Capítulo 49

8K 362 64
                                    

Recorro su cuerpo y verla con el uniforme militar me eriza la piel y más cuando me dedica esa sonrisa bastante significativa y no en el buen sentido.

—Hola, Jadebeth— saluda con firmeza aún con su sonrisa permanente. Mínimo soy su cadete.

—Hola, zorra— le gruño como respuesta —y adiós— termino de entrar a los aseos y hago todo rápido. El saber que está a los alrededores y que Anderson está me da mala espina. Frunzo el cejo cuando me miro al espejo. Esa mujer está con el uniforme, cerca de donde está mi hombre —mierda— salgo casi corriendo, mi corazón marcha rápido y un nudo se forma en la boca de mi estómago creando esa sensación de angustia que no le agrada a nadie.

Cuando logro ver a Anderson mi corazón decide no marchar más, siento que mis pies despegan del piso y mi alma abandona mi cuerpo haciéndome sentir vacía, pero prontamente todas mis preocupaciones resurgen y me veo caminando muy deprisa en su dirección.

Anderson conversa con tres hombres vestidos de militares y la pelirroja aguarda un poco más allá.

—Tenemos que salir hoy mismo— escucho que dice uno de los hombres, al parecer es el líder o como sea que le digan —gracias por su servicio, mayor— tiende su mano y Anderson se la recibe. Esa despedida me ha dado en lo sensible de mi cuerpo.

Los hombres y la zorra me miran y esta última sonríe. Cuando mi mirada cruza con la de Anderson su gesto me rompe el corazón.

—Dime que no es lo que pienso, te lo suplico— contengo las ganas de llorar y su maldito gesto me lo confirma. Me llevo las manos a la boca y ahogo un grito de agonía.

—Lo siento— susurra sin demostrar arrepentimientos, solo le bastó hablar con esos soldados y ya ha tomado esa estúpida actitud.

—No puedes hacerlo, prometiste que ya no servirías... no puedes hacerme esto, ¡No puedes enlistarte!— alzo la voz molesta o dolida, ya no sé cómo sentirme.

—Pequeña, no aquí por favor... no aquí— limpio mis lágrimas y niego débilmente.

—Oh Dios...— inicio a respirar con más esfuerzo, él que tiene mi bolso, saca mi inhalador y me lo tiende. Rápidamente me doy tres dosis al lilo, creo que me voy a morir asfixiada.

—¿Por qué tardan? Ya mamá, Angy y Nini se están llevando una tienda— mi hermano para en seco al ver mi estado —¿Qué pasa?— mira a Anderson.

—No pasa nada— dice como si fuera cierto —adelántate, te seguimos— cuando me va a agarrar lo esquivo y tomo la mano de mi hermano.

—Vamos— tiro de él —oh Dios mío— me detengo y suelto las lágrimas que luchaban por salir —no lo puedo creer, tengo mucho miedo— mi hermano me abraza.

—¿Qué pasa? ¿A qué le tienes miedo?— me estremezco por los sollozos.

—Anderson se va, él se va... ¿Cómo puede irse?— miro a mi hermano —¿Cómo puede hacerlo?

—Pequeña...

—No, no ahora— lo señalo furiosa, pero rápidamente la tristeza y la preocupación me ganan —no lo hagas, por favor... te lo suplico— cuando me siento entre sus brazos gran parte de mí muere.

—Deberíamos irnos a casa— propone mi hermano —iré por los demás, pueden esperarnos en el auto— Anderson sin soltarme inicia a caminar. No dice ni una palabra, se limita a escucharme llorar y eso me duele más.

Al llegar a casa subo directamente a la habitación con él tras de mí. Disimulé todo el camino para no preocupar a Nini y eso fue un esfuerzo sobrehumano.

—¿Cómo puedes hacerme esto? ¿Cómo pudiste prometerme que ya no servirías más y después hacer esto? ¿Cómo fuiste capaz de traerme aquí para después dejarme?— su mirada inexpresiva la odio.

Domando a Mr. BerryclothDonde viven las historias. Descúbrelo ahora