Un trocito más

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Unas horas antes...

El no haber organizado ese pequeño viaje implicaba no haber avisado a ciertas personas de su llegada. Su abuela, lady Portdown, aún residía en la casa, que le había dejado su marido fallecido a su nieto como herencia. Le encantaba más la paz del campo que el bullicio de la ciudad. Más de una vez lo había dicho sin pudor alguno, aunque todos sus hijos y nietos vivieran en la ciudad y se complacía con las visitas. Estaría alegre de ver a su nieto después de tanto tiempo, pero se extrañaría precisamente por su repentina aparición. Así que esperó que esa noche no lo interrogara, aún tenía deseos de ahorcar a más de uno, y no estaba con la intención de preocuparla y fuera a la iglesia para encomendar a Dios por su alma perdida.

 Además, ¿cómo le podía explicar que su matrimonio estaba destrozado por el desliz de su santa e inmaculada esposa, descubierta esa madrugada? ¿Aquella que había sido un orgullo y había presumido delante de amistades y familiares? Aún, cierta parte de él, se negaba a creer lo que había visto, de cambiar de opinión y de regresar a Londres. Pero estaba herido, y como animal herido, solo deseaba atacar. No creía que fuera conveniente enfrentarse a su esposa, aunque le hubiera dejado una carta, haciéndole saber de su intención y la razón de ello.

¿Lo buscaría nada más saber que no tendría pensado de regresar a casa? ¿Le pediría perdón por su engaño?

¡Dios si la tuviera enfrente, no sabría lo que haría!

Recordó a su amigo, Damien, como este por fin era feliz con la mujer que amaba. ¿Y él? ¿No se merecía la dicha del matrimonio, que había amado, respetado, y se había sentido orgulloso de su esposa y por el supuesto amor que le había profesado?

 Una mentira más. Una de muchas.

Amargado como estaba, no disfrutó del trayecto tranquilo nada más entrar al pueblo, ni siquiera de echar un vistazo con el atardecer de fondo que se difuminaba con el manto de la noche. Había amado profundamente a Caroline. Entonces, ¿su amor por ella había muerto? 

Cerró los ojos con fuerza, irritados y doloridos por no derramar ninguna lágrima aún, y se llevó un puño a la boca, conteniéndose por no soltar el grito que le salía de su pecho.

Cuando el cochero detuvo los caballos supo que había llegado a su destino. Por su bien, debía demostrar que su matrimonio no pasaba nada grave y que estaba ahí para pasar una temporada y visitar a su abuela si no quería perder la cordura, aunque probablemente ya estaba loco.

¿Cuánto tiempo tardaría en descubrir la verdad de su llegada?

La diversión estaba servida, ojalá tuviera el humor para ello.

No soy como ella (Volumen 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora