¡Me avergüenzo de ser tú padre!

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- Pues a diferencia de lo que muchos pueden pensar, Demian, mi padrastro, no lo hizo por deshacerse de mí o por no querer criar a su molesta hijastra, al contrario, lo hizo para defenderme y asegurarse que no recibiera aún más daño del que ya había recibido – dije melancólica, abriendo mi caja de pandoras ante Enmanuel.

- ¿Protegerte? Pero de quién – preguntó con una expresión de sospecha, como si algo en él le dijera la respuesta, pero él se negaba a aceptarla.

- Como bien supones, de mi madre – me miró sorprendido y apenado.

- Me dijiste tenían una mala relación a causa del divorcio de tus padres – dijo cauteloso.

- Es cierto, tenemos una inexistente relación que se limita a fingir soportarnos ante el ojo público y solo en casos de extrema formalidad y necesidad, fuera de eso somos mas distantes que dos enemigos a muerte – dije sin pena ni dolor, como quien recuerda un resfriado del que ya se curó

- Suena peor de lo que imaginé – dijo incomodo, sin saber que decir o cómo actuar.

- Lo es– dije serie y vacía.

- No tienes que contarme – susurró frotando mi mejilla con sus dedos.

- Insististe para que lo hiciera – dije cediendo ante su tierna caricia.

- Pero siento es muy delicado, ya que cambias solo al introducir el tema – lo miré sorprendida ante su declaración.

- ¿Cambio? – cuestioné curiosa.

- Sí, te vuelves inexpresiva, es como si el incendio que te caracteriza se apagara en un instante y te volvieras una fría y dura piedra, nada parecido a la cálida y vivaz llamarada que normalmente eres – me sorprendió su poética descripción de mí, fue muy simbólica y precisa.

- Tal vez decirlo sea mejor que callarlo – inquirí temerosa, ocultando mi rostro en su mano.

- Solo si es lo que deseas, estoy aquí para ti – me reconfortó y animó sin presionarme a hablar, aun así, tras meditarlo un poco decidí contárselo, era mejor terminar este tema de la escultura y avanzar.

- Yo era muy pequeña cuando mis padres se divorciaron, tenía exactamente tres años ... - dije bajándome contra su voluntad de su regazo - ... no entendía porque nos quedamos tanto con los abuelos, tampoco comprendí porque cuando terminaron las vacaciones en casa de mis nonos y volvimos a nuestra casa, papá no estaba en ella, en especial no entendía porque más nunca llegó a dormir y mucho menos entendía porque mamá gritaba a diario y rompía noche a noche las cosas, tirando al suelo los jarrones y las ollas, arrojando los platos, volcando la leche y quebrando los huevos mientras gritaba palabras que jamás había escuchado antes y que no entendía que significaban, aunque me aterraban, pero hay algo que sí entendía – me detuve rebuscando recuerdos enterrados en mi memoria.

- ¿Qué entendías? – preguntó intrigado, mientras se acomodaba para quedar frente a mí a la vez que enlazaba mi mano entre la suya, apretándola con delicadeza, lentamente alzándola y dirigiéndola sutilmente a su rostro, para luego rozar cálidamente con sus labios uno a uno mis dedos, suavizando con sus besos mi endurecido y calloso corazón.

- Que mamá estaba molesta conmigo, de eso no tenía dudas, aunque no entendía por qué – dije con voz quebrada recordando el ayer.

- ¿Por qué creías eso? – preguntó con clásica, aburrida y predecible inocencia, propia de quien compra la familia feliz que te venden en la televisión y que solo existe en sus series y propagandas.

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