En la Burbuja

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- Despierta preciosa... ¡He traído la cena! – me susurraba entre besos, recorriendo con delicadeza mi abdomen con sus manos.


- ¿Quién...? – susurré estirándome y moviendo mi mano buscando palpar a quien me hablaba.


- Soy yo Preciosa – recalcó, a la vez que frotaba su nariz en la mía, impregnándome de su delicioso e inconfundible olor a madera.


De inmediato reconocí a Enmanuel, su perfume, su apodo y ese gesto tan tierno de frotar su nariz con la mía, eran señales inequívocas de que era él.


Al instante alcé eufórica mis brazos enrollándolos en su espalda y aferrándome a ella como si mi vida dependiera de eso, me senté un poco y escondí mi rostro en su cuello, frotándome feliz sobre este como si fuera una minina que se frota dichosa entre brotes de menta gatuna.


- Ma alegra que te de gusto verme – la alegría se desborda de sus palabras y mientras las dice me envuelve en sus fuertes brazos.


- Mucho – lo miré fijamente, mientras le respondía disfrutando de como en su rostro se estampaba una sonrisa llena de complacencia y dicha.


- Me fascina saberlo – la risa no abandona su rostro, aunque cierta incertidumbre teñía su mirada, pero no entiendo el por qué de la misma.


Sin embargo, no pude intentar descifrarla, ya que su notable alegría capturó toda mi atención y mientras yo reía, el aprovechó para tomarme de la cintura y sentarme en su regazo.


Complacida le miré sin dejar de reírme con deleite y coquetería, disfrutando de su calor y en especial de sentirme tan plena, pues me miraba como si yo fuese la cosa más hermosa en el universo y todo lo que necesitaba para ser feliz.


- ¿Qué trajiste para comer? – le pregunté señalando las bolsas sobre la mesa, a la vez que me hacía espacio entre sus piernas, con toda la intención de quedarme ahí.


- Pollo frito, papas, ensalada de col y cerveza – respondió satisfecho ante su menú, era más que evidente que se enorgullecía de su selección y como no enorgullecerse de traer pollo y cerveza para la cena.


- ¡¡DELICIOSO!! – le dije entusiasta a la vez que arrastraba un poco más la mesa hasta el sofá, con la intención de tener más cerca la comida, pues no planeaba despagarme de la espalda de Enmanuel a menos que fuese excesivamente necesario.


Ansié por mucho tiempo su calor y ahora que lo tengo no pienso alejarme de él.


Enmanuel comprendió mis intenciones y sin que yo tuviese que decirle nada -y en especial sin separarse de mí- se acercó a la mesa pasándome por encima; tuve que flexionarme para que él pudiese tocarla y tomándola con fuerza la arrastró, varios centímetros, hasta prácticamente dejarla a un par de pasos del sofá, tomó el control remoto, encendió la televisión, mientras yo abría las bolsas y sacaba los envases de comida, colocándolos sobre la mesa para empezar a comer.

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