Capítulo 16: Tú eres mi cenicienta

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Al llegar no podía ni mover un dedo del cansancio

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Al llegar no podía ni mover un dedo del cansancio. Me sentía agotada, lo único que podría arreglar eso sería acostarme y dormir por toda la noche.

El hotel era aún más hermoso y acogedor de lo que recordaba, sin embargo, no pude mirar mucho porque me estaba muriendo de sueño.

—Wow, ¡así se siente tener dinero! —exclamó Noah mirando todo con los ojos bien abiertos. Le di un zape cuando noté que muchas personas se le quedaban mirando raro—. Perdón, me emocioné. ¡Es que esto vale más que mi apartamento entero!

—¿En serio él nos va a ayudar a encontrar a tu madre? ¡No se puede ni mantener en pie él solo! —habló Monse, burlándose del estado de estupefacción de Noah.

Jade bostezó con aburrimiento y se adelantó a hacer los trámites necesarios con respecto a la reservación de habitaciones. Fue un total alivio que no hubiese ningún tipo de prensa cerca en ese momento porque estaba tentada a tirarle un zapato a cualquiera que viniera a molestar.

Mis ojeras podían confundirse con moretones, y no estaba exagerando.

Minutos después, estábamos en el último piso ingresando a nuestras respectivas habitaciones. A Noah casi le da un ataque al ver su habitación, y Monse casi le tiro un zapato siguiendo la tradición de la familia.

Mientras tanto, yo entré a mi habitación junto a Jade, y quien sería mi compañera de habitación estos últimos meses.

La dejé dándose una pequeña ducha, y yo decidí hacer mi rutina de noche para relajarme y bajar los nervios antes de ir a dormir.

Pero no, nada podía salir como quería.

Mi teléfono empezó a vibrar dentro de mi bolso, eran las 3 de la mañana y yo estaba a punto de entrar a la cama. Jade alzó una ceja al ver la llamada y me esperó con las brazos abiertos. Estuve tentada a no responder y luego mandar un mensaje de voz diciendo que comieran tierra, pero una parte de mi decía que era importante y que necesitaba responder ahora.

Y eso hice.

Resoplé, cansada, y tomé el teléfono con molestia.

—Tenemos a su hija —dije fingiendo una voz más gruesa al atender el teléfono.

Si querían molestarme, yo lo haría primero.

—Alex, necesito seriedad.

Era mi madre.

—Ah, lo siento, debí avisarte antes. Ya llegamos...

—¿Te lo llevaste? —preguntó, yendo directo al grano. Hice una mueca de confusión aunque ella no pudiese verme.

¿Qué si me lleve qué? ¿Toda la hermosura de la familia? La respuesta era un sí seguro.

—¿De qué hablas? ¡Son las tres de la mañana! ¿No podemos hablar de esto más tarde? —pregunté, bostezando y arrastrando las palabras por el sueño—. Además, primero se saluda.

No hay un final feliz para cenicientaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora