Los nervios, la inquietud y la desesperación ocultas por una capa de calma hicieron que no estuviera pendiente del trayecto, ni fue consciente de cuándo llegaron a Londres y al hogar de los Chesterfield. Ayudó a lady Portdown en bajar del vehículo. Había luces en las habitaciones de abajo. Estaban esperándolas.
Los lacayos bajaron sus pertenencias ya que no calcularon el tiempo que necesitaban para estar allí. Si el tiempo iba a ser largo o breve. El mayordomo avisado por su inminente llegada ya estaba preparado para recibirlas. Más no fue el único; una pareja con un bebé pequeño estaba en la salita. La mujer no dudó en ir hasta ellos cuando los vio y abrazarles con confianza, mientras ella quedó en un segundo plano. No se quejó por ello, e intentó enfriar sus sentimientos. Estaban bastantes alterados y sus pensamientos no se iban del convaleciente. De saber cómo estaba.
De ser su consuelo, si eso pudiera ser posible, pensó con amargura.
Nada más que nunca sabía que estaba en calidad de invitada. No era un familiar cercano, solo de acompañante de la familiar. Aun así, la anciana agradeció muchísimo su presencia, aligerándole el peso de que aquello no estaba bien. Aunque no fue la que sugirió con la idea.
- ¿Cómo está mi nieto? – la pregunta la atrajo a la realidad. No se percató de que estaba conteniendo el aliento, esperando también la respuesta que podría ser dolorosa.
El caballero de cabellos platinos se apartó, manteniendo la compostura. Eso era un intento porque su mandíbula apretada y la tensión que pintaba sus facciones no eran precisamente una buena señal. Sin embargo, para la paz de la mujer, tuvo palabras de tiento y de esperanza.
- Se pondrá bien. Esto es un bache que pasará. Harry es más fuerte que un roble.
- ¿Cómo puede ser que un resfriado lo mantenga así?
- No lo sabemos. Un descuido, quizás.
- Mi nieto me matará por su irresponsabilidad – la hicieron que se sentara mientras los demás preparaban las habitaciones.
La dama se fijó en ella antes de que Sophie se diera cuenta de su papel.
- Discúlpeme, se me había olvidado de Catherine. Acérquese, señorita Eastwood le presentaré los buenos amigos de mi nieto, lord Myers y su esposa, e hijo.
- Encantada, y espero que no le moleste, si la llamo por su nombre – dijo la joven madre que no se ceñía a los formalismos -, como también puede llamarme Elle. Los amigos de Harry son nuestros amigos.
- No soy su ami... – la anciana chasqueó la lengua.
- Pues claro que sí lo eres – ignoró las miradas curiosas de la pareja al oír la afirmación de la mujer y su contradicción.
- No se preocupe, me imagino que estaréis agotadas. Si necesitáis algo de nosotros, no dudéis en avisarnos.
- Oh, habéis sido muy amables de permanecer aquí. Quiero ver a Harry, si es posible.
Damien se encargó de llevarla a la habitación donde estaba su amigo antes de regresar a su propio hogar y descansar. Vendrían mañana, más esa noche no podrían hacer nada. Elle se quedó con Catherine. Su hijo se quedó dormido, permitiéndole que su atención se centrara en ella.
- ¿Por qué no ha subido con Sophie?
- Sería inapropiado.
Elle cabeceó, aunque la entendía perfectamente. Las dichosas y rígidas normas.
- No importa si el que está arriba es su amigo.
Se mordió el labio porque no sabía cómo definir su relación cuando había sido fría con él tras su llegada en el pueblo. La palabra "fría" se quedaba corta.
- Lo sé, más probable su esposa no creo que le haría gracia – no evitó que sus palabras salieran de su boca.
- Bah, esa arpía no se merece que tenga un mínimo pensamiento sobre Harry. Le ha hecho mucho daño, incluso estando lejos. Perdón, me he excedido – Catherine negó con la cabeza, ella estaba al tanto de lo sucedido -. Aun así, no le da el derecho de molestarse y de que una amiga pueda ir a verle y darle palabras de aliento.
La miró confundida y se le contrajo el corazón.
- ¿Cree que...?
No lo quiso expresar en voz alta, temblaba de dolor. Elle esbozó una triste sonrisa.
- No queremos pensarlo. Ni le pasará. Sin embargo, el hombre más fuerte puede quebrarse. No me refiero a lo que le está pasando ahora, sino... - se señaló el pecho -. Espero que entienda lo que le quiero decir.
Asintió con pesar y, sin darse cuenta, apretó los puños crispados.
- Sé lo que quiere decirme.
No hacía falta más palabras, ni florituras, ni detalles para entender lo que le había pasado. Si hasta ella había leído la carta de Caroline. Elle no dijo más y las dos se entregaron al silencio, nada incómodo, hasta que bajó lord Myers por su esposa e hijo. Se notaba a los dos que estaban cansados.
- Sophie ha ido a su cuarto a descansar. Harry aún sigue inconsciente, no se le ha bajado la fiebre – se pasó una mano por sus cabellos, demostrando su frustración e impotencia.
- Se repondrá.
Movió la cabeza en un asentimiento y la pareja la miró. No sé si con pena o agradecimiento. O ambas cosas.
- No dude en descansar también. Cualquier cosa que necesitéis, llamadnos. No vivimos lejos de aquí.
Unos minutos después, Catherine se quedó sola. No se oía nada salvo los ruidos rutinarios de los sirvientes. De pronto, un peso se instaló en sus hombros y todos los miedos surgieron entre sombras para alcanzarla. No podía quitarse la idea de que estaba en la casa de Caroline y Harry, aunque la dama no estuviera allí.
¿Alguien la habría avisado de mal estado que se encontraba su esposo?, tal pregunta constriñó sus pulmones y se convenció más que nunca que aquello había sido una mala idea. De que no debería estar ahí.
Harry, te necesita.
No obstante, su estancia sería corta. Hasta que llegara el resto de los familiares. Su presencia se debía únicamente hacer compañía a la anciana, que ya se había instalado en su dormitorio. Además, tenía a su doncella... El viaje había sido más pesado de lo normal. Más los nervios y la incertidumbre. Sin embargo, ella no podía irse a dormir, aunque el peso no desapareció tan rápido.
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No soy como ella (Volumen 2)
Ficción históricaA veces el azar caprichoso o el destino marcado desde que uno nace, no le da opción a elegir, siendo una marioneta de unas manos que desconoce. Sin embargo, el amor, nadie elegía de quien se enamoraba porque en el corazón nadie mandaba sobre él. L...