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No tuvo noticias sobre el estado de Harry ni cuando se fue el médico que había hablado antes con lady Portdown, angustiada por cómo llegó su nieto en brazos de dos hombres y con una lamentable imagen que a nadie de los presentes pudo olvidar tan fácilmente.

- Niñas - se dirigió hacia ellas que eran las que quedaban en el comedor, porque le habían estado haciendo compañía a la anciana, que estaba tomando un té para calmar los nervios. El señor Terrance se había ido, para su demasiado pesar. Su familia había requerido su presencia -, es demasiado tarde. Quedaros a pasar la noche. No os preocupáis por vuestros padres, ya le he dado a Evans una nota para que se lo haga llegar y saber que estáis bien conmigo.

- No queremos molestar - inquirió Catherine apurada.

Echó un vistazo a su hermana que trataba de mantener los ojos abiertos. La anciana esbozó una sonrisa comprensiva.

- No, no digas eso y mucho menos bajo mi techo. Habría estado sola - se llevó una mano temblorosa a los labios y apretó el pañuelo que sostenía-. No sé lo que le está pasando a Harry. Él no era así; digo, no desaparecía así de repente sin ningún motivo para luego aparecer... de esta forma.

"De esta forma" era una manera muy sutil de decir lo que le había pasado.

Catherine se removió inquieta en su asiento, señal de que la situación era más grave de lo que había creído. A saber, lo que le habría dicho el médico a la mujer, que no había musitado palabra hasta hacía un rato. Pero nada de nada sobre su estado, ni de la razón que le había llevado a ello.

- Podéis yendo a las habitaciones. Mi doncella os prestará las ropas que necesitáis.

- Gracias.

La anciana le dio un apretón en la mano, haciéndole saber que no importaba.

- No me las deis cuando os considerado parte de mi familia. Harry os estimaba demasiado, si no recuerdo mal.

Catherine quiso enterrar la cabeza bajo tierra, no se escapó de la atenta y perspicaz mirada de la mujer.

- Arriba - le dijo a Alice que la pobre estaba a un tris de caerse de la silla. Esta farfulló cosas ininteligibles y se dirigió a la habitación que había sido preparada para ellas.

La preocupación no se fue tan fácilmente.

No se fue durante un largo rato. Lo que hizo que no prestara atención a lo que le rodeaba. Ni siquiera a los ronquidos de su hermana que le indicaron que había caído profundamente de sueño. Estaba de espalda a la cama, pensativa, sin una pizca de amago de irse a dormir. Las palabras de la señora Portdown se habían clavado en su mente, alertándola, que quizás había sido demasiado arisca con Harry.

¿Por qué había regresado?

Se preguntó una vez más, pero esta vez no hubo reproche en su pregunta, sino había tintes de inquietud en ella.

No sé lo que le está pasando a Harry. Él no era así; digo, no desaparecía así de repente sin ningún motivo para luego aparecer... de esta forma.

Claramente, no era su modo de proceder, ni de actuar cuando había sido siempre cabal, recto y responsable.

¿Qué le había pasado?

Sabía que no iba a estar tranquila hasta que él personalmente se lo dijera.

O lo descubriera.

Con el sumo cuidado de que no había más merodeadores por el pasillo que ella se adentró más y, recordando dónde lo habían dejado, se dirigió allí, con los latidos de su corazón tronando en sus oídos. Iba a cerciorarse de que estaba bien. Si lo encontraba despierto (los latidos se le dispararon), le daría la explicación llana de que quería saber cómo estaba. No había nada raro, se intentó convencer, salvo que iba sola a una habitación de hombre.

CA-SA-DO.

Expulsó dicho pensamiento porque no iba a hacer nada malo, más los remordimientos se ensañaron con ella. Agradeció a la buena fortuna de que la puerta no hiciera ruido y pudo cerrar con tranquilidad, mas no hubo paz alguna allí. La habitación estaba iluminada, por lo que pudo verle debajo de las sábanas, dormido. O eso parecía.

No supo si sentirse decepcionada o aliviada.

Tal cuestión la hizo irritarse consigo misma.

No debió haber ido. Sin embargo, ya estaba allí y no iba a irse cuando sus pies se movieron por sí solos, sin ninguna orden, hacia la orilla de la cama. Lo observó y se dio cuenta de que su imagen reposada distaba mucho a la que había visto en esa tarde. Llevaba una camisa blanca que cubría su desnudez, y parecía que lo habían limpiado.

Se dio la vuelta, notando las mejillas calientes.

¡Ya, Catherine!

Iba a irse, lo iba a hacer cuando notó que había pisado algo con su talón desnudo. Frunció el ceñó y levantó el pie. Era una bola de papel arrugada.

No era suyo. Debía dejarlo, se dijo, pero no fue razón suficiente para ignorarlo.

Él no era así; digo, no desaparecía así de repente sin ningún motivo para luego aparecer... de esta forma.

Lo recogió y, echando un vistazo al durmiente, extendió el papel arrugado.

Antes de regañarse por haber cedido a la tentación, descubrió el contenido.

Ojalá, no lo hubiera hecho.

No soy como ella (Volumen 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora