Capítulo 1 (corto)

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- No me lo puedo creer. ¡Nos ha enviado una invitación a su boda!

Solo se escuchó su voz en medio de la tranquilidad y apacible salita de estar, casi había gritado como si hubiera sido el cacareo de un gallo, pero no lo hubiera reconocido ni harta de vino dulce. En la salita no estaba sola, otras dos de sus ocupantes estaban ensimismadas en sus tareas.

- Madre, no creo que sea motivo de exaltación. Es normal que haya casamiento en el pueblo - dijo una de las jóvenes tratando que su labor de bordado fuera una obra de arte, más era un gesto camuflado para no avivar las llamas.

No obstante, su comentario junto con su tono condescendiente las encendieron.

- Creo recordarte jovencita que la novia es nada menos que la señorita Higgins. ¡Higgins! Por Dios si su dote es una miseria comparada con la tuya y tendrá como suegra a la más alcahueta de todas. ¡A quién quiere a la señora Higgins como suegra!

- ¡Mamá, tienes a tus dos hijas escuchándote! - miró a su hermana pequeña que se tapó la boca disimuladamente para no reírse. Menos mal que sus otras dos hermanas estaban casadas y no eran testigos de su espectáculo de siempre -. Si no recuerdo mal, te agrada los cotilleos que te dice.

Pero la señora Eastwood no estuvo conforme, sino que se ofendió más, si eso pudiera ser posible.

- Tú, querida, deberías darle ejemplo a tu hermana. Tienes la misma edad que esa sosa de Higgins y mira se va a casar.

- Hecho de que, si la veo, la felicitaré como Dios manda, madre. No veo el motivo por qué armar tanto revuelo. ¿Por el pobre novio? ¿O la novia por seguir los dictados de un pensamiento tan retrógrado y anticuado como lo es unirse con un hombre y tener unas propiedades más el apellido del marido?

- ¡Catherine, por favor, no me des más disgustos! ¿Qué forma más horrible de hablar? Dios te va a castigar.

Vio que su madre empezaba a hacer aspavientos y gestos un tanto preocupante, si no fuera porque estaba acostumbrada a sus achaques.

- Voy a la cocina a por una taza de té.

- ¡Cat no eres una sirvienta! ¡Cat! Esta hija mía me va a llevar por el camino de la amargura. No sigas el ejemplo de tu hermana, Alice. No lo sigas si algún día quieres tener un esposo.

La aludida se calló y salió de la estancia. Era una forma de no escucharla y no tenía remordimiento por ello. Ya llevaba más de cinco años dándole el sermón. Pero sus pensamientos fueron hacia los Higgins, sobre todo, hacia su amiga. Se alegraba por ella. Claro está. Sin embargo... era como si quedara sola. Ahora, todas las miradas estarían puestas en la pobre Catherine Eastwood.

¡Qué sopor!

- Señorita, ¿pero qué hace aquí?

- No se preocupen por mí - les dijo y se preparó ella misma la taza de té, así no estaba pensando -. Solo venía a por una taza de té.

Las sirvientas y la cocinera que habían oído los gritos de la señora, sabían por la razón que estaba allí. Así que no intentaron avivar más los ánimos.

- ¡Cat! - Alice apareció como un vendaval en la cocina e intentó frenarse cuando las miradas se posaron en ella.

Su hermana se giró al verla y la pequeña la abrazó.

- Espero que no estés mal.

- Oh, cariño. No estoy mal - dejó la taza para responderle al abrazo -. Los sermones de mamá no me afectan.

- No lo digo por eso.

Alice que tenía quince años ya se había percatado de más de una cosa y Cat se olvidaba de ello. No debía de subestimarla.

- Me alegro, de verdad. Ophelia merece ser feliz. No hagas caso a mis comentarios. Mamá tiene razón, la lengua me pierde.

- A mí me hacen mucha gracia.

- Oh, gracias. No sabía que tuviera una defensora, pero no debes hacerme caso.

Las dos hermanas se rieron y la cocinera preparó otra taza para la benjamina. Sin embargo, Cat estaba lejos de ese momento cotidiano que estaba compartiendo con su hermana.

No soy como ella (Volumen 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora