El niñero

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Jamás imaginé que ver dormir a una niña podría llegar a generarme tanta paz interior, luego de algunas horas de juego, gritos y risas, el silencio que se genera es satisfactorio, aun así, me mantengo cerca, como un guardián de sus más profundos su...

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Jamás imaginé que ver dormir a una niña podría llegar a generarme tanta paz interior, luego de algunas horas de juego, gritos y risas, el silencio que se genera es satisfactorio, aun así, me mantengo cerca, como un guardián de sus más profundos sueños, tengo otros niños a mi cuidado, pero ninguno de ellos me genera tantos "problemas" como ella. Le acaricié la frente al verla fruncir las pequeñas cejas negras, no quería que tuviera una pesadilla, pero eso parece lo único que es capaz de soñar.

Me cercioro una vez más que todos los demás niños estén cómodos y dormidos, pasando una por una por las pequeñas camitas en el suelo, la temperatura tibia y los colores llamativos con pegatinas de animales y flores me recuerdan de que en realidad no debería relajarme como estoy haciéndolo. Cuidando no aplastar a la pequeña, me acuesto a su lado, dejando que mi brazo le de una leve elevación a mi cabeza, a pesar del sueño que me ataca, debo seguir al pendiente de los demás; la pequeña y pálida mano de la niña a mi lado me tira del overol verde, sin pensarlo mucho más, la acerco a mi pecho y le permito restregar su nariz contra mi ropa. 

El salón huele casi enteramente a mi, a pesar de eso, ella parece preferir tenerme cerca, como si los casi inexistentes aromas lejanos pudieran perturbar su tranquilidad, el aroma a galletas y leche, a papillas de verdura y por supuesto, los diferentes aromas leves que las familias de sus compañeros impregnaron en ellos por pura convivencia.

Llevo aproximadamente 8 meses conviviendo con esta nueva niña, a los demás los conocí de bastante antes, en realidad no son muchos, no deberían superar los 7 infantes por salón, en el mío rondan entre los 8 meses y el año y medio. Por ejemplo, el niño de cabello castaño que siempre juega con ella, es casi mi sobrino, el pequeño Pairo, lo quiero tanto; aun asi, no tengo la necesidad inexplicable de resguardarlo, de observar sus acciones y protegerlo como si de mi hijo estuviéramos hablando, cosa que con Mirai si me ocurre, es raro, la primera vez que la vi siquiera estaba en mi clase, estaba al cargo de otro de mis compañeros.

Bajo un poco más el cuerpo y la tomo entre mis brazos al ver que busca desesperadamente algo con sus manitas, esas reacciones me traen recuerdos, cuando Mirai llegó por primera vez, no paraba de llorar y patalear, habíamos tenido niños "revoltosos" en diversas ocasiones, pero somos muy buenos en esto, así que siempre logramos calmarles y cuidarlos con cariño; ella era un poquito diferente, solo lloraba al tenerla en brazos, si la dejabas en soledad, por alguna razón, se quedaba callada, seria, ademas de que no se movía. La directora  una vez entró en pánico pensando que Mirai se habia muerto accidentalmente por ahogamiento, pero no, en cuanto la ya anciana mujer la levantó en brazos de forma algo brusca se largó a llorar con desesperación. 

Hasta que no estuvo nuevamente aislada, sola, no paró. 

Mi compañera, una vieja amiga de nombre Retz, se angustiaba mucho de solo verla, quería hacer que la pequeña se sienta bien con su presencia, que no parezca aterrada de que su padre la "abandone" cada día, pero no lo lograba. Lloraba en el baño en nuestras horas de descanso y yo debía consolarla. Es la omega más sentimental que haya conocido nunca, pero siempre supe que era por su crianza y experiencias de vida.

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