Capítulo 7

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Sesshomaru despertó a la mañana siguiente con Rin entre sus brazos. Verla dormir era deleitante, sus enormes pestañas y su boquita de ciruela invitaban a ser besadas con delicadeza.

No lo podía seguir negando, esa dulce mujer se estaba haciendo de un lugar muy profundo y especial en su corazón, los celos de pensar en que su marido la pudiera tocar lo carcomían cada noche, por eso no dudó en enviarlo de viaje de negocios junto a Kagura a Osaka.

La verdad no solo admiraba la belleza de Rin, sino también su corazón amable y puro, su calidez humana y la fortaleza para soportar la vida que su marido le había estado dando hasta ahora.

Quería hacerle ver lo valiosa que era y demostrarle que merecía algo mejor que ese intento de hombre que tenía como esposo. Pero luego recordó las palabras de Inuyasha. Su hermano era una patada en el trasero pero tenía razón en algo, él no era bueno para Rin.

Sesshomaru era un hombre demasiado impulsivo, celoso y controlador. Además muchas veces la humilló con el simple objetivo de divertirse a su costa o de ocultar sus verdaderos sentimientos. Aún se reprochaba a sí mismo el haberle dicho que ella no significaba nada para él, aquel día en su oficina, su carita de decepción al escuchar su fría respuesta aún quemaba en su conciencia.

Rin empezó a hacer los pucheros que hacía cada vez que estaba a punto de despertar. Sesshoumaru acarició su mejilla y ella al abrir los ojos le regaló la más dulce sonrisa.

Esa mañana desayunaron juntos por primera vez, Rin se veía más radiante que nunca, resultado del buen sexo y de no tener que lidiar con el mal humor de su esposo por las mañanas.

Sesshomaru disfrutaba de la espectacular vista que daba la castaña al caminar por la casa sin nada más encima que la camisa que él llevaba el día anterior.

Había mandado a Jaken a que le trajera un cambio de ropa limpia para ir ese día a la oficina. Su asistente llegó a la residencia con una expresión desconfiada, sin saber la razón por la que su jefe lo llamó a un barrio de tan baja categoría. Pero como de costumbre, Sesshomaru no le aclaró nada y le cerró la puerta en la cara antes de que el pequeño hombre pudiera espetar alguna pregunta.

Sesshomaru luchaba por arreglar el nudo de su corbata frente a un espejo de la casa, por lo que Rin se acercó y de forma delicada tomó la tarea en sus manos.

-Déjame ayudarte con esto -ofreció con su dulce voz.

Sesshomaru la observó atar con habilidad el nudo de la corbata, con una expresión de concentración en su mirada. Era difícil apartar la vista de tan esplendoroso ángel.

-Listo, ahora señor Taisho, puede ir al trabajo sin que sus empleados piensen que pasó la noche en la guarida de unos perros salvajes -declaró la castaña con una nota de orgullo en la voz.

Sesshomaru pensó que a él le daba igual lo que los imbéciles de su oficina pudieran llegar a pensar, pero el tener esas pequeñas manos atando su corbata de forma tan delicada como solo ella podía, sería algo a lo que podría acostumbrarse con facilidad.

-Tienes habilidad en esto, ¿Lo haces seguido para tu esposo? -preguntó y no pudo evitar sentirse un poco celoso al pensar en esos dos viviendo juntos una rutina similar a la que esa mañana le había tocado vivir a él a su lado.

Los ojos de Rin se oscurecieron un poco al recordar a su marido.

-Lo hacía al principio de nuestro matrimonio, pero con el tiempo las rutinas nos fueron absorbiendo y los pequeños detalles como estos se fueron olvidando. De un tiempo para acá ya ni siquiera nos miramos a los ojos, supongo que las cosas ya iban mal mucho antes de la infidelidad -dijo encogiéndose de hombros.

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