.

Kohaku y ella habían jurado amarse hasta que la muerte los separe. Decidió ir a la farmacia para que ningún otro "problema" se suscitara.

Volvió a su casa, sintiéndose la peor mujer de todas. Ella había sido educada a la antigua, en un hogar conservador donde le enseñaron que la familia es lo más importante. Decidió recostarse en el sillón y abrazarse a sí misma.

Después de cierto tiempo la puerta se abrió, mostrando a un Kohaku bastante cabizbajo. Ninguno de los dos podía sostenerse la mirada. La culpa era más que palpable.

—Kohaku... ¿Tienes hambre?. 

—No... Gracias, Rin, yo... Me llamaron de la oficina ese día de la "terapia" y ya no pude despedirme, sabes como es mi jefe —decía el Taijiya tratando de sonar convincente.

La excusa a Rin le pareció poco creíble, pero si su mente trataba de discutir o echarle en cara algo, una vocecita en su cabeza le susurraba "Puta". 

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